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El experimento Montes

| ¿Qué pasa en un pueblo cuando el desempleo llega a límites intolerables? .Lo que sucede en Montes, Canelones, es un dramático ejemplo.

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Eduardo Barreneche

Desde Montevideo, se llega a Montes a través de la ruta 7, tras recorrer unos 80 kilómetros. Otra posibilidad es ir por la ruta 8 y desviarse en el kilómetro 69 en el empalme que lleva a Migues. El pueblo está situado a unos 28 kilómetros de esa carretera nacional.

A mitad de tarde de un día de semana, Montes es como cualquier otra pequeña ciudad del interior del país: prácticamente no hay movimiento de tránsito y se ven muy pocas personas en la calle. Desde las 13 hasta las 16 horas del miércoles 8, un equipo de El País circuló, en distintas direcciones por las calles del pueblo y en ningún momento se cruzó con un auto o una moto.

La siesta es un ingrediente cotidiano en la vida de sus habitantes y los pocos lugareños despiertos toman mate debajo de parras y paraísos a resguardo del inclemente calor.

Un cronista de costumbres diría que Montes es el clásico lugar donde no pasa nada. Sin embargo, debajo de esa tranquilidad subyace una serie de historias cargadas de lágrimas, dolor y frustración. Dramas que afectan tanto a jóvenes como a adultos.

Actualmente, de los 1.800 habitantes de Montes, sólo alrededor de 70 tienen un empleo estable: son los afortunados que trabajan en algún comercio del lugar y en la chacinería Doña Coca, principal fuente de empleo de la zona.

Otros 80 realizan labores zafrales en el frigorífico San Jacinto, ubicado a 30 kilómetros. En la inmensa mayoría restante de la población hay una legión de desempleados.

Cuando la crisis comenzó a sentirse, muchas mujeres de Montes empezaron a tejer por encargo o a fabricar tortas. Actualmente, ninguna de estas actividades alternativas funciona.

Olga R., de 52 años, realizaba estos trabajos y además, vendía supergás como una forma de obtener un ingreso extra para complementar el sueldo que su esposo trae a la casa como fletero en Montevideo. Sin embargo, en los últimos 20 días vendió una sola garrafa de gas, lo cual la llevó a retirarse de esa actividad.

"Acá no hay nada desde el punto de vista laboral. Y a mi edad, ¿qué puedo conseguir?", se preguntó.

María Elda B., de 54 años, dijo que, en Montes, "es muy difícil" que una mujer consiga trabajo. Ella tuvo una fábrica de muebles de ratán y mimbre que llegó a tener 32 empleados y a exportar hacia Estados Unidos, Alemania, Brasil y Argentina. Pero la crisis económica y el incremento del dólar la obligaron a cerrar.

El esposo de María Elda es funcionario municipal. Hace dos meses que no cobra el sueldo. "Ahora tenemos una hermosa quinta. Los vecinos se reían cuando preparábamos la tierra, ya que no sabíamos nada de eso. Ahora no nos falta ninguna verdura", dijo con una sonrisa.

Seguramente, el desempleo tenga algo que ver con el hecho de que, en los últimos tiempos, el pueblo comenzó a sufrir una verdadera "epidemia" de robos que los vecinos relacionan también con otro fenómeno reciente: el auge del consumo de alcohol y drogas entre sus habitantes más jóvenes.

"Es el peor error pensar que Montes es un pueblo tranquilo. Acá se consumen drogas y alcohol. La drogadicción es un problema que se ha institucionalizado en el lugar", dijo a El País un representante de la Asociación Civil Don Montes.

Esta institución procura instalar un centro donde los adolescentes puedan aprender y entretenerse durante los ratos de ocio que tendrán en estas vacaciones.

Espiral de pobreza

Montes no siempre exhibió un panorama tan desolador. Hace 15 años el trabajo no faltaba y el pueblo era muy conocido por que allí funcionaba Rausa, un ingenio azucarero que hasta 1986 procesó miles de toneladas anuales de remolachas plantadas en la zona.

Hoy Rausa es una fábrica abandonada. Las casas de los jerarcas de la planta fabril están cerradas y despintadas por la lluvia y el sol. Las malezas y enredaderas se apropiaron de puertas, ventanas y patios como una maldición caída sobre la fábrica y que, por extensión, abrazó también al pueblo.

Montes ha caído en un espiral de pobreza que aparentemente no tiene fin. Sus días de gloria terminaron con el cierre de Rausa, que empleaba a más de 1.500 personas en forma directa o indirecta.

Los problemas sociales y económicos de la localidad se agudizaron con la clausura del Frigorífico Montes hace un año y medio, durante la aparición de la aftosa en el país. Esta planta exportadora de carne empleaba a unos 300 operarios.

