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Amor que nace entre rejas

| Carta, teléfono, Internet o la ayuda de compañeros de reclusión ayudan a la formación de parejas. El vínculo puede responder a una necesidad sexual o de afectos. Los expertos dicen que no existen tantas diferencias con lo que ocurre afuera de las cárceles; pero las hay.

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El elemento "utilitario" no puede descartarse como el motor detrás de estas relaciones de pareja. El vínculo es visto como difícil una vez que se está en libertad.

LEONEL GARCÍA

Ay, Cardozo, usted siempre con problemas con la `r` y la `h`". No había caso. La maestra Sara siempre le hacía las mismas correcciones en la redacción a Juan Carlos, uno de sus alumnos en las clases de primaria del Compen. No sería un gran estudiante, pero sí tenía una conducta muy correcta; algo que podía resultar extraño para alguien que había pasado 28 de sus 46 años de vida recluido, por varias rapiñas, en varias cárceles, incluyendo las ya cerradas Miguelete y Punta Carretas. El cuaderno se transformó en un celestino inanimado. "Hoy me agradó mucho su forma de expresarse, Cardozo", felicitó la docente. "Hoy está linda, maestra", respondió el discípulo. De a poco la ortografía y la gramática comenzaron a hacerse más llevaderas; o menos importantes. "Si me hubiese dedicado a estudiar más y a hacerme menos el Romeo, me hubiera ido mejor en las clases", reconoce hoy el hombre, no muy alto pero robusto, pelo corto entrecano, correctamente vestido y de hablar bajo.

Hace un año y un mes que Juan Carlos Cardozo salió de la cárcel. Y más o menos por esas fechas se casó con Sara. "La palabra valiente para mi mujer se queda chica. Ella arriesgó mucho para casarse conmigo". No se extiende mucho sobre ese punto, tampoco sobre los dos años transcurridos como "novios" hasta que un día, sin saber muy bien el por qué, le propuso matrimonio. Juan Carlos -que desde su vuelta a la libertad se ha desempeñado como portero y personal de vigilancia- dice que jamás sintió dudas ni discriminación del entorno de su esposa, muy distinto al de él. No teme que su pasado delictivo, salpicado de violencia, pueda afectar la pareja. "Tal vez tuve alguna dificultad al principio, por no saber discernir las cosas, los problemas cotidianos. Costaba porque en la cárcel hay agresividad desde que te levantás hasta que te acostás. Ahora trato de ver todas las situaciones desde otro punto de vista. Pero al principio me resultaba difícil hasta ir a lugares públicos". En casa se ocupa de la cocina ("Fue una condición que puso mi mujer para casarnos") y su matrimonio marcha "excelentemente bien". "No tengo nada, pero lo tengo todo", remata.

Incluso en un ambiente de sobrepoblación y hacinamiento, de degradación y constante temor sobre la integridad física, de carencias casi absolutas de intimidad o afecto como es el carcelario, puede surgir el amor -duradero o no- entre un hombre y una mujer; ya sea como sentimiento genuino o como conclusión de una necesidad física y psíquica para la que no hay barrotes que valgan. Puede ser por carta, teléfono o chat desde y hacia el exterior de la cárcel. Puede ser un intercambio de miradas entre un preso y un familiar de la visita de otro recluso, o como consecuencia de la vinculación con operadores que trabajen en el sistema, ya sean maestras, trabajadores de ONG, e incluso funcionarios policiales o judiciales. También puede ser fruto de códigos muy especiales: en su libro La fuga de Punta Carretas, el hoy senador Eleuterio Fernández Huidobro habla de la historia del "canario Lasala", quien se comunicaba con una vecina del penal a través de la ropa que ella colgaba en la cuerda.

No existe estadística que ponga en números la realidad del amor cuando uno de los miembros de la pareja -casi siempre el hombre por la razón del artillero: hay muchos más reclusos que reclusas- está cumpliendo una condena. Tampoco la hay referida al amor intercarcelario, pese a que son muy conocidas las visitas de ese tipo de, por ejemplo, detenidas de la prisión de Cabildo para ver a sus parejas (también conocidas por carta o teléfono) del Compen o Libertad. Es más, no existe casi legislación -y por ende, tampoco estudios profundos- sobre la sexualidad en las cárceles, como señala un informe relativo al tema del abogado Federico dos Santos Minetti, del Instituto Nacional de Criminología (Inacri), con fecha marzo de 2007.

