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Bayona con El País, sobre "La sociedad de la nieve": "Era muy importante contar esta historia con el corazón"

El director charló de su nueva película sobre la tragedia de los Andes, que se estrena en cines locales el 14 de diciembre y en Netflix el 4 de enero. Qué se le pegó de Uruguay y qué define a su cine.

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Bayona.
Juan Antonio Bayona.
Foto: Difusión

A Juan Antonio Bayona le tientan estas historias de superación, de resiliencia, de enfrentar la peor de las adversidades. Lo dejó claro, claro, en Lo imposible, su película sobre una pareja perdida, separada y herida en el tsumani de 2004. Y ahora confirma la tendencia con La sociedad de la nieve, la película sobre los 72 días de unos uruguayos caídos en un avión en las montañas y que se estrena en cines locales el 14 de diciembre, antes de recalar en Netflix, su productora, el 4 de enero. Es una versión costosa y emotiva de la historia que todos los uruguayos sabemos desde pequeños, hecha por uno de los grandes nombres del cine industrial actual.

Está basada en el homónimo libro de Pablo Vierci, quien recogió los testimonios directos de los sobrevivientes. Con el mismo título se había estrenado una película sobre la odisea dirigida por el uruguayo Pablo Arigón en 2007, aunque, hasta ahora, la versión más difundida del episodio era la que Hollywood produjo como Viven, dirigió Frank Marshall y que impulsó la carrera de Ethan Hawke.

Acá también, más allá del argentino Esteban Bigliardi (quien ha tenido papeles en el reciente cine de su país) y alguna fugaz aparición de Roberto Suárez, el resto de los intérpretes son novatos. El que más se hace notar es el uruguayo Enzo Vogrinic, quien protagonizó 9 e interpreta a Numa Turcatti; carga sobre sí con mucho del peso de la película.

Bayona va por todo y La sociedad de la nieve es un prodigio tecnológico y humano que consigue emocionar aunque se conozca todo lo que pasó. Hay una mirada cariñosa, ciertos inevitables amagues hacia la sensiblería pero siempre encontrando el lado más humano de la tragedia, algo que ya venía con el libro de Vierci.

En exclusiva para un medio escrito uruguayo, Bayona —quien tiene una carrera en Hollywood incluyendo participación en franquicias como Jurassic World o en series como la de El señor de los anillos— habla con El País de un proyecto que lo enamoró, de cómo fue estar en el lugar del accidente y qué hace cuando viene a Uruguay.

Bayona.
Bayona, el director de "La sociedad de la nieve".
Foto: Difusión

—Ha estado rodeado de uruguayos todo este tiempo. ¿Hay algún modismo o costumbre que se le haya pegado?

—(Se ríe) Unos cuantos, unos cuantos. Cada vez que llegó a España ya todo el mundo se extraña cuando me oyen decir “acá”, “tá” y cosas así.

Y ha venido un par de veces a Montevideo. ¿Ya tiene alguna costumbre local?

—Lo que pasa es que cada vez que he ido, lo hice con una agenda apretadísima. Incluso cuando rodamos, tuvimos jornadas de trabajo muy demandantes. No he podido disfrutar tanto pero, eso sí, me fui a comer un chivito al Arocena. ¡En la película se lo menciona!

—¿Cuánto descubrió que no sabía de lo que se vivió en los Andes, a partir de su involucramiento con el tema y, principalmente, de su relación con los sobrevivientes?

—Fue a partir de la lectura del libro de Vierci, que arranca por un deseo de los supervivientes, 35 años después, de volver a contar la historia, de poner el relato en su lugar. Sentían que el relato establecido tenía inexactitudes o quizá había adjudicado roles que con los años se habían magnificado. Necesitaban contarlo otra vez. Eso es lo que hizo también Vierci; darle espacio a los supervivientes para que hablaran y expresaran sus emociones y sus pensamientos casi 40 años después de la tragedia. Así, en el libro descubro la vida interior de estos personajes, ya que los hechos eran muy conocidos: había dos películas y un montón de documentales. Realmente entender las emociones y las preguntas sin responder era lo que me pareció que a esta historia le daba un área de influencia mucho más grande que la de los hechos.

