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La cédula de Pepe Batlle y el gesto romántico de Sanguinetti con Marta: el detrás de la histórica subasta

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cédula de Batlle
Julio Maria Sanguinetti pasa a buscar la cedula de identidad y la credencial civica de Jose Balle y Ordoñez adquiridos en remate organizado por Zorrilla Subastas, en su local de la calle Soriano en Montevideo, ND 20221018, foto Estefania Leal - Archivo El Pais
Estefania Leal/Archivo El Pais

Puja por objetos personales

Se remataron 51 artículos. Desde su cédula, credencial, libreta de conducir, hasta su reloj de bolsillo y un relicario con cabellos de Garibaldi. Cómo se gestó el remate y qué pasó el día después.

cédula de Batlle

El martes pasado tuve en mis manos la cédula de José Batlle y Ordóñez y su última credencial. Fueron apenas dos minutos. Desplegué el interior de ambos documentos. Toqué el papel áspero y grueso: sigue intacto. Observé el gris profundo de las fotografías tomadas hace más de 100 años. En una de las fotos la mirada de Batlle apunta al piso. ¿Se habrá quejado de cómo salió? ¿O será esa una costumbre del ego moderno?

Los deposito en las manos de Sebastián Zorrilla de San Martín, el rematador que una semana atrás subastó 51 artículos que pertenecieron al que seguramente fue el líder político más trascendente de la historia nacional. El rematador sonríe, porque sabe que yo sé que esta es una escena extraña, que después de todo estoy pasando mis dedos por dos documentos vendidos en 10.200 dólares. Entonces Zorrilla le entrega los delgados tesoros a su comprador, el expresidente Julio María Sanguinetti.

Sanguinetti llega a la casa de subastas Zorrilla con su esposa, la historiadora Marta Canessa. Vienen a buscar los dos lotes que adquirieron junto a otros amigos, y donarán al Partido Colorado para que se luzcan en una vidriera que colocarán en la sede. Un arquitecto elegido por el matrimonio diseñará el mobiliario a la medida del homenaje.

Con la credencial en una mano y la cédula en la otra, el secretario general del Partido Colorado, dice:

—El objeto es una cosa inanimada, pero la relación con el ser humano le atribuye al objeto una vida...

—Un alma —complementa su esposa, Marta.

—Cuántas veces le tenemos cariño a un mueble —continúa Sanguinetti— y te encariñás con él…

—Eso está en la definición de alma —interrumpe ella.

—Y estas son cosas muy personales, uno se imagina al viejo Batlle yendo a una mesa a votar, presentando la credencial…

Después la pareja sigue recorriendo las vitrinas y preguntando si se vendió tal o cual artículo, no necesariamente de la importante colección. Por ejemplo, la historiadora se interesa en una cabeza de caballo falsa. Pero parece ser más bien un gesto de curiosidad. En el ambiente se sabe que son aficionados a los remates y que leen todos los catálogos que se publican. Quizá por eso, los empleados de la empresa hacen comentarios del estilo, “Julio, al final se vendieron las katanas”. Marta, por su parte, insiste sobre un afiche litográfico del “1er campeonato mundial de football”.

—Oíme, ¿se vendió el afiche?

—No, no se vendió —le responden.

—Che, ¿y cuánto piden?

—5.500 (dólares).

—No, no.

Unos segundos más tarde, pensativa, reflexiona en voz alta:

—Lo que pasa que para el cartel también hay que pensar en el restaurador: no.

En ese ínterin, el rematador Zorrilla se acerca sigilosamente con un sobre transparente que adentro lleva una carta escrita de puño y letra por Bernardina Fragoso de Rivera. Digamos que es quien inauguró el rol de la primera dama, papel que le exigió atravesar una vida rodeada de peligros.

La carta está dirigida al presidente Juan Francisco Giró, el 22 de setiembre de 1852. En el frágil papel amarillento, se lee el pedido de Bernardina para que se le permita regresar a su marido desde Río de Janeiro —Fructuoso Rivera, fundador del Partido Colorado y primer presidente constitucional—, donde se encuentra “con una enfermedad de muerte y los médicos le mandan salir de allí”.

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Sanguinetti (junto al rematador Zorrilla) le entrega un obsequio a Marta Canessa. Foto: E.Leal

Es sabido que la solicitud fue rechazada por Giró, que un año después renunció al ser derrocado por un golpe militar encabezado por Venancio Flores, quien estableció el Triunvirato de Gobierno junto a Lavalleja y a Rivera, quien finalmente falleció en enero de 1854.

