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Recuerdo: Lucas Sugo y Chacho Ramos analizan el éxito y el legado de Mario Silva

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Mario Silva

OBITUARIO

Tras la muerte del cantante de clásicos como "El reloj cucú", "Pídeme la luna" y "Te deseo a morir", Lucas Sugo y Chacho Ramos repasan la vida de "El Rey Romántico del Uruguay"

"Soy un romántico, un tipo que le canta al amor y a la vida”, aseguró Mario Silva durante su paso por Memoria Tropical, el ciclo de documentales de TV Ciudad. Y el “Frank Sinatra del Norte del Río Negro”, como se lo conoció y que falleció el miércoles a los 68 años, fue un verdadero maestro del asunto. En su paso por Grupo Mogambo y Sonido Profesional, y luego con su carrera solista, se ganó al público al fusionar el ritmo de la charanga con las letras “con contenido”, como definió en varias entrevistas.

“Soy como un cupido de la música tropical”, comentó el hombre con cabellera al estilo de Jim Morrison y Ron Wood, al analizar su impacto en la vida de sus seguidores. Y ese repertorio que atravesó amores, alegrías, despechos y abandonos se convirtió en la banda sonora de varias generaciones. La gente le decía que se enamoró con sus canciones, que superó una desamor con sus interpretaciones y que sus discos generaron instancias de encuentro entre padres e hijos. No hay mejor legado que ese.

“La primera vez que se utilizó la expresión ‘ídolo’ entre pares de la música tropical del interior fue con él”, le comenta Lucas Sugo a El País. “Con él descubrimos que un colega podía llegar a tantos corazones”, agrega el artista que en 2002 reemplazó a Silva al frente de Sonido Profesional.

Pero, eso sí, el cariño incondicional del público no fue inmediato. Silva, que falleció en un hospital de Melo tras una serie de complicaciones médicas, debió atravesar varios cambios antes de consagrarse como ídolo popular. Su carrera empezó en su Montevideo natal versionando rock pesado en varios grupos —clásicos de Led Zeppelin, Deep Purple y Ten Years After eran obligatorios en sus shows— y se transformó cuando empezó a salir en carnaval con la revista Musicalísima y a cantar con orquestas de música tropical.

Si bien había generado un público en la capital, la pieza que le faltaba para consagrarse estaba en el interior; más precisamente en Artigas. Silva, que además de cantar trabajaba como funcionario en OSE, fue enviado por la empresa estatal al extremo norte del país tras un viaje a Buenos Aires. El plan era quedarse un tiempo, pero algo en el ambiente lo cautivó. “Me gustó tanto esa zona que me quedé”, recordó.

A mediados de los ochenta, le llegó el momento de brillar. Apareció como invitado para cantar tres versiones del “Puma” Rodríguez en un show del grupo Hawaii, llamó la atención de unos cuantos. Al poco tiempo estaba al frente de Grupo Mogambo, su primer gran proyecto, y empezó a crear su sello. “Cuando llegué a Artigas, todos copiaban lo que se hacía en Montevideo. No descubrí América, pero me di cuenta de que podía cantar letras de nivel con ritmo bailable”, comentó.

Para cuando entró a Sonido Profesional, el fenómeno terminó de gestarse de la mano de sus versiones de “Una lágrima sobre el teléfono”, “Te deseo a morir”, “Te quiero” y, claro, la inoxidable “Pídeme la luna”.

“Marito fue el hombre que le aportó sentimiento y romanticismo a la cumbia del interior”, comenta Sugo. “Nosotros veníamos de la influencia de Los Wawancó, que eran letras pensadas para el baile, pero la primera vez que escuché letras con sentido y una muy buena interpretación fue con él. Sumó muchísimo al género tropical, porque una cosa es bailarlo y otra es sentirlo”.

Chacho Ramos, otra de las figuras de la música tropical del interior, coincide con Sugo. “Su estilo es único”, comenta. “Y a veces no pasa por los arreglos sofisticados ni las grandes orquestaciones;pasa por saber transmitir una canción que desde el punto de vista armónico sea sencilla. Uno puede interpretar una canción de una forma, pero hacérsela llegar al público es otra cosa; hay que tener un don para eso. Y Mario lo tenía”.

“Era un intérprete de verdad y tenía una lágrima en la voz”, agrega Sugo. El compositor de “Cinco minutos” lo describe muy bien: en clásicos como “Te deseo a morir”, “El reloj cucú” y “Dónde está mi papá” irrumpía cantando suave, como quien canta al oído, para generar una complicidad con el oyente. Luego, en el estribillo, dejaba salir el máximo compromiso con una voz que emociona de inmediato. “Dejaba que el corazón utilice las cuerdas vocales como guía para llegarle a la gente”.

Y el repertorio que seleccionaba tenía todo para cautivar a su público. “¿Quién no se enamoró? ¿Quién no sufrió por un amor?”, se pregunta Ramos. “Eran canciones comunes a un montón de edades, porque las personas viven de los afectos desde que nacen hasta que mueren; es de las cosas más importantes que tiene el ser humano. Y cuando se le canta al amor, hay un gran rango del público que se identifica, por eso lo seguía toda la familia”.

Pero la admiración en torno al “Rey Romántico del Uruguay” no dependió únicamente de su voz y de su presencia; su estrecha relación con sus seguidores fue esencial. “No pongas ninguna duda de eso”, asegura Ramos. “La forma de comportarse con el público fue muy importante. A veces, los artistas del interior hacemos 2000 kilómetros en tres días y llegamos realmente agotados a los espectáculos, pero tomarse el tiempo para sacarse una foto y charlar con la gente hace que te brinden su cariño”.

Sugo está de acuerdo con su colega: “Mario es sinónimo de una persona cariñosa con su público. Gracias a él me di cuenta de lo importante que es tener una sonrisa amable con la gente que te acompaña”.

Ya se lo dijo el propio artista a El País en 2014: “Si Mario Silva es alguien, es gracias a la gente”. Y, tras su muerte, es el público quien lo mantendrá vivo a través de sus canciones. No hay mejor agradecimiento que ese.

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