"Yo siento que hay una gran necesidad de hacer un trabajo técnico sobre este tema", dice Robert Parrado, psicólogo y licenciado en Seguridad Pública, además de director de la Oficina de Programas Especiales del Ministerio del Interior. Este experto y otros consultados, como el psiquiatra y director del Inacri, Luis Bibbó, y la psicóloga del Centro de Observación, Diagnóstico y Tratamiento (Codyt) de ese mismo instituto, Silvana Contino, no notan diferencia en el proceso del enamoramiento dentro de una cárcel con el que ocurre afuera. Son reacios a hablar de generalidades en este tipo de vínculos. "No se puede hablar de características propias de estas parejas sin estigmatizar", afirma Bibbó. A lo sumo, apunta Parrado, se trata de individuos con una mayor "vulnerabilidad"; formar una pareja, dice, es una forma de sentirse acompañado en un contexto de extrema fragilidad "y empezar un camino hacia una rehabilitación". Pero ese concepto, vulnerabilidad, no solamente se puede referir al miembro de la pareja que está encerrado entre muros.

Conmigo, no. El chat primero y el teléfono después fueron las vías con las que Mónica Rodríguez se contactó con Mario. Mónica trabaja en el área de la salud y vivía en el departamento de Colonia. Esta señora de 42 años tiene una historia de violencia familiar atrás que la afectó a ella y a su hijo menor, hoy de siete años. Mario, recluso en una cárcel cerca de la frontera con Brasil, asesinó a su ex mujer.

Semejante antecedente no asusta a Mónica. La pareja se casó en la propia penitenciaría en mayo del año pasado. "Un día lo encontré en el chat y empezamos a `hablar`. Él me ayudó mucho en un problema que tuve con mi hijo, que hasta me hizo perder el trabajo. Me dijo que fuera a la ciudad donde él está preso y lo hice, sin perspectivas de nada. Ahí conseguí trabajo y lo visitaba seguido. Él se portó de manera excelente conmigo y con mis hijos. Un día me pidió casamiento y le dije que sí".

A pesar de que muchas personas le cuestionaron su decisión, Mónica se mantuvo firme. No tiene miedo a que se repita la historia. "Yo no soy quién para juzgar a nadie. Yo sé que él no me va a hacer daño jamás. Incluso los guardias de la cárcel me decían que yo lo había cambiado". Toda la vida conyugal de ambos ha transcurrido entre los muros de la prisión. Y eso fue, según ella, el mayor obstáculo que sufrió la pareja; tanto, que Mónica volvió al Litoral, pero a una ciudad distinta. "Yo ahora estoy distanciada pero quiero volver a verlo". A la mujer se le quiebra la voz en el teléfono. "Lo que a nosotros nos separó fue la situación. Me cansó la cárcel, no él como persona, pero el ambiente es... es jodido". Confiesa que tiene un poco de miedo de cuando salga Mario, "pero no por mí ni por mis hijos sino por él, mi duda es cómo podrá actuar ya en libertad".

La psicóloga Marina Muñoz, del Patronato Nacional de Encarcelados y Liberados, dice que existen indicadores psicológicos y sociales que están vinculados con la elección de pareja. "En general las mujeres que fueron víctimas de violencia, tanto física como psicológica, tienden a repetir esta pauta de relacionamiento" al escoger un compañero. Para Parrado, casos como el de Mónica pueden encerrar "una historia de violencia no resuelta" o "una autoestima muy baja que necesita reforzadores (como una palabra de apoyo a través del chat)", para entender la actitud de alguien que se relaciona con un asesino. Hay casos aún más extremos: el homicida múltiple Pablo Goncálvez, preso por la muerte de tres mujeres, se casó en julio de 2005.

