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“En medio año, el mundo se dividirá en dos mitades según lo bien que cada país controle la pandemia”

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Adam Kucharski

ENTREVISTA

El matemático Adam Kucharski reclama que países sean innovadores para evitar rebrotes y reimplementación de medidas estrictas hasta que no aparezca la vacuna

Adam Kucharski(Reino Unido, 1986) perdió la capacidad de andar con tres años. El diagnóstico: síndrome de Guillain-Barré. Quizá por eso, aunque estudió matemáticas y fue becario en bancos londinenses, acabó por centrar su carrera en el análisis matemático de los brotes infecciosos. En 2015 volvió a encontrarse con la enfermedad rara que había amenazado su vida de pequeño, esta vez en forma de brote en varias islas del Pacífico. El responsable era el –por entonces poco conocido– virus del zika. Kucharski se dedicó entonces a investigar la evolución de esta enfermedad y, posteriormente, la del ébola.

En Las reglas del contagio (2020) Kucharski explica cómo se transmiten y extienden las enfermedades, pero asegura que estas normas van más allá de virus y bacterias.

—¿Entendemos las reglas del contagio de la COVID-19?
—Entendemos ciertos patrones en su crecimiento, sobre todo conforme los países relajan sus medidas y vemos rápidos estallidos. Aun así, quedan interrogantes sobre la transmisión, por ejemplo, el papel de los niños y de la gente sin síntomas claros. La regla del contagiomás importante ahora mismo es lo rápido que podemos perder el control sobre los brotes. Hemos visto países que han bajado hasta los 10 casos diarios y ahora cuentan miles al día. Incluso si tienes al virus bajo control, enseguida puedes enfrentarte a una situación que requiera distanciamiento o confinamientos. Es crucial que encontremos formas de detener lo que está pasando y para ello vamos a necesitar innovar con mejores datos y respuestas. El gran cambio a partir de ahora será movernos desde reglas y tasas de crecimiento a escala poblacional a medidas de control mucho más locales.

—¿Cómo podemos saber la efectividad de las medidas de control?
—Es muy difícil saber exactamente qué está teniendo qué efecto, pero podemos mirar lugares que han aplicado medidas en secuencias diferentes. Por ejemplo, en Alemania los tapabocas se introdujeron en distinto orden en algunas áreas y eso hizo posible estimar el efecto de que la gente las lleve. Será muy importante aprender tanto como podamos de la variación que veamos entre países.

—En otras palabras, estamos inmersos en un experimento global queramos o no.
—Esencialmente, sí. Es un juego global de ensayo y error. Tenemos que entender las causas por las que algunos países relajaron las medidas demasiado pronto e intentar aprender lo más rápidamente posible cómo mejorar.

—Asegura que “en los análisis de los brotes, los momentos más importantes son aquellos cuando nos damos cuenta de que estábamos equivocados”. ¿Cuándo nos dimos cuenta de que estábamos equivocados con COVID-19?
—Hubo dos momentos muy importantes que cambiaron nuestra visión de un brote pequeño a un problema mucho mayor. Uno, al principio. Los números reportados en China eran bajos, pero por cómo se habían exportado a Tailandia y Japón supimos que estábamos frente a algo inusual. Otro, ese par de días de febrero en los que Italia reportó brotes a gran escala. Hasta entonces habían estado muy centrados en Asia, pero que la transmisión hubiera ocurrido tan ampliamente sin haber sido detectada sugirió que estábamos ante un problema muy grande.

—Los investigadores que han intentado modelizar y predecir la evolución de la pandemia han sido muy criticados.
—Vemos titulares que dicen que los modelos están equivocados o son correctos y esa no es la cuestión. Los modelos contestan preguntas muy concretas. Existe la idea de que son bolas de cristal que pueden darnos todas las respuestas, cuando los investigadores los usamos para mirar un conjunto de posibilidades muy específico, como qué pasa si no se toman medidas de control.

—¿Qué pasó con los modelos para que al principio se pensara que esperar a la inmunidad de grupo era una opción?
—La gran limitación inicial fue la falta de datos disponibles. En Europa muchos países no tenían ni idea de su número de casos. Cuando miramos los datos genéticos disponibles ahora, está claro que había transmisión sin detectar entre países a finales de febrero. Aun así todavía no sabemos cuál es la estrategia apropiada. Si pones en marcha intervenciones muy fuertes, como los confinamientos, necesitas un plan para después, pero no está claro cuál es la solución a largo plazo para muchos países.

—¿Falta la imagen completa?
—Sí, muchos países no tienen una estrategia de salida y han relajado sus medidas para luego tener que reintroducirlas. Como todavía son susceptibles, vamos a acabar en un ciclo en el que estas medidas son implantadas y relajadas repetidamente, quizás hasta que tengamos una vacuna.

—¿Debe preocuparnos esta posibilidad?
—Es preocupante cuando miramos lo rápido que ocurren estos estallidos. Si la vacunano está disponible hasta dentro de uno o dos años, es demasiado tiempo adoptando medidas de control drásticas. Necesitamos innovación para no repetir confinamientos de manera cíclica durante el próximo año. Si solo te centras en las infecciones, es muy fácil confinarse durante un año y acabar con la epidemia, o hacer un rastreo de contactos muy riguroso que identifique todos los casos. Pero existe una realidad en la que hay que implementar las estrategias teniendo en cuenta los efectos sociales y sanitarios de la restricción de movimientos. Si las medidas no son sostenibles, habrá un efecto dominó en el brote.

Por cuánto tiempo

“Lo que suceda a continuación dependerá de lo buena que sea la vacuna. Lo ideal sería que fuera muy efectiva, pueda mantener la transmisión bajo control y podamos dársela a mucha gente. En ese caso podríamos volver a la normalidad con bastante rapidez. Pero pienso que lo más probable es que necesitemos aplicar otras medidas. Creo que el coronavirus será una amenaza global para el futuro próximo”.

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