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Metido en la piel de los futbolistas

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tatuador
Marcelo Bonjour

HISTORIAS

“Nacho” Debia ya casi no recuerda al primer jugador que tatuó: un juvenil de Liverpool. No es futbolero y a veces no conoce a quienes hoy son buena parte de su clientela. Pasaron "Josema" Giménez, Diego Laxalt, Mauricio Lemos, OJ Morales, el "Memo" Diego López, Mathías Suárez y muchos más.

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Se acababa de ir un jugador de Torque, pero como “Nacho” Debia no es nada futbolero, no recordaba su nombre. Tampoco el del primer futbolista al que tatuó hace ya muchos años. Sólo sabe que se llamaba Joaquín y que jugaba en las juveniles de Liverpool. Pero fue gracias a él y también a OJ Morales que los jugadores se convirtieron en una buena parte de su clientela. Es que el boca a boca es muy importante en el negocio del tatuaje. Y cuando un jugador veía lo que se había hecho un compañero y le gustaba, preguntaba y así llegaba al estudio de Debia.

“Cuando vienen los jugadores hablamos de cualquier otra cosa menos de fútbol. Y yo por ignorante no sé quienes son. O capaz que sé que juega al fútbol pero ni le pregunto el nombre para que no se dé cuenta que no lo conozco. Otras veces me llaman y me dicen soy fulano de tal y yo lo tengo que googlear para saber quién es”, cuenta el tatuador. Es más, a veces cuando sale un cliente, alguien de la galería que lo ve le dice emocionado “¿Viste quien era?”. Y él no tenía ni idea.

Fue así, por otros futbolistas de su generación que llegó José María Giménez, a quien considera el más famoso de los jugadores que ha tatuado. Cabe recordar que “Josema” se tatuó la fecha en que debutó en la selección mayor, en un partido por las Eliminatorias frente a Colombia, cuando el entonces juvenil de 18 años anuló a Falcao García. Luego volvió para varios tatuajes más.

“Esa vez ya habíamos coordinado para que se tatuara. Se iba a hacer otra cosa, no recuerdo qué. Pero como yo siempre digo, mis tatuajes traen suerte y ese día terminó jugando de titular en la selección. Y al otro día se hizo la fecha”, dice “Nacho”.

OJ Morales todavía jugaba en Nacional cuando le hizo su primer tatuaje: el nombre de su hijo. “Es una persona muy querida en el mundo del fútbol. Y él fue importante para que los jugadores me conocieran. Es más, tenemos una amistad que dura hasta ahora. Hace tres meses se vino a tatuar de nuevo. Se hizo la cara de su hija y a él mismo tocando el tambor”, relata “Nacho” sentado delante de una vitrina en la que guarda las camisetas que varios futbolistas le han regalado. Algunas están autografiadas y con dedicatoria. Se destacan las dos de Giménez (de la Selección y el Atlético), otra del “Zorrito” Suárez, la de Mauricio Lemos, la de Abel Hernández y de varios más.

Con OJ

“Para elegir tatuarte tenés que estar consciente que eso te va a acompañar toda tu vida. Te tatuás lo que está dentro de tu corazón. Puede ser la llegada de un hijo o la pérdida de un ser querido. Con el tiempo las cosas cambian y evolucionan. Por ejemplo, yo tengo tatuado a mi hijo mayor cuando tenía cuatro años y me gustaría hacérmelo ahora que tiene 19. El fin del tatuaje es que cuente tu vida. Que de cada viaje de tu vida, la valija tenga un parche”, explica quien por lo general trata de que sus trabajos sean originales. Y que el jugador no se encuentre con tres tatuajes iguales dentro de la cancha.

“Por lo general los jugadores tienen el mismo sueño, la misma cabeza. Hubo un momento en que todos me traían la misma virgen. Un día yo estaba mirando un partido y estaba la misma virgen como en tres jugadores dentro de la cancha. Y a mí no me gustó. En casos así trato de convencerlo de hacer su virgen, pero una que no tenga todo el mundo. Buscamos otra opción porque hay varias versiones de la virgen María, según el artista. Yo generalmente, transfiero una fotografía. Trabajo mucho en realismo”, aclara. “Por ejemplo, al ‘Zorrito’ Suárez le hice a dos niños, él y su hermano, jugando un picadito en la calle. Un tatuaje como ese lleva unas tres horas”, cuenta Debia, quien se crió entre el Paso Molino y Nuevo París. Hijo de un pizzero y una ama de casa, dice que su niñez “fue divina”. Nunca fue un niño de jugar a la pelota. Lo que hacia era dibujar a sus amigos mientras jugaban.

Memo

INICIOS. “A los 12 años lo único que quería era dibujar. Estudiaba dibujo publicitario y quería dejar el liceo. Mi vieja no me dejó. Y en el liceo mi única buena nota era en dibujo”. Fue estudiando dibujo que conoció a un compañero que tenía un tatuaje muy bien hecho para la época. “Y me dio vuelta la cabeza. Un amigo me consiguió una máquina de tatuar y desde ese día no paré más. Tenía 14 años. Empecé a tatuar a la gente del barrio y no cobraba. Capaz que les pedía que me trajeran la tinta. En esa época conseguir agujas era muy difícil, había que esperar que alguien te trajera un paquete de Estados Unidos”, dice quien hoy ha ganado más de 40 premios en las convenciones de tatuadores.

Fue padre muy joven y trabajó cuatro años como decorador en una tienda muy conocida. Hasta que hicieron reducción de personal y se quedó sin nada en los bolsillos. “Entonces salí a buscar un local para hacer lo único que sabía hacer: tatuar. Mi madre me prestó un mueble para apoyar los catálogos y el dueño del local me permitió pagarle a mes vencido. Pero me advirtió que el día que no pudiera pagarle me tenia que ir”. El día que abrió tuvo un solo cliente: una joven que se hizo un delfín. A propósito, aunque dice que no hay diferencia entre tatuar a una mujer o a un hombre, reconoce que el umbral del dolor de las mujeres es mucho más alto: “Ni se quejan”.

Debia

Dentro de unas décadas habrá muchos veteranos tatuados: los jóvenes de hoy. Pero también hay gente mayor que se tatúa. “Cada vez se animan más. A un señor de 80 años le hice la cara de su esposa que había fallecido. Fue difícil, porque la piel es mucho más seca. Hay que tener mucho más cuidado”.

amistad

Las entradas de "Josema" y Lemos

Suele darse una conexión especial entre el tatuador y sus clientes. Y los futbolistas no son la excepción. “Con Josema sigo en comunicación fluida. Hablamos siempre. Y hace dos años fui a España, conocí el Vicente Calderón y vi un partido del Atlético con las entradas que él me consiguió. Y Lemos me regaló cuatro entradas en la segunda fila del Bernabeu para el partido Las Palmas- Real Madrid que costaban como 500 euros cada una”.

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