Estas parejas que se forman, apunta la psicóloga Silvana Contino, "suelen provenir del mismo entorno social y tienen los mismos parámetros de funcionalidad", como antecedentes de violencia, ya sea como sujetos activos o pasivos, "aunque tampoco se puede generalizar". En contextos sociales vulnerables, "el tener un `compañero` con antecedentes está naturalizado", afirma Muñoz. Esta última especialista añade que, en general, se trata de parejas disfuncionales "de difícil relacionamiento cuando quien está preso recupera la libertad".

El psicoanalista Jorge Bafico trabajó nueve años con reclusos en las cárceles de Libertad y (el entonces llamado) Comcar. Para él, en muchas mujeres que terminan enamorándose de un recluso aparece el llamado "Síndrome de la Enfermera": "No es una patología técnica, pero actúan con el convencimiento de que pueden redimir a los hombres". Parrado no acuerda 100% con el concepto, ya que dice que esa actitud "ya está incorporada como característica socializadora de las mujeres que no tiene porqué estar vinculado al ámbito carcelario". Sí, en cambio, señala que en ellas puede aflorar un sentimiento maternal. "Cuando conversás con las madres de los presos, ellas te aseguran que nunca van a dejar de ir a verlos a las visitas y ellos mismos te dicen que son las últimas que dejan de ir a visitarlos, y cuando lo hacen, por lo general es que les pasó algo". El sentimiento protector que surge junto con el amor lleva a las mujeres a victimizar a sus parejas y a no asumir las responsabilidades delictivas, agrega Muñoz: "O culpan a la pasta base, o a los problemas económicos o a las `juntas`. Es muy común que ellas digan: `Ahora es diferente, él está conmigo`".

Pero a veces es más que hacer de enfermeras o madres. "Una persona psicopática -y en las cárceles no es raro encontrarlas- puede tener la característica de fascinar y seducir a los demás", afirma Bafico. Eso se ha visto incluso en asesinos seriales, que han desarrollado la capacidad de seducir a partir de su personalidad compleja.

Psicopatía o no, el factor "utilitario" es otro de los aspectos presentes en la formación de estas parejas, según los expertos. Wilson Brum, integrante de la ONG Vida Nueva Uruguay, que trabaja con reclusos, apunta a la posibilidad de tener relaciones sexuales en las visitas conyugales (usualmente una cada 15 días), considerada por expertos como una necesidad urgente en un contexto de sexualidad frustrada y homosexualidad situacional frecuente. En algunos casos, si la conducta lo amerita, se pueden obtener salidas extras. También hay mucho mito. "Hay presos que repiten que `casarse achica la pena`. Y eso es un disparate", dice Brum.

Cuando la fascinación ejercida por un preso hábil y los objetivos secundarios van de la mano, las consecuencias pueden ser peligrosas. Bafico recuerda el caso de una abogada que, luego de enamorarse de su defendido detenido en Libertad, terminó siendo cómplice de un robo cometido por éste durante una salida transitoria. "Ella aseguró que había estado con el hombre cuando se cometió el delito. No era así, y ella terminó muy mal profesionalmente".

De cualquier manera, enfatiza Bibbó, el director del Inacri, no es necesario que alguno de los dos esté preso para que lo "utilitario" esté presente en la pareja. De otra manera, recalca, se estarían estigmatizando estos vínculos.

Sin besos en la boca. "Recién corté contigo y me quedé pensando en vos". De la cárcel de mujeres a la de hombres de Canelones, de Carolina a Daniel, ese fue el inicio de una de las muchas cartas de amor entre ambos. Ella tiene 25 años, está detenida desde hace casi siete por una coautoría de rapiña y complicidad en un homicidio muy especialmente agravado. Él, un argentino que debe volver a su país, ya terminó su condena por tráfico de drogas.

"Yo lo conocí por medio de una compañera (detenida) que tenía a su esposo en la cárcel de varones. Empezamos a hablar por teléfono, por cartas, hasta que conseguimos una visita especial para conocernos. Luego, por un año, obtuvimos una `conyugal` cada 15 días", cuenta Carolina. Eso no hizo que mermara el contacto epistolar. "Se creó un sentimiento muy lindo. Nos escribíamos sobre el amor y sobre los proyectos en común, sobre lo que nos necesitábamos y nos provocábamos".

