El problema de las “narrativas”

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EDITORIAL

El oficialismo, con complicidad de comunicadores y figuras públicas, ha impuesto una versión de las cosas tan absurda como sesgada. Y la gente, que no es boba, ya se da cuenta del engaño.

La política tiene que ver mucho más con las emociones que con la razón. El votante tiende más a expresar en las urnas sentimientos viscerales, estados de ánimo, y reflejos instintivos, que el producto de razonamientos serenos y meditados. Y si hacía falta algo para dejarlo en claro, basta ver lo ocurrido en Argentina.

Durante los últimos 15 años, el Frente Amplio ha tenido la capacidad de dominar en el terreno de las narrativas que apelan a la emoción. Lo ha hecho, en buena medida, con la complicidad de comunicadores, figuras públicas, e intelectuales de respeto, que por distintos motivos tienen una tendencia a mirar la realidad desde posiciones socialistas. Tanto Hayek como Mises han escrito bastante explicando este fenómeno. Los generosos cheques de empresas públicas, señales oficiales, y otras prebendas, han pagado con intereses en estos tres lustros ese apoyo determinante.

¿Y cuál es esa narrativa? Tiene varias expresiones, pero lo reduciremos a su mínima expresión: el Uruguay era un caos, donde dominaba el neoliberalismo salvaje, donde el Estado había sido desmantelado, y proliferaban los negocios oscuros de la “patria financiera”, a la vez que los trabajadores eran explotados sin piedad. Todo hizo eclosión con la crisis del 2002, luego de la cual debió llegar la ola civilizadora del Frente Amplio, que levantó al país, devolvió el estado a su rol supremo, puso coto a los egoísmos individualistas y regaló derechos a los “colectivos” postergados.

Para cualquiera que lea la historia reciente con un mínimo de cordura, está claro que esto es una fantasía. Ni el Uruguay previo al 2002 era un infierno neoliberal, ni la crisis se debió a la falta de estado, ni los gobiernos del FA regalaron derechos a nadie que no tuviera antes. Pero la oposición nunca logró tener voces convincentes que dieran esa batalla cultural de una manera efectiva y contundente.

Pero, como decía Lincoln, “se puede engañar a alguna gente durante un tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo para siempre”. Y a medida que en la economía fue pasando lo que suele pasar con economías manejadas por gente con ideas socialistas, y que la sociedad se dio cuenta de que se estaban usando estrategias de confrontación y división con fines electorales partidarios, la opinión pública empezó a cambiar su manera de ver muchas cosas.

Lejos de modificar su enfoque en esta campaña como forma de enderezar el rumbo, el oficialismo ha vuelto a agitar miedos, cucos y mentiras. Tal vez uno de los ejemplos más lamentables haya sido el del exdirector de Energía, Ramón Méndez, un verdadero experto en venderse a sí mismo, pero por lo visto carente de talento para vender a su candidato Daniel Martínez. En una entrevista reciente en TV, Méndez afirmó entre otros disparates que “un mercado abierto es lo que lleva a lo que está pasando en Argentina, y es lo que queremos transmitir a la ciudadanía”.

Primero que nada, vale decir que Argentina es uno de los países más cerrados del mundo, en el nivel que se quiera analizar. Macri, si justamente tuvo un pecado, fue el de ser muy tibio en sus intenciones de apertura. Y como comparación, uno de los países que ha tenido mejor performance económica en la última década en la región ha sido Perú, que justamente ha tenido un proceso de apertura sin pausa desde los 90.

En segundo lugar, lo que pasa en Argentina no tiene nada que ver con liberalismo, apertura, o nada. Pasa que los gobiernos “K” dejaron un país arrasado, peleado con el mundo, y que ¡ni siquiera exportaba carne! Culpar a Macri por la crisis actual es casi tan absurdo como esa otra narrativa que se usa desde el oficialismo diciendo que la región está incendiada, y Uruguay sería una isla gracias al FA. Los únicos países que tuvieron crisis fueron Argentina y Brasil, los dos gobernados durante una década por amigos del FA, estatistas, partidarios de economías cerradas y del resentimiento social. El resto de los países, Colombia, Perú, Chile, Paraguay, más allá de subas y bajas naturales, no han tenido ninguna crisis. ¿Por qué será?

El hecho de que importantes dirigentes del gobierno salgan a replicar estas versiones infantiles y absurdas, es la prueba clara de que la gente ya no compra la narrativa oficialista. Por eso se intenta agitar un cuco, que con leer dos cosas, se demuestra es falso. La gran duda ahora es si la oposición va a lograr argumentar una visión de las cosas que, sin perder realismo, logre contagiar emoción suficiente como para conquistar al electorado que se muestra decepcionado de lo que hay, pero no termina de decidirse a cambiarlo.

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