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Vox populi, vox Dei

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El ejemplo del debate presidencial argentino del domingo pasado es bien ilustrativo: para los especialistas en comunicación y política, es claro que en la forma y en el fondo Massa fue superior a Milei, y así, por ejemplo, lo señaló la inmensa mayoría de los analistas del diario La Nación (que no se caracteriza por ser kirchnerista). Sin embargo, la influencia real de ese debate en el electorado fue más matizada.

Por un lado, quienes más prestan atención y son exigentes con respecto al fondo y a la forma de la performance de un candidato son los que están más politizados. Y dentro de ese universo de votantes, la inmensa mayoría ya tenía decidido su voto antes del debate, al punto de poder reconocer sin inconveniente que la mejor presentación fue de Massa sin por ello, de ninguna manera, decidir votarlo. Por otro lado, hay una amplísima mayoría de votantes que, a no ser que ocurra algo muy excepcional en la cita televisiva con relación a alguno de los candidatos en pugna, difícilmente cambien de opción a causa del debate. Se trata así de una cita más para confirmar ideas que para cambiar de opción política.

Finalmente, hay un grupo de indecisos que no le interesa la política y para el cual puede importar más una actitud o un gesto de un candidato en el debate, que su argumentación detallada y especializada. Así, como la decisión de voto no es antes que nada racional, para este universo particular de votantes el consenso de los analistas en torno a la formidable superioridad de Massa queda por tanto en entredicho.

La clave de todo esto, y que por supuesto tendrá su traducción en las campañas del año próximo en Uruguay, es que hoy más que nunca importa muchísimo la segmentación del electorado. Un candidato debe concretamente hablar a tal grupo social y en otra ocasión a tal otro, sin caer en inconsistencias que lo descalifiquen, a la vez que lograr seducir a los que a priori se identifican con sus propuestas y liderazgo. Pero, también, en otro momento deberá conectar con grupos más amplios y menos cercanos. Y todo eso, además, deberá articularse con las reglas de juego de la elección -si el voto es obligatorio, si la competencia es plural o binaria, etc.- y con una atención a los problemas que son realmente los prioritarios para los distintos electorados.

El resultado es un finísimo equilibrio de mensajes especializados, comunicaciones específicas, visiones globales con traducciones locales que señalan problemas y plantean soluciones con ciertos sesgos, y énfasis de seducción que varían en función del tipo de elección que esté en juego y que además se van ajustando con el paso de las semanas y los movimientos de los rivales. Para volver al ejemplo argentino: ¿Massa fue una aplanadora de datos y actitud presidencial o mostró un talante soberbio en un país que se cae a pedazos por causa, también, de su gestión de la economía? Seguramente la respuesta sea en función del lugar particular de quien responda y de sus prejuicios políticos y valóricos.

Hay algo insondable en la conformación de un resultado electoral. Ex post, la interpretación se hace fácil porque allí ya decantaron los factores que terminaron siendo claves. Pero, mientras se vive la campaña, se ve muy sabio aquello romano del “Vox populi, vox Dei”.

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