Ella dice que Daniel logró atenuarle la soledad y tristeza que significa estar recluida, y asegura que el sentimiento de amor es genuino y no potenciado por la necesidad. En un año y medio quedaría libre. Espera que la relación pueda sobrevivir ese tiempo. Tiene planes para hacer cursos, de gastronomía u hotelería, e irse al extranjero. Toma el hecho de que su enamorado ya esté en libertad con naturalidad y con una peculiar forma de pragmatismo y comprensión. "Yo sé que él, como hombre, tiene necesidades. No vale la pena amargarme. Hablamos mucho y sólo le pedí que no besara en la boca a ninguna otra mujer. Y él aceptó. Y yo sé que me está cumpliendo".

Ya sea en cárceles de hombres o mujeres, los días de visita pueden ser el punto inicial para la formación de una pareja. La complicidad entre presos juega mucho a favor ("Che, ¿no tenés un pariente, amigo/a, vecino/a para presentarme?") en esos casos y en los contactos intercarcelarios. "La situación de las mujeres es más compleja", señala la psicóloga Muñoz. Sobre todo, si tienen a sus hijos con ellas en el propio centro de detención.

Más allá del contexto en que se desarrollan, Bibbó sostiene que estas parejas "tienden a ser vistas desde una mirada prejuiciosa que afecta al recluido más allá de lo que conlleva la limitación de la libertad ambulatoria, imaginando que estar preso implica tener toda su `humanidad` en suspenso". El director del Inacri dice que el énfasis en la no estigmatización de estas relaciones "no supone homologar vida intra y extracarcelaria, pero sí reconocer la existencia de deseos y necesidades que, en lo profundo, no divergen mucho de lo que es posible observar extramuros".

Ya libre, Juan Carlos aprende sobre la convivencia con Sara cada día; Mónica espera y teme por Mario, aún detenido; en la prisión, Carolina confía en Daniel. "El encuentro con otro ser, sea donde sea, adentro o afuera de la cárcel es único, y lo que se mueve en cada uno para que se realice un `enganche` es particular y singular", concluye Contino. Más allá de las condiciones extremas y los casos particulares, todos los expertos coinciden: no existe más complejidad que la que puede haber entre un hombre y una mujer que se atraen.

El cuaderno sirvió como celestino. "Si hubiese estudiado más y a hacerme menos el Romeo, me habría ido mejor en la clase", cuenta hoy Juan Carlos Cardozo.

El atractivo de los asesinos seriales

El jueves 7 de julio de 2005 no fue un día más en la Cárcel Central. En ese día y en ese lugar se celebró una boda, que contó con un dispositivo de seguridad a cargo del cuerpo de Coraceros. Se casaba Pablo Goncálvez, condenado por los asesinatos de Ana Luisa Miller, Andrea Castro Pena y María Victoria Williams, en 1992 y 1993.

Goncálvez, hoy de 39 años, es conocido como el primer asesino serial de Uruguay -para ser incluido en esa definición se tiene que cumplir ciertas "características": cometer al menos tres asesinatos; dejar pasar un tiempo entre un homicidio y otro; no tener vínculo con las víctimas, que aparentemente son elegidas por azar; no buscar beneficios económicos con las muertes; tener en apariencia una vida normal, entre otras- y fue condenado a 30 años de prisión. De su esposa se sabe muy poco. La crónica de El País del día siguiente la identifica como Alejandra Prego, una profesora de inglés descripta como "alta, de pelo oscuro y enrulado". Al momento de contraer matrimonio, estaba embarazada de cinco meses.

Pese a haber sido condenado, Goncálvez -un joven veinteañero, hijo de un diplomático que vivía en Carrasco al momento de los asesinatos- ha proclamado varias veces su inocencia. Ha asegurado que cuando confesó los crímenes lo hizo bajo tortura.

En ese mismo artículo de El País, se consultaba a expertos sobre el motivo que llevaba a una mujer a casarse con un asesino serial. "Creer en su inocencia", fue la conclusión.

