Con la calle Arenal Grande como columna vertebral, se define el territorio del barrio Reus, que popularmente se lo conoce como El Barrio de los Judíos. El lugar por excelencia para hacer las compras al por mayor en Uruguay. Aunque se formó básicamente con la venta de comestibles, desde hace décadas, es el centro para ir a comprar de todo, desde ropa, juguetes, artículos de cocina a papelería como cualquier novedad china que esté de moda ese año. En esta época la venta ya es casi exclusiva para el público general. Eso se debe a que en los últimos diez años la dinámica del barrio cambió y, buscando diversificar el mercado, todos venden por mayor y menor. “A lo sumo podés tenés dos locales diferentes, uno para el por mayor y otro para el por menor, pero ahora ya ni eso”, dice un importador uruguayo con cuatro tiendas de ropa y una de bijouterie china, que estos días está toda decorada con gorritos de Papá Noel.
Las tradicionales fiestas de fin de año son “la zafra” en estas cuadras de Reus. Todos los locales constituidos se apoderan de las veredas y tienen permiso de la Intendencia de Montevideo (IMM) para sacar sus productos a la calle. Se instalan con mesas, perchas y gazebos, conviven con los vendedores que todo el año tienen el permiso, más los que van a hacer una changa. Como Fabián y Verónica, quienes tienen a sus dos hijos de vacaciones con los abuelos y están en el barrio liquidando las últimas guirnaldas con luces led y “ahora a full con los papeles para regalo y estas moñas que se arman solas”. Cuentan que algunas cosas las compran “acá enfrente” y otras en 8 de octubre.
Las veredas desde mediados de diciembre -sobre todo a horas pico- son un espacio difícil de caminar, entre los locales, las personas que paran a preguntar y los grandes paquetes de venta por mayor que salen y hacen que hasta el tránsito sea complejo. Muchos eligen la calle para caminar; los ómnibus y camiones a bocinazo limpio entre clavadas de freno y gritos de los choferes, que se pierden entre el trap argentino en parlantes y las radios de plena y cumbia uruguaya de los locales.
La construcción de Reus se generó en 1888 con plena planificación y autorización municipal. Hay manzanas que culminan en espacios triangulares y esquinas de cinco puntas, que conservan aún los rieles del viejo tranvía que conectaba al barrio de forma directa con 18 de Julio. Este movimiento poco regular de las cuadras parece ser que se traslada al espíritu de los locales y también a las personas que eligen ir por sus compras navideñas a Casa Diego, Casa Jorge, o cualquiera de los locales que tomaron el nombre de sus fundadores.
¿Por qué la tradición de los nombres de los comercios? “Creo que es porque en su momento todos eran judíos, y los apellidos eran difíciles de decir y de recordar. Aunque ahora, si empezamos a ver, de Barrio de los Judíos le queda el nombre nomás, porque cada vez hay menos”, dice Susana, sentada en una silla de playa a la sombra junto a su marido. Él está en la calle desde 1997, cuando dejó de ser empleado de una importadora y se puso a vender videojuegos.
Para este hombre de 65 años que vio al barrio expandirse, este año es uno de los peores que recuerda. Dice que hay que quedarse un ratito más mirando: “La gente pregunta y no lleva nada o, si los ves con algo, alguna cosa de 200 o 300”. Él vende videojuegos para PlayStation, también joysticks y otros accesorios para consolas. Aunque los tiempos cambiaron, siempre se mantuvo en ese rubro, con su mesa de madera dura y la mercadería para “chicos y grandes”.
Hay lugar.
Subirse a un 526 Buceo es seguir en el barrio, aunque sea en pleno Pocitos. La gente entra con cajas y bolsas de regalo. Entre desconocidos se dan charlas: es que para muchos aún es una sorpresa, un mundo desconocido. En el que las mismas sandalias que en un shopping salen unos 4.000 pesos, se pueden pagar a 1.200, y los boxers para hombre tres veces más baratos.
