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Una Navidad para todos

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Hay una Navidad para todos: la de las compras, el arbolito, el turrón y las fiestas. No necesariamente está mal, aunque puede llegar a extremos muy vacíos.

No es a esa Navidad a la que quiero referirme, sobre la que me gustaría invitar a reflexionar. Pienso en otra cosa: en el contenido histórico de la Navidad y en el sentido que surge de él. Los dos están unidos.

La Navidad es la rememoración de un hecho histórico (es más que eso, pero eso también): un hecho histórico que, además, hizo historia. Para ser exacto: cambió la historia.

No se requiere ser cristiano para reconocer eso. Es un dato de la realidad histórica. Basta tener la disponibilidad de parar la mano un instante, bajar el volumen, apagar el celu y dejar que el cerebro ejercite un poco de pienso no condicionado. Pensar en qué fue lo que ocurrió y si eso que efectivamente ocurrió, me toca de alguna manera. Si hay algo de lo que me estoy perdiendo (no de tener, sino de SER).

Pues sí: pasó algo que nos toca a todos y no solo sobrenaturalmente. Algo que todos pueden entender sin la ayuda de la fe (pero que, también, se puede esquivar o perder. No nos está dado y gratis).

Porque la venida al mundo de Jesús de Nazaret lo cambió radicalmente, más allá de la fe, que cada uno tenga o no tenga. Cambió la moral de los hombres, cambió el derecho y hasta aspectos fundamentales del gobierno de la sociedad.

La prédica de este joven judío, quien recorría a pie un rincón periférico del imperio romano, fue lo que hoy llamaríamos rupturista, (subversiva, según las autoridades de la época):

Felices los pobres.

Felices los pacientes

Felices los que tienen hambre y sed de justicia.

Felices los misericordiosos.

Felices los que trabajan por la paz.

Amar al otro como a mí mismo y perdonar hasta 70 veces siete (o sea, siempre).

¡Qué sarta de disparates!

Estaba loco el tipo. El mundo que lo rodeaba (y que mandaba) vivía otra moral, otros cánones: poder, riqueza, prestigio, ojo por ojo... La religión del imperio era un engranaje del Estado Romano y del poder y la política.

Todo eso cambió: los parámetros morales, los códigos de conducta, la concepción de la persona, de la familia, de la sociedad.

El mensaje de Jesucristo, decantado después filosóficamente, a partir de San Pablo primero y San Agustín y Santo Tomás, después, proveyó las bases sobre las que se construyó en Occidente la noción de orden natural, de derecho natural, fundamentos de la convivencia humana.

No es que los hombres siempre hayan seguido fielmente esa nueva concepción, pero cuando se apartaron, no hubo confusión ni entrevero entre lo que está bien y lo que está mal.

Que el sentido de la vida del hombre sea el amor, fue una revolución brutal.

Para todos: creyentes y no creyentes.

Esa es la Navidad para todos. De todos.

Para los cristianos es algo inconmensurable: Dios viene a mí porque me quiere y está preocupado por mí. Inabarcable. La propia sencillez con que lo hace, en un rincón perdido del mundo dominante, lo torna todavía más impactante: ¿por qué? ¿por qué así? Pobre, desválido…

Pero Cristo no vino al mundo por algunos, vino por todos. Creas o no en su naturaleza divina, Él dejó en claro que su vida la dirigió a todos: y lo hizo desde el principio y hasta la muerte y muerte de cruz.

Su mensaje es de una vida eterna. Quizás para eso se requiere tener fe (aunque la alternativa, de una vida que termina en la nada, es algo demasiado horrible para contemplar).

Pero no es exactamente así, (o exclusivamente así). De acuerdo, Jesús habla a sus discípulos y a la gente de la propuesta de su Padre que nos creó: acompañarlo por siempre. Pero no algún día, sino desde hoy. Sus palabras son “el reino de Dios está cerca”. La Navidad arranca hoy, para no terminar jamás.

¿Te pica saber cómo es la cosa? ¿Conocerlo? Hurgá en el mensaje de la Navidad.

No está colgado del arbolito, ni se compra de las vidrieras. Está adentro de cada uno de nosotros.

¡Feliz Navidad a todos!

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