Crónica de The Cure en el Antel Arena: canciones tristes y llenas de energía rockera vinieron a pagar su deuda

La banda británica debutó en Montevideo y brindó un concierto que terminó ovacionado por un aforo completo que no paró de cantar los éxitos de Robert Smith durante dos horas y media.

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The Cure.
Foto: Leo Mainé.

Habrá sido saldar la deuda de ver a una de las bandas que forjaron la identidad musical de una generación u otra interpretación sociológica, pero lo cierto es que lo que The Cure dio en el Antel Arena fue un tremendo show de rock clásico. Son una gran banda en vivo conformada por veteranos de la escena que se conocen hace años: hicieron sonar el recinto como nunca.

El show del lunes abarcó todos los éxitos de la banda liderada por Robert Smith e incluyó algunos momentos que de no estar ahí hubieran aliviado las dos horas y media que se llevó la fiesta. Fueron por saciedad: hicieron 28 canciones.

El público era el previsible: básicamente el sector demográfico de los cuarentones y cincuentones que aún incluyen una Hering negra en su guardarropa. Acompañaron casi todas las canciones con coreografías que incluyeron tímidos descontroles, pasos nuevaoleros sin ensayar desde hace mucho tiempo y moverse como en un estado de trance. Mucho lente para la presbicia revisando celulares.

A las nueve en punto —lo que obligó a algún comentario sobre la puntualidad inglesa— The Cure fue ocupando un escenario del que dispusieron de lo lindo, y que incluía una pantalla de fondo donde se consiguieron algunos montajes interesantes.

La puesta en escena era la standard para esta clase de ocasiones e incluía dos pantallas verticales a los costados que daban mayor cercanía a la acción y destacaban los movimientos, principalmente de Smith, líder carismático y creativo, que fue recibido con el saludo que les dispensa a los gurús. Fue parco pero se lo vio agradecido.

Su mayor gesto fueron sus mohines tímidos tan característicos de su figura como el maquillaje algo corrido y ese peinado que se mantiene irredento. Tenía una remera que parecía decir Montevideo, pero es difícil asegurarlo.

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The Cure en el Antel Arena
Foto: Leo Mainé

Los otros destaques eran para Simon Gallup —el único junto con Smith de la formación original, allá por 1978—, bajista de actitud punk que es el sostén de la banda y el baterista, Jason Cooper, quien ocupa ese lugar desde 1995 y tiene momentos muy exigidos como una versión de "Burn" que estuvo entre lo mejor de la noche (junto con una versión de "A Forest" que nos dejó a todos bailando como si fuera 1984).

El guitarrista principal es Reeves Gabrels, legendario compinche de David Bowie y uno de los grandes sesionistas del negocio, y que acá aporta sonidos de guitar hero ruidoso. La banda se completa con Perry Biamonte en teclados (está ahí desde 1992) y Mike Lord, un ingreso de último momento, también en teclados.

Suenan con una precisión acojonante y una contundencia que se explica con el afiatamiento de una banda que juega, desde hace tiempo, en las grandes ligas. Es el soporte de la voz llena de inflexiones de Smith, que se ha convertido en marca registrada de The Cure y que conserva esa mezcla de aspereza y ternura.

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The Cure en el Antel Arena
Foto: Leo Mainé

El setlist, el mismo que vienen repitiendo en todo su Shows of a Lost World (la gira mundial que los ha vuelto a posicionar en el circuito de las grandes bandas en vivo), incluyó todas las canciones conocidas, que son un montón, y ante las que el público, que había agotado todo el recinto hacía meses, pareció rendirse sin condiciones.

Hubo momentos en que la cosa se desvió hacia territorios más personales que colectivos, pero el segundo bis dejó a la parcialidad entregada y convencida: cerraron el show con una seguidilla contudente con "Lullaby", "The Walk", "Friday I'm In Love", "Why I Can’t I Be You", "Close to Me" y una despedida con "Boys Don’t Cry" coreada a todo pulmón y que dejó a la platea enardecida y a Smith tirando saludos de agradecimiento y gestos de emoción sincera, antes de hacer mutis por el foro. Prometió volver, pero esas son cosas que se dicen en circunstancias como esas.

Ya había dejado a un pueblo contento. Robert Smith regaló una fiesta a tracción a sangre, recordándonos no solo que alguna vez fuimos jóvenes sino también lo poderoso que aún sabe ser el rock.

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