“Increíble, no sé cómo quieren que suba más gente”, le dice una chica de unos 25 años a su amiga. Y al diálogo se suma una señora, que fue solamente a comprar cuatro sillas de playa porque se va para Piriápolis a pasar las fiestas. “Me puse a recorrer y compré de todo al final, por nada, regaladas las cosas”, le comenta a las chicas que van paradas en el 526.
“Nosotras vinimos por unas polleras, pero después nos quedamos mirando, hay tanta chuchería que te tienta”, le dice una muchacha a la señora, que responde con una historia. “Estaba entrando a un local y el de seguridad me para y me dice que deje todo, miro y no había lugar en los lockers. Quería que le dejara ahí todo a él. Pero mirá si por una cadenita de 50 pesos, le voy a dejar mis cosas”.
A los ómnibus se suben también algunos revendedores que cargan bolsones grandes, con cierre, de un plástico duro y con asas reforzadas.
—¿Llevas para revender?
—Yo soy un laburante -dice y muestra la tarjeta STM-, compré medias y repasadores para vender en los ómnibus.
—¿Siempre comprás en el mismo lugar y los mismos artículos?
—Sí, desde hace años. Yo tengo modelos de medias buenos, son algodón, no son las más baratas capaz, pero en el shopping te arrancan las muelas.
—¿Es mejor estar en un mismo rubro?
-Para mí sí, acá me conoce todo el mundo, los choferes y los guardas me dejan subir siempre, porque saben que estoy laburando.
Unos se suben, otros se bajan, hay un par de paradas por el barrio, ese es el ritmo. Y pasa el milagro que poco se ve en Montevideo: los inspectores dejan subir a los pasajeros por las puertas de atrás, para que el ómnibus finalmente pueda arrancar viaje.
Los que bajan, pisan el territorio de made in China con “hecho en Uruguay” en el mismo puesto: guitarras de cuatro cuerdas para niños a 290 pesos y tambores a 790.
Hay de todo. Venta de pilas y relojes junto con adornos para cuartos infantiles. Locales que venden todo tipo de vasos, ollas y platos. Otros especializados en cotillón, que a la vez ofrecen conservadoras para bebidas y parlantes USB.
Se ven carteles de “más de 1.000 pesos precio por mayor”. También “solo efectivo”. Hay artesanos que venden piedras y los típicos adornos de arañas hechos con alambres. También repuestos para autos y grifería.
Electrodomésticos, bicicletas, sahumerios y velas. Se escuchan voces de cubanos y venezolanos que compran y que venden. Personas a los gritos que buscan vendedor en un local de juguetes y bazar.
Locales donde los empleados no pueden recibir y despiden a la gente: “Chicas, disculpen, pero solo por el aire acondicionado de la tienda no pueden estar”. Hay adornos de plástico de porcelana y de espuma plast para el centro de la mesa navideña. Peluches de dos metros, y muñecos de Papá Noel de dos centímetros para colgar del arbolito.
“Si rompe, paga”, se lee pegado sobre cajas de carameleras de vidrio. Padres e hijos perdidos entre la música, el precio, la fila en el Abitab para pedir efectivo. Videollamada para confirmar si el regalo es el correcto, también hay.
—Pará un poco, estoy llamando a mamá para ver si está bien de precio, porque es muy barato... debe de ser una porquería, pero por lo menos hay.
Los sábados.
Un paseo al aire libre, donde el precio por mayor es más un gancho de marketing para vender que una realidad. Los carteles de “por hoy a precio de por mayor” sobre zapatos, o “desde cinco prendas precio mayorista”, se ven en todos lados. “Pero eso no es tan lineal”, dice un empresario con tres locales y depósito de sus mercaderías en “el barrio”, como le llaman.