Todo esto ha tenido un fuerte impacto sobre el comercio local. Aída Rodríguez, propietaria de un kiosko que levanta apuestas de quiniela y vende boletos de ómnibus, dijo que en Montes se vende muy poco. "Acá no marcha ningún comercio. Cuando el frigorífico funcionaba, el comercio era otro", dijo. Para reafirmar sus palabras, Rodríguez, de 60 años, contó que el promedio de ventas de su comercio no supera los 200 pesos diarios.

Tras criticar los vaivenes empresariales y las tratativas impulsadas por el dueño para vender el frigorífico, Rodríguez advirtió que "la gente del pueblo es rehén de ese empresario. Tanto Montes como Migues están a la expectativa de esas negociaciones".

A pocos metros de distancia, Heber Hernández, de 53 años, espera a los escasos clientes tras el mostrador del bar Avenida. "En todo el día atendí a un solo parroquiano", expresó desalentado.

Es que el cierre del frigorífico terminó de complicar la vida de Montes, un pueblo donde no hay bancos ni sucursales de instituciones públicas. Si alguien desea realizar un trámite en una oficina debe ir a Migues, que está a unos siete kilómetros de distancia. Tampoco es una zona de chacras que demande mano de obra.

Esa situación ha obligado a muchos pobladores a buscar trabajo en Montevideo, Solís, San Jacinto y San Carlos (Maldonado). "Generalmente buscan empleo en la industria cárnica", explicó Jesús Blanco, uno de los médicos de la localidad.

Uno de los muchos desempleados de Montes es Alberto Pumar, de 19 años, quien no trabaja desde hace un año y medio y para comer dependía de la olla popular que funcionaba en el pueblo hasta hace unas pocas semanas "Si no iba allí, no comía", explicó Pumar, quien dijo estar dispuesto a realizar cualquier trabajo para ganarse el sustento. "Pero en la electricidad me revuelvo mejor que en otras actividades", aclaró.

El funcionamiento de la olla popular fue suspendido durante el verano porque muchos de sus beneficiarios consiguieron un trabajo zafral en el Frigorífico San Jacinto y, también, porque mantenerla resultaba enormemente complicado. Jorge Fierro, el esposo de Haidée Moreira, la impulsora de esta iniciativa, afirmó que fue "difícil sostener las ollas. Recibíamos alimentos del Instituto Nacional de Alimentación y de la Fundación Canelones. Además productores y distribuidores de alimentos nos donaban productos que usábamos para cocinar".

Unos 120 habitantes de Montes llegaron a hacer cola para disfrutar de un plato de comida caliente, pero se sospecha que los necesitados de hacerlo eran en realidad muchos más. Cuando la comida se distribuía a través de viandas y nadie debía concurrir al comedor, el número de comensales superaba los 200. Es que en Montes todos se conocen. Y muchos preferían pasar hambre antes de que los señalaran en la calle y dijeran que no tenían ni para comer.

Una cuestión que muchos habitantes del pueblo se preguntan sin encontrar respuesta es cómo se las arreglan centenares de lugareños para llevar un plato de comida a sus mesas.

El enigma sólo se explica cuando se descubre que el 60% de los 1.800 habitantes de Montes son jubilados y pasivos. "Estas personas ayudan a sus hijos y nietos a subsistir", explicó otro integrante la Asociación Civil Don Montes.

El dinero que reciben los jubilados ha dado lugar también a fenómenos menos altruistas. Hace algo más de un año, se descubrió que dos escolares de 11 y 12 años visitaban a jubilados y les cobraban dinero a cambio de favores sexuales.

La investigación, realizada por la Dirección de Prevención de Delitos de Montevideo, determinó el procesamiento con prisión de varios pensionistas.

Depresión

Verano. En la tarde del miércoles 8, hacía calor en Montes. Un grupo de jóvenes charlaba debajo de los paraísos en la entrada principal del pueblo. Dos adolescentes se reunieron en la plaza con el mismo fin.

A unos 25 metros de allí, Alejandro Cabrera, de 25 años, Noelia Piriz y Karen González, ambas de 18 años, jugaban a la conga bajo una galería de una casa. "Esta es la única diversión que tienen los jóvenes en Montes", explicó Cabrera, uno de los pocos afortunados del pueblo que tiene empleo: trabaja en una fábrica de pastas.

Pero muchos de los jóvenes de Montes ocupan su tiempo en actividades mucho menos inocentes que un partido de cartas. El 26 de noviembre, autoridades del Instituto Nacional del Menor (Iname) concurrieron a Montes a realizar tareas preventivas con el objetivo de frenar el consumo de estupefacientes por parte de jóvenes de la localidad. Un mes antes, este problemático asunto también había sido analizado en una reunión entre vecinos y jerarcas de la Jefatura de Policía de Canelones.

