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Margarita Musto: "'Pepita la pistolera' me dio la certeza de lo que quería para mi vida"

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Margarita Musto, una artista que cree en el teatro como vivencia.

ENTREVISTA

Antes del reestreno de "La mesa" en la sala Zavala Muniz, la actriz repasó su carrera con El País y recordó su trabajo en "La historia casi verdadera de Pepita la Pistolera".

La vida siempre da revancha. Solo alcanza con tener los ojos los suficientemente abiertos y la convicción de que nunca es tarde para un cambio. “¿Quién dijo que todo está perdido?”, insistía Fito Páez en “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, y, para quien no lo sabe, hay mucho de eso en La mesa, la premiada obra del británico Stewart Pringle que se reestrena mañana en la Sala Zavala Muniz del Teatro Solís. La actitud puede sonar edulcorada, pero solo se necesita repasar el argumento de la obra protagonizada por Margarita Musto y José Luis Morales para comprenderla.

El desarmado de una vieja mesa con caballete —ese objeto inanimado, pesado y opaco— es todo lo que se necesita para cambiar dos vidas, la de Luis y la de Marga, que cada jueves se cruzan durante unos instantes en un centro comunal. La diferencia entre ambos es abismal: el hombre preside la Comisión Pro Fomento del barrio, ella es instructora de zumba. Él es viudo y siente que está viviendo una vida póstuma; ella se siente más viva que nunca y se rige por los impulsos.

Sin embargo, hay algo que une a esos personajes jubilados. La excusa es el desarmado de esa mesa de caballete, que les permitirá desarrollar sus actividades, pero lo que inicia como una serie de brevísimos encuentros, muta hacia un vínculo que se identifica cada semana. Por lo tanto, surgen dos preguntas: ¿por qué dos personas tan disímiles eligen encontrarse? ¿Qué une sus caminos? Eso es justamente lo que busca descifrar La mesa, que se podrá ver este sábado y domingo en la Zavala Muniz (entradas en Tickantel).

Antes de su regreso, Margarita Musto dialogó con El País.

—En una entrevista mencionaste que el valor de La mesa está en el subtexto, en lo no dicho. ¿Ese espacio librado a la imaginación te permite encontrarle nuevos significados a la obra?

—Yo creo que sí. Cuando le encontraste la clave a la obra, te permitís que las percepciones pequeñas de la comunicación no verbal te traigan reacciones en el comportamiento de la gente. Y el público lo acepta porque hay una cosa inconsciente que empieza a surgir en el juego con el otro actor. Yo tengo que estar viva en el escenario y no quiero prever cómo lo va a vivir José Luis (Morales) porque cuando estás comprometido de verdad la obra es apasionante. Ahora, cuando no te pasa, la obra deja de ser peligrosa, y lo digo porque cada espectáculo tiene una zona peligrosa; eso es lo maravilloso de los actores de teatro: estamos en vivo y nos puede pasar cualquier cosa en el escenario.

—Imagino que cuando te comprometés de verdad con tu papel, vivís y te asombrás con cada diálogo como si lo vivieras por primera vez. ¿Estás de acuerdo?

—Totalmente. Además, ambos personajes son imprevisibles. El texto está muy bien escrito porque presenta a dos personas de más de 60 años que muestran que hablan de las emociones y las elecciones de vida que uno se permite a cualquier edad. La pregunta es: ¿puedo elegir todavía o las posibilidades se terminaron a los 35 años? Los dos son seres que sienten cosas que se le atribuyen a personas más jóvenes, pero ahí están ellos con sus broncas y sus celos. Tienen la sensibilidad y la fuerza a flor de piel. En la obra hay un parlamento en el que digo: “No vamos a estar acá abajo para siempre, entonces si uno ve algo que le interesa, entonces tiene que ir y agarrarlo. No lo podés dejar pasar”. Él es tan estructurado y estricto, y ella está tan vibrante porque se jubiló y dice: “Ahora empieza la vida”. Ellos abren un canal de comunicación profundo sobre sus necesidades y son personajes reconocibles porque todos tenemos un tío o una tía así.