—Aunque la película no se filmó allí, estuvo en el lugar del accidente. ¿Cómo fue esa experiencia?

—No podíamos hacer la película sin haber estado allá y fue muy ilustrativo. Fue poder ver la montaña, su tamaño, la sensación de aislamiento. Y el frío: recuerdo que por las noches se nos helaba el agua que teníamos en la tienda de campaña. Y ese silencio. Me impresionó mucho que lo que más se escucha en la montaña es a uno mismo, tu propia respiración, tus pasos, porque no hay nada con vida que provoque un solo sonido. Era importantísimo tener esa experiencia para poder recrearla en la estación de esquí donde rodamos.

Hablando del lugar, la fotografía de Pedro Luque se divide entre la blancura de la nieve y los interiores agobiantes. ¿Cuál fue la idea visual que manejaron con el uruguayo?

—Visualmente para mí era muy importante contar esa historia desde el corazón, desde las entrañas. Hay algo que me saca a veces un poco del cine latinoamericano que filman los extranjeros y es una mirada casi como turística, centrada en lo exótico. Por eso necesitaba unos ojos que miraran desde dentro. Recuerdo que vi No respires, de Fede Álvarez, y me pareció dificilísimo hacer una película en una sola locación, de noche, a oscuras, y además era uruguayo. Ahí me puse en contacto con Pedro, descubrí que él también tenía familia relacionada con los supervivientes y nos entendimos de maravilla. Además ayudó mucho su carácter uruguayo, tan calmado, tan templado para hacer frente a un rodaje tan difícil y con tantas adversidades.

—La película está llena de referencias e iconografía cristianas, e incluso la escena final parece citar “La última cena”. ¿Por qué ese contenido tan religioso?

—La película es más espiritual que religiosa. Intenta ser respetuosa con sus creencias, pero también habla de un lugar donde uno ha de reprogramarse, debe dejar atrás todo lo aprendido para adaptarse a la montaña. Eso también pasa por adaptar las creencias. Me parecía que si limitábamos la experiencia a lo religioso se hacía pequeña, y prefería hacerlo desde una óptica más espiritual. Hay algo muy espiritual en el acto de entregar el cuerpo en vida para que el otro viva, porque inmediatamente conlleva una experiencia trascendente al entender que tú y el otro sois lo mismo.

—La película es una experiencia cinematográfica y sin embargo se va a ver, principalmente, en Netflix. Cómo director de cine, ¿cómo convive con esa nueva realidad?

—Tardamos más de 10 años en conseguir la financiación. La intentamos hacer para las pantallas de cine y no fue posible, porque hay un techo en el presupuesto en las películas que se ruedan en español. Sin embargo, queríamos rodarla con este nivel de ambición y contarla en el idioma que tenía que ser y con acento uruguayo. Fue Netflix que hizo que la película fuera posible, con el compromiso de que pasaría por las salas.

—Su carrera ha sido bien variada, ¿qué siente que une proyectos tan disímiles?

—Una mirada. Que no importa el tema, pero sí que hay un lugar desde el que se miran las películas y tiene que ver mucho seguramente también con esta idea del proceso de madurez, de hacerse mayor. Hay una idea de la maduración asociada a un proceso doloroso. Eso estaba en El orfanato con una mujer que volvía a la casa donde nació, creció y finalmente se quedaba jugando casi a papás y mamás con los fantasmas en el último plano de la película. Y evidentemente en Lo imposible enfocábamos la mirada del tsunami alrededor del personaje de Tom Holland y Naomi Watts, de ese niño y esa madre, que de alguna forma ese niño intenta complacer a la madre para estar a la altura de la situación. Y La sociedad de la nieve es una historia de 25 niños, que no habían visto nunca no ya la nieve, sino la montaña, y que realmente sufrieron un golpe que, como explican en el libro de Vierci, fue un aprendizaje a palazos. Se hicieron mayores de golpe. Y en todas hay algo de afrontar las dificultades de la vida y la incertidumbre desde un lugar muy intenso.

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