Está instalado ya: los sábados es un centro minorista y la locura en las calles es por eso. Gente que camina cuadras para llevarse una remera por 200 pesos y un bikini completo a 300. “En mi caso me manejo con lista de precios, que son diferentes según la escala que el comprador se lleva”, explica este empresario. Un precio para una docena, otro para el que se lleva 50 y otro para el que ya es cliente. La venta mayorista es por páginas web que funcionan como catálogo y la intermediación directa por teléfono. Porque estos compradores rara vez recorren a pie los locales del barrio en esta época.
Lo que pasa en esta fecha es que van a reponer stock de productos que ya compraron. “Nos mandamos fotos y la cifra se termina ajustando por teléfono”, dice un empresario mayorista que se dedica a la vestimenta y la marroquinería.
Este año se notó fuerte la incidencia de Argentina: “El contrabando es brutal en la ropa, parece poco, pero vos tenés un par de personas que te pasan todas las semanas unos bolsos con ropa... y ya está”. Argentina tiene una industria textil muy grande y, mientras en Uruguay se importa casi todo desde China, del otro lado del charco producen.
—¿Pero no hay manera de importar de Argentina?
—Legalmente es imposible, por el valor oficial del dólar que ellos te hacen, hay que ver ahora si se podrá. La verdad no sé, me tendría que poner a hacer cuentas -responde el empresario.
Es más barato que un pantalón haga miles de kilómetros en barco y llegue desde China, que fabricarlo acá o importarlo desde enfrente.
Panchos y carritos
“Qué olor a pancho asqueroso, amiga, vamos”, dice Kiara, mientras cortan camino por una fila larga de panchos.
—¿Están de compras, chiquilinas?
—Ahora nos vamos a encontrar con mi madre, que está comprando en un súper, y salimos a buscar un corset que vimos en Instagram, pero acá no te podés probar nada.
—¿Es la primera vez que vienen?
—Ella sí es la primera vez que viene, se compró una pollera en jean, pero yo con mamá vengo seguido porque tenemos un almacén en Las Piedras. Pero con el calor que hay, y el olor ese del agua de los panchos, me da un asco -dice Kiara, que es vegana como su amiga.
Estefani vende panchos en una de las esquinas de Arenal Grande y Justicia, no en la plazoleta, donde la naturaleza de este barrio genera uno de sus característicos triángulos. Está todo el año, pero ahora es la zafra y le hace la diferencia: “Vendo mucho más, es una realidad”. Ella no sabe quiénes son sus clientes, pero tampoco le importa, “la gente tiene hambre y te compra”. Sabe que hay empleados de las tiendas mayoristas, revendedores que vienen del interior, claro que los que más hacen fila por un pancho con papas pay por arriba son los que van a hacer compras para uso personal.
Este año ve movimiento, pero un poco menor al de 2022: “Ves mucha gente de a grupo que viene a comprar, amigas o familia, pero dicen acá que es poco lo que compran”. Estefani tiene 25 años y está de 10 a 18 horas. Hay bastante competencia y la mayoría son pancheras, hay pocos hombres.
Una mujer que vende desde hace tres años dice que conoce a muchas de las otras pancheras, pero no hay un grupo consolidado, sí lugar para que todas trabajen. “Con algunas nos hablamos para saber cómo va a estar el clima, el precio de los panchos por mayor y también por el tema del baño, porque algunos locales te dejan pasar”, dice Bea de 46 años. Enfrente tiene un carrito de los tradicionales, con hamburguesas completas, chorizos y hasta aceptan débito, pero nadie está comprando. Mientras Bea, ella sola en su carro, tiene una fila de clientes a las cuatro de la tarde de un jueves.
El tránsito.
“¡Parame un taxi!”, le gritan a María, que está dando indicaciones para que una camioneta estacionada y con la caja repleta de bolsas y cartones acomodados como un tetris, salga por Arenal Grande. Hace 15 años que es cuidacoches, y trabaja junto a su marido.
“Toda esta ropa que me ves muy linda, me la han dado acá”, dice. Los dueños de los locales en su cuadra le dejan siempre propina, pero hace la diferencia con los compradores. María trabaja con clientes del interior que dejan estacionado el vehículo por horas, mientras recorren para buscar los mejores precios.
