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La semilla del mal

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Lo que está sucediendo en Brasil es una tragedia. La semilla fue sembrada tiempo atrás, cuando Lula ganó su primera presidencia sin que el PT obtuviera mayoría propia para gobernar, y Lula consideró astuto (o necesario) comprar en contante y sonante a legisladores de otros partidos para sacar adelante las leyes que necesitaba su proyecto de gobierno.

Lo que está sucediendo en Brasil es una tragedia. La semilla fue sembrada tiempo atrás, cuando Lula ganó su primera presidencia sin que el PT obtuviera mayoría propia para gobernar, y Lula consideró astuto (o necesario) comprar en contante y sonante a legisladores de otros partidos para sacar adelante las leyes que necesitaba su proyecto de gobierno.

Todos aquellos que compró en el “mensalão”, que se envilecieron junto con él en ese comercio político, el domingo pasado le dieron la espalda a su sucesora-heredera Dilma.

Han pasado dos cosas en Brasil. Por un lado, China dejó de comprar materias primas: en consecuencia bajaron los precios, la riqueza que ingresaba se dirigió hacia planes sociales y hacia el consumo privado, no se invirtió en obra pública ni en guardar algo para los días de lluvia que vendrían. Ahora que se acabó la plata, se acabó el amor y la lealtad; no hay gratitud entre corruptos, solo conveniencia mutua, fría como el dinero y siempre condicionada.

Al asumir Dilma su primer mandato sustituyó algunos ministros sospechosos, cambió el Directorio de Petrobras, suspendió la compraventa de legisladores y marcharon tras las rejas J. Dirceu, antiguo jefe de gabinete y mano derecha de Lula, el tesorero del PT y varios prohombres más del antiguo régimen.

Transcurriendo el tiempo se fue destapando el colosal escándalo de Petrobras: las obras sobrefacturadas (como la fiesta de Ancap), las coimas y los sobornos involucrando a jerarcas de Petrobras, a prominentes empresarios privados y a dirigentes políticos del PT y del gobierno. Un cambista clandestino (doleiro, en el idioma local), por cuyas manos habían ido y venido los millones sucios, se acogió a la ley de delación premiada y toda la trama corrup-ta empezó a quedar a la vista de un juez de Curitiba, quien empezó a firmar órdenes de detención a dos manos: empresarios multinacionales, altos jerarcas de Petrobras, el je-fe de la bancada del PT en el Senado.

Y la presidenta Dilma, en actitud inédita en Brasil, no hizo nada por obstruir la justicia ni intervino para salvar ni a empresarios famosos ni a políticos encumbrados ni a funcionarios del gobierno. Fue un ejemplo único en el continente, (muy por encima del gobierno del Frente Amplio, organizador de remates truchos de aviones valiéndose de personeros extranjeros truchos, créditos truchos con avales truchos).

Todo iba desarrollándose bien en Brasil, investigándose la corrupción sin que se originase ninguna crisis política para Dilma o contra la institucionalidad del Brasil. Pero todo cambió cuando la sospecha de corrupción empezó a rondar a Lula, aquel autor e ideólogo de la corrupción madre, el “mensalão”. Y Lula empezó a presionar para guarecerse y maniobró para que lo nombraran ministro a fin de obtener fueros especiales, ya que no puede explicar su enriquecimiento personal. Dilma cedió; cedió. En ese momento empezó a desatarse la crisis política. Por culpa de Lula y por debilidad de Dilma quedó atrás Petrobras y maduró el forúnculo del impeachment, con su discutible fundamento legal y su asombrosa votación-batucada en la Cámara de Diputados el domingo pasado.

Por salvar a Lula, el Brasil y los brasileños van a retroceder políticamente y económicamente. Los discursos serán abundantes y dirán cualquier cosa pero el itinerario de lo que pasó -el iter criminis- es tal cual dice arriba.

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Juan Martín Posadas

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