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Uruguay un país previsible

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La sorpresa, ese sentimiento que tanto juega en las campañas electorales, parece estar excluido de los últimos procesos políticos uruguayos.

La sorpresa, ese sentimiento que tanto juega en las campañas electorales, parece estar excluido de los últimos procesos políticos uruguayos.

Sabido es que en este país los cambios solo se procesan a largo plazo y en cuotas homeopáticas. Salvo el incidente de las encuestas, que más que con la realidad tuvo que ver con la coyuntura y la ineficacia de los instrumentos para su medida, lo esperable y previsible una vez más se ha hecho presente. El Frente Amplio que triunfó en las elecciones reiterando sus porcentajes (mantuvo su anterior caudal) lo ratificó en el estéril plebiscito posterior y Tabaré Vázquez fue designado presidente por un amplio margen. Su primer acto de gobierno fue designar al gabinete sin la menor participación de su partido ni de la oposición. Ratificando un accionar que coincide con sus antecedentes y busca gobernar imponiendo su impronta, funcional a un presidencialismo arcaico, institucionalmente dominante en el país.

Más relevantes son las consecuencias de estas elecciones en relación a las distintas fuerzas políticas que componen la coalición y que desde las elecciones ha dado lugar a una pléyade de análisis coincidentes con el llamado “giro a la izquierda” del electorado. El Frente fue electo en el 2004 como consecuencia de la pronunciada decadencia de los partidos tradicionales, impotentes, aún en sus alternancias, y mediando las esperanzas (angustiadas) del pueblo uruguayo de un cambio de las políticas aplicadas hasta entonces. En un país congelado desde mediados de los años cincuenta del siglo veinte. Ello configuró una crisis que reveló una inquietud existencial excepcionalísima en una población, que llegó a cuestionarse la propia viabilidad de su país.

En el 2009 reiteró y amplió su voluntad, estimando que los buenos resultados alcanzados -en gran medida, pero no exclusivamente por el cambio en las condiciones económicas externas- justificaban la permanencia de la coalición. Ahora se renovó esa confianza, bajo el deseo de una continuación y profundización de las estrategias distributivas utilizadas junto a un manejo prudente de la macroeconomía capitalista en la línea ya alcanzada por el primer gobierno frentista. No parece, pese a la reiteración del apoyo popular al MPP y a Constanza Moreira, que ello suponga un cambio ideológico relevante, sino una reiteración de la confianza ya manifestada a José Mujica, un político confuso, de buena capacidad negociadora, pero en absoluto un radical. Tampoco parece que la caída del Frente Líber Seregni obedezca a una repulsa doctrina a este grupo, sino a un problema coyuntural con alguna de sus figuras, como pudo haber sido las derivadas del caso Pluna. Además de la poca proyección política de alguno de sus movimientos integrantes.

Las consecuencias de esta nueva realidad son también previsibles. Aunque no sea por consideraciones ideológicas, pese a que las mismas se pueden utilizar como pretexto o cobertura, cabe esperar un cierto enfrentamiento entre las principales figuras frentistas y con los distintos grupos de presión que integran la sociedad nacional, como el realmente súper ideologizado movimiento sindical. Especialmente, si como resulta presumible, las políticas distributivas, hasta ahora exitosas, se enfrentan con una situación externa que no permita practicarlas con demasiada comodidad. En tal caso las exiguas mayorías oficialistas pueden no ser suficientes. Y el orgullo un mal consejero.

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Hebert Gatto

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