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El valor de la información

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"Ella es María de las Mercedes Echeverrigaray. Llegó ayer en un vuelo humanitario, y hoy ya se la vio rompiendo la cuarentena y paseando por 21y Ellauri. Compartan para que se quede en su casa y no sea otra Carmela".

El mensaje fue uno de los miles que han circulado por redes y whatsapp en las últimas horas. Y si no fuera por el enorme parecido de María de las Mercedes con Steven Tyler, el cantante del grupo de rock Aerosmith (con quien una vida de excesos no ha sido muy agradecida), muchos más lo hubieran compartido. Como se imaginará a esta altura, se trata de otro mensaje “trucho” que acumulará a los cientos de miles de “fake news” que circulan hoy por internet.

Entre las calamidades que ha traído esta epidemia que azota al planeta, hay una cosa positiva. Ha puesto en evidencia el descontrol que existe en el flujo de información. Ha dejado en evidencia lo irreal de creer que la información es materia prima sin valor, a la que se podía acceder “democráticamente” con algo tan barato y sencillo como abrirse una cuenta en facebook o twitter.

En el último mes, los ciudadanos del mundo han vuelto a mirar los informativos de la tv abierta, han vuelto a leer los diarios, y a suscribirse a sus ediciones web. Un simple dato da idea de la magnitud de este fenómeno. Algunos días del mes que pasó, al sitio web de El País ingresaron más de 800 mil usuarios únicos. En un país de apenas tres millones largos de habitantes, se trata de una fenómeno casi sin comparación en el mundo.

¿Por qué pasa esto? Porque en situaciones de crisis, cuando la gente se da cuenta de que sus ingresos, su bienestar y el de sus seres queridos, depende de contar con información de calidad, tiene claro a dónde debe ir. Usted podrá compartir o no la línea editorial de un medio tradicional. A usted le podrá gustar más o menos la expresión de ese presentador o presentadora del informativo central, pero usted sabe quién le está hablando. Sabe que detrás de esa marca hay años de trayectoria, hay una empresa con profesionales que ponen su prestigio y su futuro comercial en la línea de juego, cuando le comunican información. Y sabe que detrás de ese comentario, hay una estructura que depende de ganarse su confianza para poder sobrevivir.

Todo lo contrario de lo que usted va a recibir en ese mundo caótico, marcado por el anonimato, los intereses cortoplacistas y fanatismos políticos, que es el ecosistema informativo de las redes. Usted podrá usarlo para tener algún punto de vista distinto, para seguir a alguien en quien tiene confianza, para buscar cosas particulares. Pero a la hora de informarse en serio, tan solo el tiempo que le llevaría separar la paja del trigo en lo que allí se encuentra, vuelve la operación tan costosa como descorazonadora.

Es que el fenómeno de las redes ha generado un problema mayúsculo, que es el de un falso sentido de horizontalidad, donde parece valer lo mismo la opinión de un experto que ha estudiando un tema durante toda su vida, que la de un cantamañanas, cuyo único activo es parecer estar tan convencido de lo que dice, que eso lleva a engaño a quienes lo leen. Como decía Bertrand Russell, “el problema con el mundo hoy es que los ignorantes y fanáticos parecen siempre muy seguros de lo que dicen, mientras que los sabios están llenos de dudas”.

Nunca en la historia de la humanidad la gente pasó tanto tiempo consumiendo medios de comunicación, nunca en la historia de la humanidad hubo tanta facilidad para acceder a la información, y sin embargo nunca fue tan fácil engañar a la gente para creer cualquier cosa.

Y como prueba evidente de esto tenemos ahí a los “terraplanistas”, a los antivacunas, a los negadores del holocausto, y tantos y tantos más.

Es que el manejo de información, como cualquier otra cosa, requiere educación, experiencia, compromiso y trayectoria. En esta era de posmodernismo consumista, donde parece que todo da igual, quienes más han sufrido han sido justamente los profesionales de la información. Sus modelos de negocios golpeados por empresas sin valores, su trabajo explotado por anónimos inescrupulosos, su esfuerzo por iluminar la realidad mostrando las dos campanas o contradiciendo muchas veces a la autoridad, ridiculizados como antiguallas pasadas de moda. Y sin embargo, cuando las papas queman, dentro de toda su debilidad y desmoralización, siguen siendo el recurso final a los cuales ciudadanos y gobernantes deben apelar para enfrentar las calamidades.

Es de esperar que unos y otros se den cuenta del valor de estos medios, y aprovechen tragedias como la que vivimos para apoyarlos y tomar nota de cuánto peor serían las cosas si no estuvieran.

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