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Otro libro de Hierro

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En las horas que han de mediar hasta la publicación de esta nota, va a instalarse la veda: dos días con la propaganda en silencio, pausa para la meditación y abrigarse bien para votar el domingo.

En las horas que han de mediar hasta la publicación de esta nota, va a instalarse la veda: dos días con la propaganda en silencio, pausa para la meditación y abrigarse bien para votar el domingo.

Justino Jiménez de Aréchaga enseñaba que los Constituyentes de 1830 fueron sabios cuando fijaron las elecciones en el último domingo de noviembre, porque a esa altura del año ya no había grandes lluvias, está avanzada la primavera y la intemperie resulta atractiva. La fecha sobrevivió a cinco reformas constitucionales. Sucumbió recién en 1996, cuando el sistema se descoyuntó: en junio, internas; en octubre, primera vuelta; en noviembre, segunda; en mayo, departamentales. Y ahora tenemos elecciones con frío: las calles, sin las flores lilas y largas del jacarandá que por siglo y medio adornaron la libertad de elegir; los votantes, apretados por afuera y por adentro entre el rompevientos, el sobretodo, la bufanda y la tos.

El mantenimiento de noviembre parecía el símbolo de una racionalidad uniforme, capaz de alzarse por encima de las épocas. En cambio, la actual dispersión electoral parece el reflejo de una funcionalidad dislocada y sin estética que es fruto de la falta de eje de la posmodernidad, definida por la Real Academia de la Lengua Española como “Movimiento artístico y cultural de fines del siglo XX, caracterizado por su oposición al racionalismo y por su culto predominante de las formas, el individualismo y la falta de compromiso social”.

Como en nuestro Uruguay los efluvios emergentes de esa desgracia no son más gratos ni más limpios que el estado de las fuentes de agua potable, las miradas retrospectivas están llamadas a valer cada vez más. Los historiadores profesionales siempre han sido prolíficos, pero también siempre hubo grandes militantes de todos los partidos que han repasado épocas y retratado figuras emblemáticas. En esa estirpe de estudio comprometido, se inscribe “Las raíces coloradas - Fundamentos del Partido de don Pepe Batlle”, el nuevo libro de Luis Hierro López, que se adentra en la trama de hechos e inspiraciones del siglo XIX que gestaron el Uruguay liberal que ambientó el quehacer de José Batlle y Ordóñez en las primeras décadas del siglo XX; y más que eso, generaron la apertura que nos permitió vivir hasta los años 60 en paz y libertad, con vocación de justicia y progreso.

El autor, cuya honorable vibración conocimos de cerca en los años más duros de El Día y cuya lealtad como Vicepresidente aquilatamos también de cerca, entrega una vigorosa interpretación del quehacer del Partido Colorado, al que ubica en actitudes que están muy por encima de su actual contingencia, pobre en ideología, prédica y votos.

El pasado enseña, no tanto por las “leyes de la historia” -en las que muchos materialistas creyeron, pero de las que hoy nadie habla.

Tampoco por las “lecciones de la historia” que no pueden resultar mecánicamente de hechos que son irrepetibles, pero que sí puede y debe extraerlas la reflexión, en un trabajo del pensamiento que no es el mero repaso de lo que sucedió sino la elevación de la comedia humana a conceptos, con lo cual el sentimiento de la historia se transforma en fuente de filosofía para el porvenir.

A eso apunta el libro de Hierro ¡y vaya si hacía falta cuando la prédica se ha sustituido por la encuesta, los ciudadanos han desertado de polémicas y compromisos y los partidos tienen desvaída la identidad de sus ideas!

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Leonardo Guzmán

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