Diver Fernández, vicepresidente del Iname, dijo que "en Montes hay una población que consume alcohol y que ha incurrido en deserción escolar y liceal. También se ha detectado consumo de drogas como marihuana". Es por eso que el organismo realizará una encuesta para saber la cantidad de adolescentes que están consumiendo drogas en la zona.

Lo más insólito es que el salón parroquial, donde se realizó la conferencia del Iname contra el uso de estupefacientes, es aparentemente uno de los lugares utilizados por los jóvenes para drogarse. "En el liceo no consumen drogas. Sí lo hacen en el salón parroquial, en la cancha de paddle o en la garita del ómnibus. Se drogan a la vista de todo el mundo y no molestan a nadie", dijo Natali Rodríguez, una estudiante de Montes.

Aunque no existen cifras oficiales, los integrantes de la asociación Don Montes afirmaron que el número de jóvenes consumidores de droga en el pequeño pueblo oscila entre 30 y 50. Para un pueblo de 1.800 habitantes, no son pocos. Según el doctor Blanco, el 60% de los habitantes de Montes son jubilados y otro 30% está integrado por personas de mediana edad. El 10% restante son niños y adolescentes. Según los cálculos del doctor Blanco, los jóvenes y niños del pueblo serían unos 180.

Para Blanco, lo mismo que para otros vecinos de Montes, la problemática de la droga en esa pequeña localidad se debe a varias causas: desestructuración familiar causada por la crisis, falta de perspectivas laborales para los jóvenes, cercanía a Montevideo y escasas opciones lúdicas para que los adolescentes ocupen el tiempo libre.

Por eso, la asociación civil Don Montes espera que el gobierno le otorgue rápidamente la personería jurídica para instalar un centro donde funcionarán talleres sobre horticultura, técnicas artesanales y actividades culturales como clases de música, teatro, danza y juegos. "Sacar a los chicos de la calle y combatir la droga es nuestro principal objetivo", explicó uno de los integrantes de esa organización.

De igual forma, todos reconocen que la falta de trabajo es otro motivo para el auge del consumo de drogas en el pueblo.

Los adolescentes que hoy han caído en la adicción, casualmente, nacieron en los tiempos en que cerró Rausa. Además, varios de ellos están solos en sus casas de lunes a viernes, ya que sus padres regresan de sus trabajos en otras localidades durante los fines de semana.

"Ellos mismos son los que deciden si concurren o no a la escuela o al liceo durante la semana. Nadie los controla", explicó un vecino.

Blanco, por su parte, expresó que muchos jóvenes de entre 14 y 18 años, con problemas de alcoholismo y drogadicción, "no ingresaron en el grupo de los que salieron del pueblo a buscar trabajo. Se recluyeron y tienen un gran descreimiento con respecto a la sociedad".

Si no tienen trabajo y sus padres no les suministran dinero, ¿cómo consiguen fondos para adquirir la droga?

En los últimos meses, según el periódico quincenal El Tero de la cercana ciudad de Solís, los habitantes de Montes padecen una desusada ola de rapiñas, hurtos y saqueos que los "han puesto en jaque".

Para los vecinos, esos delitos "están vinculados" al consumo de drogas efectuado por adolescentes del pueblo. "No se trata de un hecho aislado", agregó uno de los integrantes de la Asociación Civil Don Montes.

Pero aún así nadie esperaba que pasara lo que pasó el lunes 30 de noviembre. Ese día, la rutina habitual de Montes se hizo pedazos cuando dos vehículos policiales cargados de efectivos, armados con armas largas y chalecos antibalas, ingresaron a alta velocidad en el pueblo. En un operativo relámpago, realizaron dos allanamientos en busca de drogas, armas y electrodomésticos robados.

En el procedimiento, inédito para Montes, 16 personas fueron llevadas detenidas a la seccional de Migues y recuperaron la libertad horas más tarde.

Para Blanco, la conducta patológica de muchos de los jóvenes de la localidad es producto de la depresión. Aunque no sólo ellos la padecen: en su consultorio, el médico también constató que también afecta a otros sectores de la población de Montes.

En su trabajo en las policlínicas de Salud Pública y de una mutualista, Blanco recetaba hace un año alrededor de siete cajas de antidepresivos al mes. Hoy entrega 47 durante el mismo período de tiempo.

"Se trata de una epidemia", dijo el médico. "Estoy descubriendo un depresivo por semana. En este momento hay en Montes unas 400 personas con síntomas incipientes de depresión".

Casi la cuarta parte de la población del pueblo.

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