Si bien los especialistas consultados para este informe no creen en algo así como una "atracción magnética" ejercida por estos criminales, la historia es rica en estos casos. En Estados Unidos, Ted Bundy fue acusado de matar a unas 30 jóvenes, movido por su odio a las mujeres; eso no impidió que a la cárcel donde estaba recluido llegaran miles de cartas de admiradoras. El psicoanalista Jorge Bafico sostiene que Pablo Goncálvez también recibía mucha correspondencia. Qué puede causar estas reacciones aún es un misterio. "Si una joven se enamora de un asesino serial de mujeres, algo de lo tanático tiene que estar en juego", dice este experto. "Además -agrega- el ser un asesino serial en Uruguay lo convertía, por cierto, en alguien diferente".

De la necesidad sexual a "formalizar"

"La mayoría de las veces, (el motivo de) las parejas que se forman en las cárceles es obtener la `conyugal`. Después de una visita de familia, un preso le dice a otro `dale, presentame a una amiga`, y esas cosas. Y en los contactos intercarcelarios también pasa algo parecido. La mayoría de las muchachas de Cabildo se cartean con los de Libertad o Compen para poder tener esos encuentros (sexuales)".

El que habla es Wilson Brum y hoy es pastor evangelista e integrante de la ONG Vida Nueva Uruguay, una organización creada en 1997 que trabaja con reclusos, ayudándolos en su rehabilitación. Pero supo estar seis años preso por cuatro delitos de rapiña en reiteración real. De hecho, el menor de sus hijos, que hoy tiene 13 años, nació cuando él estaba detenido.

De acuerdo con su experiencia, si luego de los primeros encuentros, con objetivos casi exclusivamente sexuales, ya se habla de formalizar la pareja, es que el sentimiento es generalmente genuino; y positivo. "Cuando se llega a esa etapa, e incluso se habla de casamiento, se aprecia que el amor es real. Incluso es visto como un cambio positivo, como una mejoría de actitud, un margen de esperanza para su rehabilitación". Recientemente, Brum casó a una pareja en Cabildo. La novia estaba detenida por homicidio y el novio hacía poco que había recuperado su libertad.

La cifra

55% Porcentaje de reclusos que dice tener muy ocasionalmente relaciones sexuales con sus parejas, según un estudio realizado en Chile.

"Hace falta legislación"

El informe "Sexualidad en las Cárceles", realizado por el abogado del Inacri Federico Dos Santos Minetti, en marzo de 2007, señala que en Uruguay existe "escasa legislación al respecto sobre el tema" y que es "muy poco tratado". Debido al hacinamiento, la violencia interna constante y la falta de lugares destinados a la intimidad de los presos, los que denomina "venusterios" (muy precarios o directamente inexistentes, según el centro), el experto cree necesaria "la implementación de una ley que regule a nivel nacional el problema de las visitas íntimas y la sexualidad en general en las cárceles del Uruguay".

El informe cita un estudio de Doris Cooper Mayr, socióloga y criminóloga chilena (país donde hay una legislación más avanzada sobre el tema), realizado en la década de 1990, que señala que un 55% de los internos dice "tener muy ocasionalmente relaciones sexuales con sus parejas", que entre un 20% y un 50% tienen frecuentemente relaciones homosexuales, un 2% reconoce "haber sido violado". No maneja datos de Uruguay.

Según datos del Inacri, en todo el país hay 8.208 presos (junio de 2009). La población masculina es la abrumadora mayoría con un 92,5%. Autoridades del instituto afirmaron que es "muy difícil" saber cuántos de ellos acceden a las visitas conyugales.

La población carcelaria es joven. De acuerdo con el Inacri, en los seis centros de reclusión que dependen directamente de la Dirección Nacional de Cárceles (Compen, Libertad, Cabildo, Tablada, Chacra de Libertad y Piedras Blancas) el 73% del total de presos (4.618) tiene entre 18 y 35 años (31 de julio de 2009). En Cabildo hay 12 niños con sus madres.

De ese último universo de reclusos, 271 tienen autorizadas salidas por "lazos familiares", 12 por "trabajo", 240 "con tutela" y 41 con "causión juratoria". Por cualquiera de estos motivos, los que tienen permiso de salida representan el 12,2% de la población dependiente directamente de la Dirección Nacional.

Aproximadamente el 40% de esta población no terminó la educación primaria, dice la responsable del Centro de Estadística y Censo de la Dirección Nacional de Cárceles, Cristina Franco. De éstos, uno de cada cuatro son considerados analfabetos.

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