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Ni el tiro del final...

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La política uruguaya, cuando se mira desde fuera, parece la ruedita esa de los hámsters: una carrera desenfrenada que no permite avanzar un metro.

La política uruguaya, cuando se mira desde fuera, parece la ruedita esa de los hámsters: una carrera desenfrenada que no permite avanzar un metro.

Y ver día tras día el tema de la eventual renuncia de Raúl Sendic en la parte principal de todos los sitios web del país, hace acordar a aquella película “El día de la marmota”.

Ahora bien, tampoco es justo banalizar. Se trata de una situación institucional de máxima seriedad, la primera eventual renuncia de un vicepresidente de la historia del país, y que debería generar reflexiones un poco más allá de lo anecdótico.

Porque en el fondo, lo más importante no parece ser si Sendic es un corrupto o si mintió con el título. Lo que debería importar es cómo llegó tan alto tan rápido, y por qué ahora se lo quieren sacar de encima de una forma tan poco digna.

Para empezar, un comentario personal. El autor trató a Sendic antes de asumir ese cargo, no lo cree un corrupto ni un inescrupuloso (se puede equivocar), y le reconoce una cualidad muy inusual en un político: no habla demasiado. Cualidad, eso sí, que siempre deja abierta la chance de estar ante una inteligencia superior, o ante alguien que no tiene idea de donde está parado.

Sin embargo, hay algo que sí compartía con la mayoría de dirigentes oficialistas, un convencimiento religioso de que el FA seguirá en el poder muchos años más. No se debe descartar que ese sentir absolutista, tenga mucho que ver con lo que pasa hoy.

Estas características son interesantes para analizar la tan vertiginosa subida como bajada de Sendic en la escena política.

Primero, hablando del ascenso, porque resultaba cuando menos llamativo el paso de una figura con un discreto transitar por la cámara de diputados y la imprenta del 26 de marzo, sin formación en gestión, a administrar la mayor empresa del país. Y, en gobiernos con mayoría propia y división del poder en estrictos grupos sectoriales, sin mayor contralor de gente con visiones distintas. O alguien que lo conocía muy a fondo había detectado un talento milagroso, o ya desde el principio se trató de una decisión temeraria.

Segundo, hablando del descenso, por la severa campaña de filtraciones tanto sobre el desastre financiero de Ancap, como de cierta información comprometedora del carácter personal, que surgió desde el día uno de parte de otros sectores del propio FA. El que crea que la debacle de Sendic se debe a una campaña de la prensa o de la oposición, le está errando como a las peras.

Llegados al momento actual, también dice mucho que el mismo presidente Vázquez que lo llevó como compañero de fórmula, cuando vio que la figura de Sendic le afectaba en las encuestas, haya decidido iniciar esta movida para sacárselo de encima de manera tan fría como impiadosa.

Y la forma en que su mentor y padrino político, José Mujica, el mismo que habría mandado a votar por la 711 a su gente en la interna del FA para auparlo, ahora le da la extremaunción, diciendo que será solo una lágrima y seguir caminando. Aunque quienes conocen cómo Mujica se la jugó a la figura emergente de su propio sector, Alejandro Sánchez, cuando quiso presidir el FA, no sorprenderán por el uso descartable que hace de la gente el ex mandatario.

Es por todo esto que mientras somos testigos de este epílogo de culebrón donde un Sendic al que hasta su gente más cercana lo ha abandonado, se aferra al cargo más por desorientación que por dignidad, y donde su final parece ya el de la historia del tango del título, es bueno leer qué dice de nosotros como ciudadanos y votantes esta situación.

Porque, para empezar, tanto Tabaré Vázquez como José Mujica son probablemente las dos figuras más populares e influyentes de las últimas décadas, y en este caso han mostrado ser políticos que ponen su imagen personal o su ansia de poder muy por encima del sentido institucional, el patrimonio de los uruguayos, y hasta valores humanos básicos. Si el problema son las alternativas, cosa muy discutible, deberíamos pensar seriamente qué cambiar de este sistema político que nos hemos dado, para que las genere.

Para seguir, porque somos capaces de dar poder absoluto (tres veces) a una fuerza política que se niega a adaptar su funcionamiento a los estándares mínimos democráticos actuales, y donde el futuro de una figura del relieve de un vicepresidente, reposa en la caja fuerte personal de alguien como Javier Miranda, que nunca sacó un voto en una elección nacional. Mientras todo se define en conciliábulos secretos donde tienen la última palabra grupos de inexistente peso electoral.

Y, para terminar, porque pese a conocer la magnitud millonaria de la debacle de Ancap, lo que definirá este partido son una serie de revelaciones de conventillo, que consumimos con el fervor de los folletines decimonónicos o esos programas de chimentos argentinos que tanto decimos odiar.

La culpa no es del chancho...

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Martín Aguirre

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