—Recién citaste un parlamento de la obra sobre la necesidad de aprovechar las oportunidades. En el plano personal, ¿qué tan importante fue seguir tu impulso?

—He tenido que tomar muchas decisiones y desechar cosas, pero siempre tuve una vocación muy fuerte. Este es un oficio difícil de bancar y más si sos mujer; la vida de pareja es complicada porque no todo el mundo te la banca. Trabajamos cuando todos descansan o están de vacaciones; es un oficio de grandes costos, pero nunca hubiera podido renunciar a esto porque es una pasión. Disfruto y me sensibiliza tanto, que no lo siento como un trabajo cualquiera. Lo necesito. Nunca lo expuse así y es la primera vez que me lo hiciste pensar, pero realmente he tenido que tomar determinaciones en mi vida. Soy una persona que agarra cosas para darse la chance y sé que hay gente que, por estar estructurada o por su edad, no se anima a agarrar cosas que de verdad valen la pena. Pero hasta que no lo hacés, nunca lo vas a saber.

—Con tantos proyectos y años de trayectoria, ¿qué te seduce al momento de meterte en la vida de un personaje?

—Creo que hacerlo ensancha tu trayectoria vital, porque siempre vas comprendiendo a tu personaje con las herramientas que ya tenés. Me gusta esa noción de que no somos seres terminados y que somos capaces de todo. Yo creo que el actor tiene algo de chivo expiatorio porque el teatro te cuenta las grandes y pequeñas historias de la humanidad. Yo disfruto de actuar como un bailarín disfruta de bailar, y además siento que el teatro me da la sensación de que puedo comprender más la vida. Nadie sale impune de haber tenido contacto con las grandes obras y los grandes textos. Por ejemplo, si querés entender el poder, tenés que leer a Shakespeare; eso te brinda una formación para leer el mundo y comprender a los demás.

—Ya que hablás de la pasión por el teatro, ¿recordás el momento, como si se tratara de una epifanía, en que descubriste el efecto que produce la actuación en tu vida?

—Sí, tuve un momento de epifanía mientras hacía Esperando a Godot, de Samuel Beckett, y cuando terminó la obra me fui a llorar al baño de la EMAD porque esa función me produjo una emoción muy fuerte. Había una parte en que me puse a cantar y no podía terminarla; la seguí con desesperación y la gente, que primero se reía, se quedó callada. Cuando sentí esa ola de atención sobre lo que le pasaba al personaje, pensé: "Qué poder". A partir de ahí, me quedó esa emoción trancada. Recuerdo otro momento, cuando hice una obra para niños en el Notariado: estaba cantando una canción y de repente veo que por los corredores un niño se me acercaba. Llegó un momento en que estaba en el proscenio y me miraba fijo; era un chiquilín de la calle. Fue hace mil años, pero todavía me acuerdo de su mirada. Lo que sentí fue como un abismo y representó todo  lo que puede generar una obra. ¿Qué significó para él? No lo sé, porque es algo interno, pero me movió mucho el puente que tendimos ese día entre los dos. No me olvido más. 

—El año que viene se cumplen tres décadas de tu debut en el cine con La historia casi verdadera de Pepita la Pistolera. ¿Qué representó en tu carrera esa experiencia tan diferente a la del teatro?

—Fue una gran experiencia, aunque fue muy difícil para mí porque venía con características distintas a la del cine, pero el trabajo con (la directora) Beatriz Flores Silva fue muy importante porque me ayudó a abrir mi sensibilidad para vivir sensiblemente la actuación. También fue muy raro porque la gente me empezó a reconocer y me mencionaban en revistas y diarios, y yo siempre tuve que luchar contra una cierta timidez. Más allá de eso, fue una experiencia que me puso en contacto con mis posibilidades. De cierta manera, la película me dio la certeza de que esto era lo que yo quería para mi vida.

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