—¿Esta qué es? —pregunta Sanguinetti.

—Es la que tú... —le insinúa el rematador, a medias palabras.

—Ah, ¿la compraste?

—¡Sí!

La compra del documento, que integró el mismo catálogo de la colección de Batlle, fue por encargo. Valió 100 dólares. Fue un gesto romántico de Sanguinetti hacia su esposa.

—Esto es un regalo para mi señora —comunica a los presentes, y se lo entrega.

—¡Ay, pero qué divino! ¡Lo mantuvo en silencio! ¡Qué divino!

Canessa lee la carta y suelta un “pobre Bernardina”. Cuenta que la incluirá en su discreta colección de documentos históricos, que cuando muera sus hijos enviarán a un museo. Sobre todo atesora testamentos de figuras históricas. Los reunirá en un próximo libro.

La previa.

El día de la subasta, los más ansiosos comienzan a llegar sobre las dos de la tarde, una hora antes de la señalada para iniciar el evento. Dentro del local, el clima es de exaltación. Mercedes Menafra, la viuda de Jorge Batlle, ya está sentada en la primera fila. Ofrece una sonrisa ancha a quienes la rodean. A su derecha, los aparatosos trípodes de cuatro canales de televisión y el movimiento de los fotógrafos de prensa impiden acercarse a la vitrina que exhibe objetos de la colección José Batlle y Ordóñez, que se están a punto de rematar.

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Público en sala durante la histórica subasta. Foto: Juan Manuel Ramos

En posición para lo que se viene, Andrés Linardi, propietario de la prestigiosa librería Linardi y Risso, y el profesor de literatura y coleccionista Rodolfo Panzacchi, conversan sobre la primera parte del catálogo que se remató el día anterior.

Panzacchi señala un cuadro que se expone en el local. Echados cómodamente arriba de una alfombra, un perro y un gato se observan; debajo de las patas del gato hay un libro en cuya primera página está escrito “Historia del turrón”. Es una obra atípica de Juan Manuel Blanes.

—Yo estaba interesado, pero la base fue muy alta. No se vendió. Pidieron 14.000 dólares —indica el coleccionista.

—Si fuera un gauchito, algo así lo vale, pero dos perritos… —dice Linardi.

Pregunto qué tiene de especial esta obra de Blanes.

—Es un Blanes inusual. Es lindo. Cada animal representa a un partido, al Partido Colorado y al Partido Nacional, parece que refiere en clave a un episodio puntual de disputa —apunta Panzacchi, pero ni el rematador Zorrilla, ni el presidente de la Comisión del Patrimonio, William Rey, podrán confirmame esta teoría.

Los coleccionistas definen que está por comenzar “un muy buen remate”, “bien seleccionado”. “Venimos a sorprendernos”, confían. Zorrilla, el rematador, empezó a organizar esta jornada en enero pasado, cuando la rama de la familia Batlle en posesión de estos artículos le abrió las puertas del hogar, durante varios días, para hurgar en la herencia que se mantuvo por tres generaciones. Lo más destacado de esos hallazgos, está aquí.

Sebastián Zorrilla de San Martín dirige desde hace una década la casa de subastas que lleva el apellido de una de las familias insignes de la cultura uruguaya. Se fue especializando en el hallazgo y comercialización de objetos y documentos históricos, un campo fértil para el coleccionismo. ¿En manos de quién quedan estos artículos? Asegura que la mayoría de las veces los adquieren coleccionistas privados locales, incluso el Estado a través de la Comisión del Patrimonio. La colección de José Batlle y Ordóñez comenzó a organizarse en enero pasado, cuando la familia que heredó estos objetos reunidos por Pepe Batlle, conservados por sus hijos y en posesión de uno de los nietos, que al morir legó los artículos a su esposa, que también falleció y entonces su hermana decidió subastarlos. El proceso implicó varias visitas para seleccionarlos y, en el caso de los documentos, verificar su autenticidad, con las certificaciones adecuadas. En los manuscritos se analiza el papel, la caligrafía, la letra del personaje histórico. “La realidad es que haber ido a la casa y estar en contacto con todas estas piezas, que nos iban mostrando e iban surgiendo de a poquito, fue muy emocionante: fue como estar abriendo la historia”, dice. El resultado de la subasta, que alcanzó cifras altísimas, sorprendió al especialista. “Queríamos sacar todo esto al mercado y ver qué pasaba, esa es la realidad, pero hubo mucho interés”, dice. La familia que subastó las piezas no estuvo en sala, prefirió seguir el evento en la página web de la casa de subastas.

