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"Bob Marley: la leyenda", una biopic incompleta que viene a recordarnos de qué son capaces las canciones

Se estrenó en cines uruguayos la película sobre Bob Marley, que dirige Reinaldo Marcus Green y retrata dos años en la carrera de una de las grandes leyendas de la música. ¿Cómo es?

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Kingsley Ben-Adir como Bob Marley en "Bob Marley: la leyenda".
Foto: Difusión

Era una inevitable combinación de factores. De un lado, la era de las biopics, con Netflix y sus aledaños haciéndolas de a montones y en todos los formatos, y con Hollywood apostando a ellas como un camino fácil hacia el éxito comercial. O por lo menos a la controversia, que siempre es sinónimo de conversación. Ahí, en los últimos años, estuvieron Blonde sobre Marilyn Monroe, Bohemian Rhapsody sobre Freddie Mercury, Rocketman sobre Elton John, Judy y Elvis y ahora Ferrari y después una de Amy Winehouse.

Del otro lado, Bob Marley, el héroe del reggae devenido en una de las marcas musicales más redituables, un hombre convertido en un imperio. Y ahí, a medio camino, Bob Marley: la leyenda, la película que llegó ayer a cines locales y que registra dos años en la vida de una de las figuras más populares de la cultura mundial.

Dirigida por Reinaldo Marcus Green, que venía de hacer la convincente Rey Richard con Will Smith como el complejo padre-entrenador de las tenistas Serena y Venus Williams, la película tiene a la familia Marley en la producción, lo que seguramente explique algunas decisiones. Por lo pronto, los matices de Rey Richard aquí brillan por su ausencia.

Bob Marley: One Love, así su título en inglés, es una biopic pero es también un recorte. Va de 1976, cuando Marley, ya leyenda local, tiene que abandonar una Jamaica prendida fuego tras un atentado por el que él, su pareja y su mano derecha terminan baleados, hasta 1978, cuando regresa a casa convertido en ídolo mundial. Lo que queda en el medio es su estadía europea, la creación del disco Exodus, la necesidad de esparcir un mensaje, una traición, un amor, un esbozo de su adolescencia e infancia.

Lo que pasó antes (su aparición y ascenso) y lo que pasó después (su muerte a los 36 años, en 1981) son una reducción de texto blanco en pantalla negra. Quién fue Bob Marley, una idea que deberá completar el público.

Correctamente ubicada en el estándar de una producción de Hollywood, la película —sobre la que hay una pretensión de éxito; aquí, por ejemplo, hubo premieres con música en vivo y más en dos complejos de cines— está protagonizada por Kingsley Ben-Adir, británico de madre trinitense y Ken secundario en el hit Barbie.

“Muchas de las personas con las que hablé en Jamaica desconfiaban de mí cuando llegué por primera vez. Y con razón. '¿A quién vienes aquí para hacer esto? ¿Quién eres?’”, le dijo a The Guardian en una entrevista reciente. “Y les decía: ‘Si fuera ustedes, sentiría lo mismo. Pero quiero hacerlo lo mejor que pueda (…) No me lo estoy tomando a la ligera’”.

Un esfuerzo basado en el estudio obsesivo de entrevistas y material inédito del músico, clases de canto —la voz de las canciones es la de Marley, pero el actor sí canta en las escenas de estudio— y su manejo del jamaiquino criollo o patois dejan en evidencia un compromiso que la crítica ha valorado con consenso. Su trabajo se luce en las secuencias de escenario, con los movimientos espasmódicos y los bailes tipo trance, y tiene como principal obstáculo unos dreadlocks que nunca dejan de verse como una peluca. Son, como la barba que lleva, más cortas y deliberadamente más prolijas, una versión glamurizada de un Marley que, de cara, es más un Lenny Kravitz de entre casa.

Es una de las fallas de una película que, con guion de Terence Winter, Frank E. Flowers, Zach Baylin y Green, siempre parece quedarse a la mitad: ni profundiza tanto en el personaje, ni muestra sus claroscuros (más allá de una pelea de pareja con Rita, que es la actriz Lashana Lynch en un buen papel), ni deslumbra con las secuencias musicales ni termina de explotar unas transiciones que apelan a la fantasía, ni indaga en la crisis política... Ni siquiera está tan mal.

Pero tiene la música.

Tiene la frescura de la composición del Exodus, un disco diseñado para llevarle el mensaje de Jah a un mundo en ebullición. Tiene la fuerza de esa versión de “War” en el concierto Smile Jamaica de 1976, o la contundencia de “So Jah S’eh”. Tiene la intimidad del fogón familiar en el que canta “Redemption Song”. Tiene un repertorio que conserva su poderío intacto: es imposible pasar por esta película sin quedarse ahí, perdido entre las canciones, tarareándolas 24/7 como si efectivamente fueran una estrategia de salvación.

Y aunque la biopic seguramente le llevará el mensaje y la obra de Marley a nuevas generaciones, al final termina hablando de otra cosa: no de un hombre y su historia, sino de cómo la música, en los peores contextos, puede hacer algo por la paz, traernos calma.

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