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El arte más popular

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Historietas, tebeos, bandes dessinées, quadrinhos, cómics, son sólo algunos de los nombres que identifican al arte más popular del mundo. Probablemente ese mismo carácter popular de la historieta conlleve su maldición, provocando que algunos seudointelectuales la miren por encima del hombro y se refieran a ella como "tiras cómicas". Asimismo, muchas personas consideran que se trata de un producto para niños, quienes una vez que crecen y maduran deben necesariamente abandonarlas y, en todo caso, volcarse hacia asuntos más serios como el cine y la literatura.

Opiniones de este tenor se emiten generalmente desde el terreno de la ignorancia. Ignorancia no sólo de la riqueza y versatilidad de este medio, que permite infinitas posibilidades de expresión a los artistas que lo cultivan (lo que ha conducido a la creación de una significativa cantidad de obras maestras), sino también de su status de arte, equiparable tanto al cine como a la literatura.

Es más que probable que quienes menosprecian al cómic jamás hayan oído hablar de novela gráfica y mucho menos hayan sostenido una entre sus manos. Así como seguramente ignoren a qué se alude cuando se habla de arte secuencial y desconozcan la existencia de artistas del calibre de Moebius, Crumb, Spiegelman, Moore, Gaiman, Breccia, Ott o Taniguchi.

CÓMIC Y CENSURA. Pero no solamente comentarios despectivos debió enfrentar el noveno arte desde su nacimiento. A semejanza del cine estadounidense, cuya industria ejerció durante décadas una férrea censura a través del Código Hays, el cómic también debió soportar una no menos implacable. En 1954, un oscuro psicólogo llamado Fredric Wertham publicó un libro titulado Seduction of the Innocent, donde entre otros males, culpaba a los cómics de la delincuencia juvenil, la homosexualidad, el comunismo y los embarazos adolescentes. Su publicación, sumada a la corriente de opinión pública favorable, generó la creación de la Comics Code Authority, organismo que en la cima de su influencia constituyó un censor de facto para el cómic estadounidense. A partir de allí, las descripciones gráficas de violencia y las insinuaciones sexuales quedaron prohibidas, así como todo lo que tuviera relación con vampiros, hombres-lobos y zombies. Además, los cómics no podían utilizar las palabras "Horror" o "Terror" en sus títulos y el uso de la palabra "Crimen" quedó muy restringido. Ello casi precipitó a la ruina a una de las más populares editoras de aquel tiempo, EC Cómics, cuyas series Tales from the Crypt y The Vault of Horror eran un éxito nacional e internacional, antes de que el gobierno y la industria conspiraran para acabar con ellas.

Pero no sólo la derecha más conservadora disparó contra el cómic. En 1972, el escritor chileno-argentino Ariel Dorfman, a través de lo que denominó un "manual de descolonización", denunciaba lo pernicioso del Pato Donald al tiempo que pontificaba desde un punto de vista marxista y psicoanalítico sobre cómo había que leerlo. Curiosamente, años más tarde Dorfman terminó dictando clases en una prestigiosa universidad yanqui.

Pero los guardianes de la decencia y lo políticamente correcto fracasaron y el cómic sobrevivió a sus embates.

PRIMEROS ESTUDIOS SERIOS. El estadounidense Will Eisner (1917-2005) fue un artista consagrado a nivel mundial, a tal punto que uno de los más importantes premios que se otorgan dentro del universo del cómic lleva su nombre. En 1985, su libro Comics and Sequential Art fue el primero donde se examinó en profundidad la teoría y práctica del noveno arte, y donde Eisner acuñó la expresión arte secuencial para definirlo. Posteriormente, su compatriota Scott McCloud, en su ensayo Understanding Comics: The Invisible Art (1993), partiendo de la definición del maestro y utilizando para ello justamente el formato de una historieta, abordó entre otros tópicos el lenguaje y los métodos que se utilizan para su creación. Se trata de dos obras fundamentales que exploraron con seriedad y en forma profunda la esencia del cómic.

1001 CÓMICS. Este libro se encuentra bastante distante de esos ilustres intentos teóricos y de su nivel de análisis del fenómeno. Sin embargo, su aporte no resulta desdeñable, ya que se trata de una guía de extrema utilidad, tanto para aquellos que se asomen por primera vez al mundo de las viñetas como para los entendidos. El grueso volumen ordena en forma cronológica obras y autores desde 1837 hasta 2011, y además de incluir artistas de los lugares más previsibles, es decir, de aquéllos donde existe una consolidada industria editorial en la materia, como Estados Unidos, Francia, Japón o España, sorprende con la inclusión de otros de orígenes insospechados como India, Finlandia, Grecia, Australia o Egipto. Lo de la iraní Marjane Satrapi no resulta ninguna sorpresa, dada la repercusión mundial de su extraordinaria Persépolis, obra que además fuera llevada al cine.

La edición general estuvo a cargo de Peter Gravett, uno de los más importantes especialistas de la historia del cómic, quien contó con la colaboración de expertos de distintos países. El prólogo pertenece al cineasta Terry Gilliam, quien rememora con ironía su niñez, con un recuerdo especial para la revista Mad, cuya editora era justamente EC Comics.

El panorama que despliega la obra es bastante completo, abarcando desde los superhéroes hasta el cómic experimental, pasando por el humor, la fantasía, el cómic histórico, la ciencia ficción y el erotismo. No sólo reseña obras universalmente consagradas, como Sandman, Watchmen, Maus o Corto Maltés, sino que también rescata joyas semidesconocidas como el entrañable Silencio, del belga Didier Comès, o Pinocchio, la cruel relectura del clásico de Collodi que realizó el francés Winshluss. El artista más citado, con doce entradas, es el británico Alan Moore, sin dudas el mejor guionista contemporáneo, autor entre otras, de maravillas tales como Watchmen, From Hell, Lost Girls, The League of Extraordinary Gentlemen y V de Vendetta. También está presente el inigualable Alberto Breccia, quien si bien desarrolló todo su obra en Argentina, nació en Uruguay.

En el debe habría que señalar las omisiones en que indefectiblemente incurren emprendimientos de este tipo. Aún admitiendo que resulta imposible dejar a todo el mundo satisfecho, existen sin embargo presencias ineludibles, artistas que no debieron faltar. Para el lector rioplatense rechinan con demasiada fuerza las ausencias de tres creadores mayúsculos como los argentinos Horacio Altuna, Carlos Trillo y Juan Giménez. Sobre todo porque (y eso debe achacarse al "experto" que se ocupó del cómic contemporáneo relativo a Argentina) sí se optó por incluir a su compatriota Liniers, muy popular entre las féminas pero muy lejos del sólido reconocimiento internacional y, sobre todo, de la estatura artística de aquéllos. Un detalle menor es el por lo menos discutible criterio utilizado a la hora de encasillar las obras. A vía de ejemplo: un drama como Silencio dista mucho de pertenecer al género bélico, así como Bois Maury pertenece sin dudas al género histórico y no a la fantasía, como fue clasificado.

1001 Cómics que hay que leer antes de morir, de Paul Gravett. Grijalbo, 2012. Barcelona, 960 págs. Distribuye Random House Mondadori.

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