¿Le echaron el ojo a algún artículo?, les consulto. “Me interesan varios pero tengo que ver los precios. Yo soy un comerciante, tengo que comprar con un margen para vender”, dice Linardi. Panzacchi, por su parte, sintió un flechazo por el lote 429, un relicario en oro 18 kilates amarillo, con una inscripción grabada que dice “Capelli di Garibaldi”, que dentro tiene efectivamente un pequeño mechón de pelo que perteneció al militar y político italiano Giuseppe Garibaldi, creador de la Legión Italiana que combatió junto a Rivera y es considerado por muchos un héroe del Partido Colorado.

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Remate de colección José Batlle y Ordóñez. Foto: J.M.Ramos

Ya pasaron las tres de la tarde y el evento no arranca. En sala también hay coleccionistas extranjeros, que viajaron especialmente desde Argentina y Brasil. Pero hay una silla vacía que es ineludible: todos esperan a Julio María Sanguinetti.

Se corrió la voz de que viene preparado para adquirir piezas clave, pero por lo bajo algunos aficionados a los remates descartan que protagonice una gran puja. “No es un gran comprador”, lanzan.

Otros, en cambio, sospechan que lo hará porque se comenta que está armando una especie de legado simbólico para el Partido Colorado, que empezó a coronarse en octubre pasado en la casa de remates Bavastro, cuando peleó aguerridamente contra el exdirigente colorado Fernando Amado —ahora en las filas del Frente Amplio— para quedarse con un emblemático cuadro de Batlle y Ordóñez. Pagó 3.000 dólares por la obra que mandó colocar en la casa del partido, y que le dio forma a lo que el dirigente describe como un “altar laico”.

La puja.

Con Sanguinetti en sala, comienza el remate. Lo acompaña un séquito de jóvenes militantes salteños que arengan sus ofertas. Trajo su hinchada. El lote que inaugura la jornada es el Reglamento Interior de la Asamblea General Constituyente y Legislativa, un documento de 1828, con un valor inicial de 250 dólares que unos segundos después trepa hasta duplicar su costo y se vende a un ofertante online.

Le sigue la Constitución de la República, impresa en Montevideo en 1829. Otra vez el rematador empieza con 250 dólares. Sanguinetti alza levemente la mano y comienza a pujar. Se retira en 750. El documento se vende, online, por 820.

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Constitución de la República, impresa en 1829. Se vendió por 820 dólares. Foto. J.M.Ramos

Las subastas se alimentan de gestos sutiles. Es una coreografía más bien silenciosa. Todo sucede muy rápido y con poco histrionismo. Una pequeña inclinación de cabeza, una seña con dos dedos, monosílabos mordidos por la velocidad con la que avanza el rematador. Si en las películas los jueces golpean varias veces el martillo de madera para llamar a orden en la sala, en una subasta como esta, el pequeño martillo de bronce da un solo golpe definitivo: una variable del apretón de manos.

Sanguinetti conoce estos códigos y tal vez por eso, esa primera puja es una señal, una advertencia de que está dispuesto a calentar motores, pero sin excesos. A medida que lanza una cifra, voltea medio cuerpo hacia la sala llena, con una sonrisa. ¿A quién mira? ¿A otros coleccionistas? ¿A futuros competidores de los lotes que ya vienen?

El asunto es cómo lidiar con los interesados invisibles: en el teléfono y por web son muchos más de los que puede ver en sala. De hecho, un par de días más tarde, Zorrilla revela que nunca hubo tantos clientes por teléfono como en esta subasta. Hay ocho líneas en simultáneo. Los empleados del remate circulan por la sala con sus ofertas, e incluso se dirigen al rematador desde un piso más alto, en una especie de balcón interno. Y además están los ofertantes online, que en este caso son más de mil, uruguayos pero también desde Argentina, Brasil, México, España, Italia y Estados Unidos.

