En los últimos dos años, cuatro de sus obras han surcado la cartelera montevideana y una quinta, Yo también quiero ser un hombre blanco heterosexual, prepara su estreno para mayo. ¿Qué dice eso de Carla Zúñiga, chilena, una de las dramaturgas más provocativas y trascendentales del teatro latinoamericano de hoy? Ella no sabe. Especula, con una risa tímida, con que hay “una conexión”. Y no más. Después, como hace con todo lo que escribe, suelta: pasa demasiado tiempo en los enredos de su propia cabeza como para explicar aquello que ya logró entregarle al mundo.
Tras cinco semanas de trabajo arduo en Uruguay, Zúñiga estrenó Díptico, el primer título de la temporada 2024 de la Comedia Nacional, que va de jueves a domingo en Sala Verdi (Tickantel). Son dos textos interpretados por Lucía Sommer y Alejandra Wolff: Un montón de brujas volando por el cielo, comedia negra, y La violación de una actriz de teatro, tragedia. La experiencia es abrumadora.
A diferencia de lo que había ocurrido con La trágica agonía de un pájaro azul, el texto suyo que la Comedia Nacional estrenó en 2022 y que dirigió el local Domingo Milesi (lo otro que se vio de Zúñiga fue Historias de amputación a la hora del té, en El Galpón), esta vez la propia autora vino a encargarse de la dirección. Fue su primera vez en Uruguay.
La tarde antes de volver a Chile y todavía con el fuego del estreno en el cuerpo, Zúñiga, que lleva la rabia como escondida bajo un manto de suavidad, charló con El País. Este es un extracto de la conversación.
—En el programa de Díptico se menciona la necesidad de hacer el texto uruguayo “sin hacerlo demasiado coloquial”. Las obras no caen en uruguayismos.
—No, pero los chilenismos precisamente, que no se entendían acá, había que cambiarlos. Así que eso fue lo que hicimos. No había tantos, pero hay algunas cosas y las actrices me ayudaron a escoger las palabras.
—¿Por ejemplo?
—Garabato (se ríe). Casi todo lo que cambiamos eran ofensas.
—¿Cuál es el mayor desafío de presentar un díptico en este orden, y pasar del registro de comedia negra al que la gente reacciona con mucha risa, a la cachetada de La violación de una actriz de teatro?
—Teníamos muchas dudas del orden, de qué obra se presentaba primero. Yo estaba convencida de que era primero La violación de una actriz de teatro y después la otra y claro, Gabriel (Calderón, director de la Comedia) me decía: “Después de ver esa obra uno como que se quiere ir a la casa”. Y sí, tenía razón. Además la primera obra le sirve a la actriz para cargarse de eso. Pero para las actrices es tremendo desafío, y para todos, pensar cómo pasamos de una obra a otra. Yo tenía dudas. En el fondo me interesaba que se entendiera rápidamente el código; no es el mismo lenguaje.
—Tus obras tienen nombres muy singulares, en general muy extensos y casi siempre metafóricos, y acá elegís enunciar La violación de una actriz de teatro, lo más literal del mundo. ¿Por qué?
—Al principio esa obra tenía un nombre mucho más poético, pero después leyéndola me di cuenta de que es la obra más panfletaria que he escrito, que tiene un mensaje muy directo. Tiene cosas muy poéticas y otras muy crudas, pero eso es por el ejercicio general de la obra que tiene que ver con la importancia de nombrar: de nombrar las cosas que nos pasan, nombrar los episodios de abuso, los episodios de violencia, hablar de eso. Y justo leí La violación de Lucrecia (de Shakespeare) y dije: está bueno ese nombre, debería tener un nombre que hable de nombrar. Y por eso se llama La violación de una actriz de teatro, que en general causa mucho rechazo, por distintas razones. Obviamente que una persona que ha sufrido abuso no sé si va a querer ver la obra, o tal vez sí; también está el morbo de pensar que hay una violación en escena, que es algo que me preguntan mucho. Y hay algo como del medio teatral, y es porque lamentablemente en todos los lugares donde hemos mostrado la obra ocurre lo mismo. Y es muy triste enterarse de que eso pasa en todos los lugares del mundo.
—Este díptico habla de temas que atraviesan tu obra: la violencia, el ser mujer, el suicidio, la muerte. ¿Hay un universo Carla Zúñiga?
—Sí y no, porque uno va pasando etapas. Creo que en principio tuve una etapa mucho más grotesca y de comedia, y ahí está La trágica agonía del pájaro azul, Historias de amputación a la hora del té, Sentimientos. Y esta es como una etapa pospandemia, y creo que mi cabeza cambió. Dejé de escribir acotaciones tan largas, los personajes ya no tienen nombres, no sé bien qué significa eso. Quería hacer obras más pequeñas, con menos personajes; como que solo había estado haciendo obras con 12 personajes, y eso es caótico. Entonces me interesaba quedarme en un espacio. Y estas dos obras casualmente las escribí en pandemia, y son bastante similares entre sí. Las dos son dos mujeres y un solo acto, pero tienen de lo que siempre me ha interesado.
—¿Solés escribir en carne viva?
—Sí. La violación de una actriz de teatro la escribí a partir de que se destapó que un compañero mío de la universidad había abusado y violado a muchas, muchas, muchas mujeres, una cosa bien horrenda. Y tenía tanta rabia, y tenía ocho meses de embarazo cuando esto pasó, y me entero de amigas que yo amaba y que habían sido violadas por un monstruo que había sido mi compañero de universidad… Tenía tanta rabia que escribí la obra en dos días. Y por eso también es más panfletaria, es más dura, no tiene tanta poesía.
