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Siria se puede dividir

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CLAUDIO FANTINI

Cuando los comunistas derrotaron al Kuomintang, los vencidos no capitularon sino que se atrincheraron en Taiwán, produciendo una secesión que rige hasta hoy, de facto, aunque el mundo no reconozca en términos jurídicos la independencia de la isla.

Algo similar podría ocurrir en Siria si el régimen es finalmente derrotado. Y más allá de la retórica internacional, la partición territorial tendría buena acogida porque evitaría que sufran pogromos, masacres y deportaciones tanto la minoría religiosa que conformó la elite del poder, como las que colaboraron con el régimen del Partido Baas, porque su carácter secular las ponía en pie de igualdad con la mayoría sunita.

Desde el golpe que entronizó a la familia Asad en 1970, los alauitas (12% de la población) rigieron por sobre los sunitas (más del 70%). Si esa mayoría que fue marginada y reprimida finalmente se impone en la guerra civil, los alauitas podrían concentrarse en sus tierras ancestrales del noroeste, donde están las ciudades costeras de Latakia y Tartús, creando allí un Estado gobernado por lo que quede del régimen.

Eso evitaría el etnocidio que podría producirse si la mayoría triunfal se toma venganza, incluyendo también a las minorías drusa y cristiana, a las que acusa de haber apoyado el régimen fundado por Hafez Asad y hoy defendido a sangre y fuego por sus hijos Bashar y Maher.

Un Estado alauita en el noroeste conformaría a Rusia, ya que en Tartús está la base naval sobre el Mediterráneo que construyó la URSS en 1971. También agradaría a los sunitas del Líbano, porque reduciría significativamente al régimen que tanta injerencia ha tenido en los asuntos internos libaneses; mientras que los chiitas y su partido-milicia, Hizbolá, preferirían que sus aliados alauitas queden reducidos territorialmente si la otra alternativa es la desaparición total.

Israel se beneficiaría con la reducción territorial de su peor enemigo fronterizo, que además debilitaría la proyección de Irán en la región. A su vez, Irak y Jordania se beneficiarían, porque la partición de Siria los libraría de la ola de refugiados que provocará la caída del régimen.

En rigor, sólo Turquía, Arabia Saudita y Qatar preferirían que no quede el más mínimo vestigio del Estado socio de los ayatolas iraníes. No obstante, tal resolución del conflicto podría derivar en una nueva guerra, porque Siria perdería su salida al mar.

Si el mundo decidiera evitar esa segunda fase del conflicto podría recurrir, como última instancia, a la creación de un territorio tan autónomo como el de los kurdos del norte iraquí, desde la caída de Sadam Hussein.

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