El lote de la cédula de identidad se anuncia y el ambiente se crispa. La esencia de un buen rematador es intuir en el otro “dónde está el límite”, pero Zorrilla, que conoce el furor que despiertan los documentos históricos y los objetos personales de una figura inolvidable, esta vez tiene que lidiar con otros factores en juego. Al fin y al cabo, estos documentos son un patrimonio nacional y en esta sala el deseo es que queden en el país.

—La cédula de identidad de Batlle y Ordóñez expedida el 21 de agosto de 1913, durante su segunda presidencia. Tenemos varios interesados: 200 dólares —inicia Zorrilla.

Primero la puja crece de a 20 dólares, luego de a 50 hasta que una mujer de voz aguda grita “mil”. En segundos, las ofertas online sobrepasan los 2.000. Entonces Sanguinetti, saca su escudo:

—¡Dos mil en nombre del Partido Colorado! —exclama, y gira el cuerpo hacia los presentes.

Sin embargo, fue como echar más leña al fuego. La puja se acelera y termina en 4.200. La gana el expresidente. Lo aplauden.

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Cédula de Batlle y Ordóñez. Foto: E. Leal

Un respiro. Y vuelve la adrenalina con el siguiente lote: la credencial cívica expedida en 1924. El precio de partida es 250 dólares. Tras una larga y calurosa puja, con interesados en sala, en los teléfonos y a través de las computadoras, el valor se cierra en 6.000 dólares, que Zorrilla intenta elegantemente elevar repitiendo como un mantra “seismil, seismil, seismil, seismil, seismil”, hasta que desiste, golpea el martillo, mira a Sanguinetti y dice “suya”. Lo ovacionan.

Unos días después, le pregunto al líder colorado si le sorprendió tal interés por esos documentos.

—Me sorprendió tanto, yo dije “en nombre del Partido Colorado” para correr un poco las ofertas, pero creo que estaba el antecedente del remate anterior en Bavastro, la puja por un formidable retrato que en esa ocasión disputé con Amado y salió en todos los diarios.

—¿Quién estaría tan insistente pujando online?

—Había varios colorados —dice.

Pero su esposa, Marta, interviene para lanzar con picardía:

—Yo pienso que otra vez era Amado.

Vuelvo a Sanguinetti:

—¿No se iba a dar por vencido?

—Es parte del encanto de los remates, esto yo lo iba a comprar a cualquier precio y después me iba a arreglar como pudiera.

Las joyas.

Abelardo García está sentado a mi lado y anota sistemáticamente, con letra temblorosa, a cuánto se vendió cada lote. Es anciano y camina con dificultad, pero todavía es un hábil declarante. Me entrega un montón de talones con sus compras.

—Compré los gemelos de Batlle, y todo lo que tenía el escudo de la república, porque amo esas cosas —dice.

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Catálogo de la subasta. Foto: J.M.Ramos

Abelardo se presenta como un discípulo del historiador Pivel Devoto, me cuenta que en su casa tiene más de 100.000 libros y que es el “torreteniente de Montevideo”, porque es el propietario de tres de las cuatro torres del Palacio Salvo. Lo veo entusiasmarse por uno de los objetos más íntimos de Batlle y Ordóñez, una cartera en cuero, en la que escribió, “esta cartera me acompañó los cuatro años de mi estadía en Europa. JBO”.

—Mercedes, Mercedes —le susurra a Menafra, la viuda de Jorge Batlle.

Ella se voltea.

—¿Vos no querías la cartera?

—Sí, pero nooooo.

En un intervalo en la subasta, la exprimera dama confiesa que su objeto preferido es efectivamente esa “carterita”.

—Lo acompañó en Europa, mientras él filosofaba y pensaba en el Uruguay. Esa carterita siempre con él, todo lo que esa carterita pudiera hablar hoy en día.

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Cartera que usó Batlle y Ordóñez durante su viaje a Europa. Se vendió en 510 dólares. Foto: J.M.Ramos

Pero ni siquiera ofertó por ella, demasiado cara. Se vendió, online, por 510 dólares. Mercedes, en cambio, compró dos regalos. Una foto de Luis Batlle Berres para su hija —Beatriz— y una colección de medallas para su hijo —Raúl Lorenzo—. “Me voy feliz”, asegura.