—El calificativo “panfletario” está mal visto. ¿Te lo apropiás?
—Sí, es lo que es, porque a veces no alcanza la poesía, tenemos que decir lo que queremos decir, y está bien. Son ejercicios; uno puede querer y no querer hacer eso, y en ese momento yo quería hacer eso. Me parece bien, es la indicación que le doy a la actriz también: este texto es para el público, dilo hacia allá.
—¿Tu teatro siempre tiene un propósito?
—Sí, es que en general yo siempre tengo mucha rabia con todo, soy muy rabiosa. Soy muy rabiosa y muy atormentada también con las cosas, entonces siempre existe un deseo de hablar de ciertos temas. Tengo mucho problema con la impunidad, con la impunidad de los hombres. No sé si se puede hacer mucho realmente, porque esos hombres no van a ir a ver mi obra, pero al menos intento ocupar ese espacio mínimo que tengo, y hablar de eso... Está ese deseo de que en la vida no lo puedo resolver: ya, bueno, al menos que acá que pase algo.
—¿Qué público va a ver tus obras? ¿Qué hombres van?
—No muchos hombres van a ver mis obras, en Chile al menos. Van los hombres a los que les interesa hablar de esos temas o pensarlos, las disidencias también. En general el público que va en Chile son disidencias y mujeres… (Piensa) Está bien. No me importa, no me importa. Seguro que tienen mil obras para ver… Que hablan de hombres y fútbol.
—En La violación... ponés en primer plano el sentimiento de culpa de las víctimas y el mundo que una persona abusada puede llegar a construirse para tratar de convivir con lo que le ocurrió. ¿Cómo entraste a ese terreno?
—Muy a partir de mis vivencias y de mis historias de abuso. Algo que me llama mucho la atención es que de todos mis episodios de abuso, no estoy segura de ninguno; me llamaba la atención ese estado de irrealidad en que quedaban esos episodios, como que no nos creyéramos a nosotras mismas. Eso me inquietaba mucho: ni siquiera yo misma me creo, menos le voy a creer a una mujer que me está diciendo eso. Y lo poco que le creen a las víctimas. Siento que hay una preocupación mayor de que se acuse injustamente un hombre a que haya una víctima a la que no se le cree. Eso me genera mucha rabia y angustia.
—Cristian Alarcón, otro autor chileno, plantea la pregunta de si lo que uno escribe es literatura o es catarsis. Cuando se escribe desde la víscera, ¿qué te hace a vos saber que es literatura, que es dramaturgia?
—Es complejo eso, porque cuando una escribe dramaturgia, sí, el texto uno lo puede editar y se puede leer, pero hay un paso que viene después, porque ese texto fue escrito para ser representado, entonces no queda vivo solo en el papel. Hay un cuerpo que lo tiene que decir, sobre todo si hablamos de abuso. Es inevitable que exista esa necesidad de que se ponga ahí en escena, y ahí aparece la catarsis. En el teatro. A mí me gusta la literatura, pero lo que me apasiona es el teatro, entonces escribo mucho pensando en cuál es ese cuerpo que va a decir ese texto. Yo soy actriz, no actúe más, pero actúo mucho cuando escribo. Y pienso mucho en la actuación, en cómo se va a actuar esa emoción, ese estado. Odio ese teatro que es como que alguien estornuda en el público y eso tiene más energía que lo que está pasando en escena. Lo odio. Me gusta que sucedan cosas. Me encanta la emoción a flor de piel, la intensidad. Y trato de escribir pensando en eso.
Odio ese teatro que es como que alguien estornuda en el público y eso tiene más energía que lo que está pasando en escena. Lo odio. Me gusta que sucedan cosas.
—Siempre estás trayendo a la escena temas que aún son tabú. ¿Qué es lo que más escandaliza?
—Creo que hablar del abuso. Hay mucho rechazo con ese tema. Está como mal visto que las mujeres hablemos de nuestras experiencias de violencia y de nuestros sentimientos, y me interesa mucho resignificar la histeria. Nos han dicho histéricas tantas veces por mostrar nuestras emociones, y no es verdad... No porque este personaje llore mientras dice el texto desgarrada estamos diciendo: sí, ella es histérica. Todo lo contrario. Y bueno, si alguien va a ver mi obra y encuentra que es la obra más histérica que ha visto en su vida, no me importa. Quiero resignificar esos espacios que nos han quitado a nosotras.
—Uno de los faros de la música uruguaya, Jaime Roos, habla del miedo que le tiene al autoplagio. ¿Te persigue ese fantasma?
—No, no lo tengo. Es que siempre hay tanto de qué escribir, están pasando tantas cosas en el mundo... O sea, yo escribiría más, para no enloquecer y porque siento que hay muchas cosas de que hablar. Y también una va envejeciendo y una obra que escribiste hace 10 años ahora jamás la escribirías así. Creo que hay tantas preguntas y cosas que al menos yo no logro entender de la sociedad y del mundo y de la vida, que siempre quiero escribir de eso que no entiendo, que no puedo manejar. Y hay muchas cosas que no puedo manejar.
—¿Escribís para tratar de entender, entonces?
—Sí, y para tratar de controlar, por eso escribo mucho de las cosas que me atormentan. Siento que estoy haciendo un acto psicomágico a través del que logro manejar algo. Es como hacer un Excel, que me encanta el Excel: escribo, armo las estructuras de las obras con Excel, porque siento que todo lo puedo controlar. Ahí, al menos, aunque sea una ilusión.