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“Se dice doctor, pero no lo es”

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Así tituló su nota el diario mexicano que desenmascaró a un ministro de Educación que decía tener un doctorado en Harvard, lo cual era falso. Se llamaba Fausto Alzati. Lo conocí en una reunión de ministros que me tocó presidir en Punta del Este dos décadas atrás. Era un gigantón pomposo en el vestir y en el hablar que se negaba a firmar la declaración final de la reunión, razón por la cual tuve un aparte con él para pedirle que lo hiciera. Fue entonces que en tono solemne me espetó:

Así tituló su nota el diario mexicano que desenmascaró a un ministro de Educación que decía tener un doctorado en Harvard, lo cual era falso. Se llamaba Fausto Alzati. Lo conocí en una reunión de ministros que me tocó presidir en Punta del Este dos décadas atrás. Era un gigantón pomposo en el vestir y en el hablar que se negaba a firmar la declaración final de la reunión, razón por la cual tuve un aparte con él para pedirle que lo hiciera. Fue entonces que en tono solemne me espetó:

-Sepa usted que en el gobierno mexicano somos dos los graduados en Harvard. El otro es el presidente Ernesto Zedillo.

Aunque finalmente aceptó firmar quedé mosqueado con el tipo. Meses después supe del escándalo desatado en México porque “el hombre que legitima los títulos universitarios carece de título”. El diploma de Harvard no existía. La prensa se burlaba de él llamándolo “el ministro Falsati”. Zedillo lo cesó en el acto y pidió que se investigara la validez de los títulos de todos los miembros de su equipo: un par de subsecretarios cayeron en la redada. Desde entonces los gobiernos mexicanos revisan con esmero las biografías de sus integrantes.

Eso es lo que a partir de ahora deberían hacer Tabaré Vázquez y quienes lo sucedan en la Presidencia, vista la ola de denuncias de funcionarios con títulos truchos. Es que el fiasco monumental del “licenciado” Raúl Sendic suscitó el interés por pesquisar si son reales los grados académicos de nuestros gobernantes. Fue así que en estos días saltaron denuncias contra dos funcionarios proclamados sociólogos pero carentes del título, al tiempo que se recela de algunos parlamentarios con currículos sospechosos.

Usurpadores de títulos inexistentes, ya sea porque dicen tenerlos o porque dejan que se los adjudiquen sin abrir la boca, estos funcionarios merecen el repudio colectivo, en particular porque ejercen cargos públicos en donde las reglas de la ética debieran prevalecer. Más allá de lo que diga la Justicia sobre si hubo o no delito es obvio que sus currículos -en el caso de Sendic con medalla de oro incluida-, sirvieron para potenciar su carrera política.

Pese al desdén por los graduados universitarios inspirado por José Mujica y otros destructores de nuestra vieja escala de valores, no hay duda que los falsarios medraron y medran vistiéndose con falsas plumas académicas.

Quienes estudian hasta obtener sus títulos en buena ley saben los sacrificios que deben hacerse para terminar una carrera por lo que tienen pleno derecho a sentirse indignados. Y qué decir de los ciudadanos comunes que depositan su confianza en los políticos y que ahora piensan que si ellos intentan engañarlos con biografías trampeadas, su capacidad de mentir no tendrá límites cuando ocupen algún cargo público.

Lo peor del asunto no es la trapisonda de Sendic sino el respaldo que recibió de senadores como Topolansky (“yo vi el título”) o Agazzi (“investigué y creo que hizo esa actividad de capacitación”), además del apoyo incondicional que le otorgó -con ovación incluida- el Plenario del Frente Amplio (“solidaridad y apoyo al compañero ante el injusto y agraviante acecho”). Todos juntos avalando una mentira. Es triste.

Al menos en México al “ministro Falsati” lo sacaron del ala.

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Antonio Mercader

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