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Pluma en oro, rematada por 5.300 dólares. Foto: J.M.Ramos

Entre los objetos reunidos por Batlle y Ordóñez, conservados por sus hijos y heredados por su nieto José Lorenzo Batlle Chervière, rama familiar que decidió subastar estos artículos, había también una pluma francesa de oro con las iniciales grabadas que se vendió por 5.300 dólares. Tres relicarios: el de Garibaldi (1.750 dólares), y dos pertenecientes a Ana Amalia, hija fallecida a los 18 años. Uno fue adquirido por la familia Franzini (300 dólares) y el otro por el Estado, a través de la Comisión del Patrimonio.

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Manuscritos que el presidente Baltasar Brum escribió el día antes de su suicidio. Los compró el Estado. Foto: E. Leal

El Estado también compró los manuscritos que escribió Baltasar Brum el día anterior a su suicidio. Unos días después, en la casa de remates, Sanguinetti pide la carta e intenta descifrar las palabras grandes, alargadas, mitad tachadas, de este borrador dirigido a la Asamblea General que nunca llegó a destino.

—“La Presidencia de la República ha adoptado unas medidas de carácter extraordinario que afectan las actividades del Consejo Nacional”, claro porque él era miembro del consejo; no olvidemos que en la Constitución del 17, había presidente de la República y Consejo Republicano… —explica Sanguinetti.

Y acota su esposa Marta:

—Era un disparate esa Constitución, el viejo Batlle, pobre, ahí la falló de punta a punta, ¡un disparate!

Él retoma, con dificultad,

—(…) “tal medida se adoptó sin que la Presidencia de la República haya hecho la mínima insinuación sobre la falta de garantías para dicho funcionario”... ¡mamma mía qué letrita!

De todos los tesoros, el que mejor cotizó es el reloj de bolsillo y su cadena, con una dedicatoria de los amigos para Batlle y Ordóñez. El rematador de Carmelo, Carlos Pagés, pagó 9.000 dólares por ambos. En estos días que transcurrieron, recibió todo tipo de saludos de felicitación por la compra. Su dueño asegura que piensa usarlo en el día a día. “No soy el tipo de persona que compra para guardar en una vitrina”, dice.

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El reloj de bolsillo se vendió por 6.000 dólares y su cadena por 3.000. Foto: J.M.Ramos

Lo hará, porque es una manera de recrear un gesto cotidiano de una figura que admira. Una forma de darle presente a la historia que late.

Así lo ve Sanguinetti:

—Este es el milagro de los remates, las cosas readquieren nueva vida, las cosas renacen, terminó una vida de ese objeto, y adquiere otra, a veces muy distinta.

Al fin y al cabo, quizá sean los objetos los que nos den la ilusión de la inmortalidad.

comisión del patrimonio

“La aguafiestas” de los remates que se ganó el respeto de todos

Apenas comenzó la subasta, el rematador Sebastián Zorrilla leyó una circular que anunciaba la presencia del Estado en sala. La ley le permite quedarse con la última oferta de cualquiera de los lotes, sin pujar. “El sistema es el más justo que hay, porque el rematador no sabe lo que nosotros queremos, por lo tanto no puede haber ningún tipo de especulación, y tanto el rematador como todo el mundo se entera de cuánto se pagó y por qué artículo”, dice el arquitecto William Rey, presidente de la Comisión del Patrimonio. En algún caso, cuando la puja es cruda y finalmente cae el martillo, al escucharse “compra el Estado”, se ve algún rostro ofuscado. ¿Se la considera el aguafiestas de los remates? “Siempre. Pero me importa decir que eso está cambiando. Recuerdo hace muchos años, cuando la gente se enojaba y preguntaba dónde estaba esa ley y había que dar una explicación”, dice Rey. Confiesa que era intensión de la comisión adquirir la cédula y la credencial de Batlle y Ordóñez, “pero parecía razonable que el Partido Colorado quisiera los documentos y eso garantiza que queden en el país”. La comisión compra lotes a pedido de instituciones públicas (como museos) o a su elección y luego los distribuye. En este caso, adquirió uno de los relicarios de la hija de Batlle, Ana Amalia; los manuscritos de Baltasar Brum; el diario de navegación y documento titulado “relación de méritos y servicios de Don José Batlle y Carreó”, abuelo de Pepe Batlle. A su vez, compró cartas del archivo del presidente Juan Francisco Giró; una pintura de San José del siglo XIX; un plano de Paysandú “muy importante, de tiempos de la Guerra Grande”, y otros documentos “muy valiosos” del siglo XIX.

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