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De vergüenzas y dignidades

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Una foto publicada por nuestro diario hace una semana -en ocasión de la concentración de ambientalistas y de radicales frente al Edificio Libertad- muestra al Presidente Bush abrazando al Presidente Vázquez, ambos sonrientes, y una leyenda cruzando la imagen: "Vergüenza uruguaya". Al lado de esta foto, otra de Fidel Castro flanqueado por los presidentes Chávez y Evo Morales y, al pie, la leyenda "Dignidad de los pueblos!!!"

Es difícil encontrar algo más emblemático que represente el espíritu no progresista sino regresivo de una parte considerable de las tendencias políticas que campean en América Latina y, por consiguiente, del atraso en que está sumido este continente. No es una vergüenza, por cierto, que nuestro presidente tenga un contacto cordial con el primer mandatario de nuestro principal socio comercial. Es, en primer lugar, una actitud educada -ausente, por desgracia, en varios de sus colegas de esta parte del mundo- y es, también, una actitud moderna, realista y responsable que se adopta en defensa de los intereses básicos del país y que supera, como gobernante, el infantilismo izquierdista que se profesaba (y a menudo se sigue profesando) desde la oposición sistemática de otrora. Ese cambio es garantía de seriedad, y nos congratulamos por ello. Una y otra fotos componen un cartel que exhibe un participante protestatario que integra un grupo de unos 200 radicales que caceroleó, gritó consignas, quemó una bandera de EE.UU. e insultó al presidente y a ministros reunidos en el Edificio Libertad junto a representantes de todos los partidos y a dirigentes gremiales y empresariales en una clara demostración de consenso nacional en torno al problema de las plantas de celulosa.

Todo lo expuesto refleja el lamentable mapa que hoy nos ofrece la mayor parte de la región y nos da cuenta de su atraso. Quedan atrás el supuesto efecto negativo de la herencia hispánica y de la influencia del catolicismo. España, con su avasallante progreso, se encarga de desmentir estas presunciones.

Permanecen, sin duda -refiriéndonos al aquí y al ahora-, la presencia retrógrada del fundamentalismo marxista, el apego a recetas probadamente estériles y la veneración por fórmulas que convierten al individuo en una mera tuerca dentro del Estado omnipotente. Esta doctrina surgió en el siglo XIX pero, desde entonces, el mundo cambió como jamás lo había hecho en toda la historia de la humanidad; no obstante, esta gente continúa fiel a un pasado que sólo trajo dolor y muerte. Son los zombis de Latinoamérica: siguen pensando y actuando por sistemas en lugar de por ideas a tener en cuenta, falacia denunciada por Vaz Ferreira hace casi un siglo.

De Morales, casi nada se puede adelantar porque recién empieza su mandato. El tiempo dirá si a su país le convenía más nacionalizar la explotación de sus hidrocarburos o seguir con su privatización pero sometiéndola a contratos más justos para su pueblo. Chávez, por su parte, está operando como el gran benefactor del continente. Es que le sobran petrodólares, aunque su pueblo siga en la pobreza.

Recuerda al mítico Rey Midas, de Frigia, no porque un dios le hizo nacer orejas de burro sino porque otro dios lo condenó a convertir en oro cuanto tocaba. Se hizo fabulosamente rico pero estuvo a punto de morir de hambre porque también sus alimentos se convertían en oro.

En cuanto a Fidel Castro, nada se puede añadir sobre su megalomanía, sus fracasos económicos y su constante violación de los derechos humanos. ¿Será un ejemplo a seguir y a rendirle pleitesía -como lo hace la izquierda- o a condenar, como nunca se atreve a hacer?

Definitivamente, la dignidad de los pueblos no se obtiene a través de autoritarismo, de la insultante retórica mediática y de los proyectos faraónicos basados en lo que se escamotea al hombre común. Se la alcanza y consolida respetando los derechos individuales y abriéndose críticamente a las inversiones y a la tecnología del mundo entero, sin ideologizaciones limitantes, sin rencores destemplados y violentos y sin alardes mesiánicos propios de un tercermundismo esclerotizado e inoperante.

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