Logra parar un taxi para que suban dos mujeres cargadas de bolsas, que María no conoce pero, por los volúmenes y porque vienen de un local de lencería y bikinis de playa, dice que son revendedoras. “Por las redes se vende mucho, vienen acá y después ponen tremendos precios”, asegura. Ellas se suben solo por tres cuadras porque van hasta otra tienda. Le dicen eso al taxista pero no le importó, le da unas monedas a María y sigue rumbo. Cuando llegue a destino, recibirá los clásicos gritos: “¿Está libre?”.
María dirige el tránsito en su cuadra: “La gente anda como loca en esta fechas, y se meten por todos lados, acá si no conocés, parece que estás manejando en círculo”. Es que hay calles de pocas cuadras y algunas que no son rectas.
“Este año hubo mucho ruido y pocas nueces, parece que no se vendió mucho”, dice María parada en el lugar del que salió la camioneta, sobre un cordón rojo con una señalización que indica que es solo para “vehículos utilitarios”. Se queda para guardar lugar y esperar que llegue algún conocido. “Estoy cansada, toda la semana mucho movimiento, y la gente insoportable, no sé qué pasa, el mundo no se termina, gracias a Dios”. Ella es católica. Muestra una cruz que lleva en su cadenita colgada al cuello y dice esperanzada: “Estos cuatro autos que quedan los cuido como el oro, espero me dejen 100 o 200 pesos cada uno. Están desde temprano”.
La historia y las casas de colores.
Además de la zona comercial, el barrio Reus tiene un área que fue declarada Monumento Histórico Nacional por la Comisión del Patrimonio y Bien de Interés Departamental por la Intendencia de Montevideo (IMM). Las fachadas de sus residencias fueron renovadas por obreros y artistas italianos durante la década de 1950, exhibiendo una variada paleta de colores en una calle que, en esas cuadras, adopta un carácter semipeatonal.
En 1992, en colaboración con los propietarios de las viviendas, estudiantes y docentes de la Escuela Nacional de Bellas Artes llevaron a cabo una intervención artística. Las uniformes fachadas del complejo fueron transformadas con colores vibrantes, fusionando marcos de puertas, ventanas, balcones y líneas decorativas en tonos contrastantes. Faroles fueron añadidos a las fachadas, mientras que macetas embellecieron los balcones. En la actualidad, las antiguas calles de acceso restringido son públicas.
El inicial Barrio Reus fue planeado por el empresario español Emilio Reus a finales del siglo XIX, y se destaca como uno de los pocos barrios de Montevideo planificados desde sus cimientos. Nacido en Madrid en 1858, Reus, propietario de la Compañía Nacional de Créditos y Obras Públicas, decidió diagramar un barrio que tuviera residencias cómodas para todas las clases. La idea fue construir hogares dignos para los obreros, pero sin excluir tampoco a las clases más acomodadas. Por eso hasta ahora se pueden ver pequeñas viviendas y otras mucho más espaciosas. Reus compró una chacra de 18 manzanas al norte del Centro de Montevideo, todo era campo por ese tiempo. En total se construyeron 531 viviendas, la mayoría de dos pisos, y calles privadas, un poco menos anchas que las públicas. Había balcones que casi se tocaban con las casas de al lado, se pretendía promover el contacto entre los vecinos.
Arenal Grande conectaba directamente con la avenida 18 de Julio, esa fue la idea desde el inicio. Aunque ya estaban delineadas algunas calles que atravesaban Arenal Grande, conformando las manzanas triangulares actuales, las proas que definen estas irregulares manzanas son inherentes a la identidad del barrio. Pero no forman parte del plan original de Reus, sino de un ordenamiento territorial anterior. Son un paisaje distinto en la habitual gris Montevideo, y hasta a veces algunos turistas llegan a sacarse fotos. Pero, también es verdad, de apoco están perdiendo su color.