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Con David Gaitán, director de "La opera de dos centavos": "Lo intocable no tiene nada que ver con lo teatral"

El prestigioso creador y dramaturgo mexicano dirige la obra de Brecht en una coproducción de El Galpón y la Comedia Nacional

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La opera de dos centavos
Foto: Alejandro Persichetti

Estrenada en 1929 en Berlín, La ópera de dos centavos es uno de los grandes clásicos de la literatura del siglo XX, una representante de la vanguardia de los 20 alemanes y un resumen de algunas de las propuestas visuales, políticas y teóricas de Bertold Brecht. David Gaitán, quien ya ha presentado puestas en Uruguay, dirige una versión colaborativa entre la Comedia Nacional, El Galpón y la Banda Sinfónica de Montevideo que respeta y relee el texto original. Las funciones son sábado a las 21.00 y domingo a las 19.30; Tickantel.

-¿Cuáles fueron sus exigencias para la puesta?

-No diría exigencia, pero en un momento planteé interés en que se me permitiera retrabajar el texto para ver cómo reaccionaba la historia original con el presente y, en función de ese análisis, ver hacia dónde valía la pena correrla. Además era consciente de que son dos instituciones muy fundamentales del teatro uruguayo con maneras muy particulares de trabajar, por la naturaleza de cada una de ellas.

-Y es una obra importante para El Galpón...

-Sí, había que retrabajar un montaje emblemático para Uruguay y El Galpón en particular. Sé del exilio que tuvo la gente de El Galpón en México, cómo se les recibió y la vuelta que tuvieron. Era un proyecto que se llenaba de simbolismo por muchos extremos. También en algún momento planteé mi interés de que la versión que estaba imaginando tuviera un acento en el elenco joven de ambas instituciones, y también respaldaron esa idea.

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David Gaitán

-¿Cómo fue el proceso de ensayos?

-El primer adjetivo que me viene es decir que fue intenso. Sabíamos desde el inicio que teníamos un proyecto con un aliento muy alto, como todo Brecht, pero con La ópera de dos centavos aun más. Nos entusiasmaba el nivel de complejidad, pero tuvimos muy claro, que la norma era que no teníamos tiempo que perder. Ensayamos de seis a siete veces a la semana entre cuatro y seis horas y con actores, como todo el teatro independiente, con una vida laboral que atender. Eso obliga en cada ensayo a reafirmar por qué se quiere hacer teatro y por qué se quiere estar ahí. Y eso fue haciendo el proceso más intensivo a favor de la obra. Fue muy emocionante.

-La obra tiene un fuerte contenido político. ¿Cómo dialoga con el presente?

-Esa es su gran identidad: ser no sé si un golpe necesariamente político, pero sí social, de conciencia. O sea, Brecht en su máxima expresión aterrizando en una crítica muy voraz al capital que acá buscamos mantener y actualizar. Tratar de problematizar cuál es la relación que ahora tenemos nosotros con el capital y con el capitalismo, y cómo a veces, sin darnos cuenta, permitimos que ese sistema nos genere enemigos innecesarios. Y no sólo eso, sino que además todo aparato crítico contra el capitalismo es muy susceptible de ser cooptado por el propio capital. Tratamos de jugar mucho con esa ironía con los textos y con frases contestatarias instauradas en una remera que ahora está a la venta.

-¿Cómo debe ser el acercamiento a un clásico así de grande como La ópera de dos centavos?

-Hay quienes se acercan a los clásicos con el deseo de honrar la clase que recibieron en la escuela sobre ellos. De honrar a sus maestros, una época, un estilo, una forma de contar historias y que encuentran en esa experiencia teatral una posibilidad de movilización de conciencias y de energía y una aventura emocionante. Y eso es absolutamente legítimo, como el impulso que suelo tener yo que es acercarme con la voluntad de entender por qué son clásicos, por qué mantienen su vigencia y cuáles son las preguntas fundamentales que se mantienen y si se relacionan con nuestro presente. O que ya no se relacionan. Ver si eso es un problema o una virtud, y articular una obra de teatro que ponga esa relación con el presente sobre la mesa. El gran deseo siempre tiene que ser el presente. No entiendo a los dramaturgos y las dramaturgas que se niegan a que sus textos sean modificados como si la Tierra no siguiera girando. Los clásicos hay que verlos como material intervenible, moldeable, porque son clásicos justamente porque se pueden mover. Si no, el riesgo es que se conviertan únicamente en tótems intocables. Y lo intocable no tiene nada que ver con lo teatral.

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