Lisbeth Salander según Fede Alvarez, una uruguaya y una israelí

14/11/2018, 19:15

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La chica en la telaraña es otra historia de la saga Millennium, esta vez con el atractivo de ser dirigida por el uruguayo Fede Álvarez. Belmonte cuenta la crisis de los cuarenta de un artista plástico uruguayo. Y El repostero de Berlín es un drama familiar con muchos temas detrás.

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La chica en la telaraña.

Lisbeth Salander está de vuelta y la noticia interesa desde muchos puntos de vista. Primero, porque el director responsable de esta nueva entrega de la saga nacida de los libros escritos por el novelista sueco Stieg Larsson es un uruguayo, Fede Álvarez. Segundo, por quien fue elegida para encarnar a la reconocida hacker: Claire Foy, la inglesa que encarna a la Reina Isabel II en la serie de Netflix, The Crown. Y tercero, porque ya existe una legión de fanáticos que espera con mucha expectativa las aventuras contadas con el atractivo sello de los policiales nórdicos. Decir entonces que Álvarez demuestra estar para las grandes ligas porque este thriller tiene una
muy buena factura técnica (su director de fotografía es otro uruguayo, Pedro Luque), y está contado con el nivel y el atractivo que el género
demanda. Nada que envidiar a sus colegas en Hollywood, cosa que ya había demostrado en Posesión infernal y No respires, dos películas jugadas al terror y al suspenso. En cuanto a Foy, se prestó para la
transformación física que su rol requería, además de adoptar la actitud que se le reconoce a este personaje. Igual me sigo quedando con la Lisbeth de Noomi Rapace, la de la versión sueca. Finalmente, en lo que a la película respecta, si bien es una historia entretenida y con varias imágenes que atrapan (bien resuelta la acción), el guión quizás sea el punto más flaco del
asunto. La historia es demasiado básica, con un enfrentamiento entre hermanas marcado por un hecho del pasado y un tema del presente que hay que resolver para salvar al mundo. Hay situaciones que se resuelven de manera muy fácil, sin que los personajes la tengan muy complicada. Si se hace un análisis muy exhaustivo, lo poco creíble se impone, pero esto es cine y en géneros como este lo que se espera es que la historia entretenga sin hacerle trampas al público. Y en eso, la película cumple de buena manera.

Belmonte.

Es cine uruguayo. Decir esto simplemente para prevenir al espectador. Hay quienes encuentran en esa forma de hacer cine un encanto especial, otros prefieren que las cosas no sean tan complicadas, por decirlo de alguna manera. Lo que la película cuenta es el momento por el que atraviesa un artista plástico en plena crisis de los cuarenta al que no le va mal profesionalmente (vende cuadros, está por hacer una exposición), pero no logra aceptar que la familia que tenía ya no está. Su ex está por ser madre y eso empieza a afectar a su hija, con la que él se lleva bien y mantiene interesantes diálogos. Es lo más atractivo de una historia que uno busca que
se dirija a algún lado, pero se estanca como su protagonista. Quizás ese sea el mensaje y nos quedemos esperando más cuando en realidad no es la idea que lo haya. Buenas actuaciones y buena realización, pero falta algo.

El repostero de Berlín.

Un ingeniero israelí que viaja una vez por mes a Alemania por trabajo, se
enamora del repostero de la pastelería que frecuenta. Está casado y tiene un hijo, pero le aclara a su amante que su esposa nunca sabrá de esta doble vida. En uno de sus viajes a casa, sufre un accidente de tránsito y muere. La situación motiva al repostero a ir a Jerusalén a conocer la vida del ingeniero y termina trabajando en el nuevo café de la esposa de este último. La historia se mete en un laberinto de situaciones muy extrañas pero que, tratadas con respeto y mucha delicadeza, hacen que lo que le importe al espectador es que acá hay una historia de amor… o varias. Más vale no adelantar más sobre un relato en el que también se abordan algunos que otros prejuicios religiosos y políticos.