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Las redes sociales

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Los Ciberrediles

@| Quien crea que las nuevas redes comunicacionales sociales son, por sí mismas, aulas de transmisión y amplificación del saber, se llama a engaño.
Tal como y para qué están concebidas, no son sino novedosos reemplazos de los viejos templos en los cuales se perpetúan y acentúan las fobias y demás boberías humanas. 

Rediles monstruosos en los cuales los modernos acólitos se sienten más cómodos que nunca, sin necesidad de trasladarse al templo físico y sin el trauma de exhibir, sin filtros ni escudos, sus carencias físicas y mentales, antes bien retocándolas hasta hacerlas irreconocibles. 

Los modernos medios de comunicación masiva reemplazan, con muchas ventajas, a los ancestrales corrillos de vecinas, en los cuales el mentirse mutuamente, cara a cara, no era una opción, dado que, por lo general, todo el mundo sabía vida y milagros de cada uno de los involucrados en aquellas limitadas y limitantes “redes directas”, incluidas las enriquecedoras tertulias de cualquier tipo y jaez. 

“Feisbuq” es de verdad maravilloso; tanto, que jamás me animaré a sumarme a tanta maravilla incontrolable por mí y que supera, en mucho, a mi humana malicia. 

Es la nueva forma, el escaparate de convencer a los demás de cuán buenos, exitosos y hermosos somos, esperando la aprobación más o menos tácita y forzada de nuestros semejantes de cara plana. 

Un horror.

En dichas redes no existen los maltratadores, los vanos, los envidiosos, los pobres, los cobardes ni los pusilánimes, y si somos rengos, estevados o corcovados, pareceremos atletas de primera. 

De a poco, espero, la gente sensata irá dejando de frecuentar esos espejos malignos, aburridos de no encontrarse nunca con personas de carne y hueso, a las que les suceden cosas silvestres y corrientes y llevan vidas rutinarias. 

En las redes puedo esconder mis bajezas e inventarme valores que nunca tuve. Y mi ego se elevará a la cuarta potencia con solo lograr que mis seguidores pulsen el botón de aprobación mendigada. 

En suma: bienvenidas todas las nuevas formas de comunicación a nuestras vidas, pero no dejemos que ninguna de ellas condicione nuestra auténtica forma de ser. Sepamos decir no, si, no sé, tal vez, o me gusta mucho, poquito y nada, tal como si tuviésemos enfrente a nuestros interlocutores humanos.
No generemos en los demás ni aceptemos de ellos, a tontas y a locas, ideas de superioridad o virtudes inexistentes, fácilmente simulables en las relaciones virtuales. 

De no, el siguiente paso ineludible será que los datos recogidos en Facebook han de ser usados como un colosal centro de reclutamiento y adoctrinamiento para manejar voluntades ayuntadas. 

Nunca mejor puesto un nombre: redes. 

Que de rediles y corderos se han nutrido las principales religiones, pastoreadas por infames careadores de ovejas. 

Los nuevos Abrahamnes y Jim Jones, expectantes cual buitres atisbando carroña, se frotan las manos. Cada minuto nace un incauto. 

El sabio proverbio nos enseña: Dime de qué presumes y sabré de qué careces. Se enunció siglos antes de soñar con Facebook, pero le calza como párpado al ojo. Podría enarbolarse como emblema de dicha página. 

Y ellos, los astutos pastores, al analizar y clasificar los pensamientos escritos de los escuadrones de ingenuos que de buena fe se los facilitan vía Feísbuq, saben que “el tiempo de recoger la mies” está bien lejos de terminarse. 

Goebbels se retuerce de rabia impotente en su tumba. 

Maldice no haber nacido cien años más tarde y poder valerse del alineante Libro de caras. Otros Goebbels, dantescos y sórdidos Maquiavelos, ya poseen las llaves del mayor redil jamás antes imaginado.

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