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Erica Rivas viene a Montevideo con un espectáculo sobre maternidad y los mandatos sobre las mujeres

El País charló con la actriz argentina sobre "Matate amor" la obra dirigida por Marilu Marini que se presenta este fin de semana en el teatro El Galpón

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Erica Rivas en "Matate amor"

"Hace mucho que quería llevar Matate amor a Uruguay”, le dice Érica Rivas a El País sobre la obra que viene protagonizando desde 2018 y a la que ya vieron en Madrid y Berlín, entre otras ciudades y que, sí, ya era hora que cruzara el río.

“Para mí es un regalo porque es una obra que amo hacer y que la gente la vea y nos transformemos con ese texto tan increíble, tan maravilloso”, dice Rivas. Es una adaptación teatral de Ariana Harwic sobre su propia novela y la dirige Marilú Marini, una de las grandes del teatro argentino y francés.

Habla, simplificándola al máximo, sobre una mujer padeciendo la maternidad al borde de un bosque en una tierra extraña. Es muchísimo más que eso y le permite a Rivas un despliegue actoral cuyos méritos han sido unánimamente elogiados. Tiene, dice, el alivio de apuntes de comedia.

Va este sábado a las 21.00 y el domingo a las 20.00 en El Galpón con entradas generales a 1.300 pesos; están en Tickantel.

Sobre lo que la conmueve, sus compromisos, los roles impuestos a las mujeres, Matate, amor y nada sobre Casados con hijos, Rivas charló con El País.

-Lleva seis años con esta obra que trae a El Galpón, ¿qué la interpela de ella?

-Hay algo que me conmueve y me convoca allí. Antes de hacerla ya me había pasado, y ahora actuándola y después viendo cómo va rebotando en mí con los cambios que he tenido en estos años, también. Se le van agregando capas.

-¿Cómo es ese personaje?

-Es una mujer que habla como en un presente que ya vivió. Está escribiendo desde el bosque, recordando momentos de su vida y la historia que la hizo llegar hasta ahí. Es algo que a mí me conmueve muchísimo porque me hace ver que todo el tiempo estamos recordando, como en una especie de tiempo paralelo, las distintas escenas que vivimos con nuestros seres amados.

-Y tiene la posibilidad de ser dirigida por Marilu Marini...

-Ay, sí, eso también...

-Cuénteme de ella

-Es muy hermosa. Uno la ve y pareciera que es una cosa de mucha luz y bondad pero además tiene humor, es cínica, graciosa, también oscura. Es muy alucinante porque inspira benevolencia y bondad en el trabajo, pero también tiene una cosa como runfla.

-¿A quiénes considera sus maestros?

-A los que siempre vuelvo a convocar -algunos más, otros menos- son Augusto Fernández, Martín Adjemian, Lito Cruz, David Di Napoli, Miguel Cardela, mi primer profesor. Pero también te podría decir mi maestra de quinto grado, Mirta Ramírez, que me ayudó a entender cómo era eso de corporizar algo que estaba observando. Y después están aquellos que me siguen reflejando en la literatura, en sus escritos. Marosa Di Giorgio, por ejemplo, está todo el tiempo sobrevolándome. Hay momentos en los que quizás dejo su libro por un tiempo en la mesa de luz y no lo abro, pero no pasa mucho sin que vuelva a revisarla.

-Cuando pienso en su carrera, más allá de los hitos populares, me surge la libertad con que ha encarado su profesión, la idea de que hace lo que se le antoja. ¿Es así?

-Gracias por decirme eso. La verdad es que eso fue una conquista. Siempre sentí que estaba muy domesticada: buena alumna, buena hija, siempre tratando de hacer las cosas bien. Y esto, sobre todo en las mujeres, de hacer lo que te da la gana, siempre te hace pensar que en realidad te estás portando mal, que no estás haciendo bien las cosas, porque una tendría que ser una buena madre, una buena hija.

-Y ganar esa libertad, ¿cómo cambió su acercamiento a la actuación?

-Me di cuenta de que mi deseo de ser actriz tenía que ver con cómo pasaba por mi cuerpo una energía o una forma de habitar el mundo que estaba observando, y que quizás me imaginaba de esa observación. Pasarla por el cuerpo es la parte en donde aparecen mis maestros, las lecturas, los ensayos, las cosas con las que me formé. Pero después está la parte en donde aparece el otro que percibe lo que estoy haciendo y al que le pasan cosas. Y esas cosas que le suceden es lo que me completa. Y ahí tengo un compromiso de no hacer daño y de que lo que pueda dar sea lo más puro, dentro de mis capacidades y con mis errores, para que este mundo sea mejor. Me tocó ser una artista popular y siento un compromiso.

-¿Ese compromiso pasó por hacer reír?

-Sí. En la primera parte de mi carrera era hacer reír, aunque no me llamaban siempre para eso. Esa descarga de la angustia existencial que es reírse con otro, para mí era muy benevolente para con el mundo.

-Hablábamos de los roles impuestos a la mujer y Matate amor habla sobre la maternidad. ¿Cree que es un tabú, aun para el feminismo, plantarse frente a ser madre?

-Totalmente. Es increíble que después de tantas olas feministas en donde intentó ser más o menos derribado, siga ahí. En realidad, la lucha es que no nos vean como parte de los objetos que generan más y más seres que consumen. Para eso todo el tiempo nos estamos rebelando, y una de las formas es pensar que la maternidad no es lo que nos completa. Y eso es algo medio difícil porque también el psicoanálisis aportó a esa visión de nosotras: de hecho todas las disciplinas hicieron que nos sintamos mal si no somos funcionales a ese parámetro.

-¿Cómo lo encara la obra?

-Una lee cosas y, sobre todo si empezás a estudiar sobre feminismo, empezás a ver que esto es una programación para toda la sociedad, pero principalmente para nosotras. Y nunca había leído una historia ficcionada sobre esto que nos pasa cuando somos mamás. Sobre ese desfasaje de sentido que se te aparece y que a veces tiene forma de eso llamado la depresión postparto, el choque tremendo entre lo que se dice que tenemos que sentir siendo madres y el momento en el que te encontrás teniendo que criar, cuidar que no se muera y encima tener que hacerlo todo con una sonrisa. Es todo una mentira, y en ese desfasaje aparecen todas estas cosas que nos hacen otra vez a nosotras patologizarnos por lo que en realidad tendríamos que sentir. Pero después abrís la puerta y empezás a decir lo que te pasa y ves que las otras mujeres sintieron lo mismo. El personaje de la obra no solo es mamá, sino que además es una persona muy culta, una escritora en ciernes, a la que nadie la puede escuchar porque habla en otro idioma. Es muy interesante que esté metida en la campiña francesa, que es como el territorio del colonizador. Es una cautiva. Pero eso es lo que sentimos y a mí me parece muy alucinante que Ariana lo haya puesto así en este texto.

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