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Seis meses de Lula

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Las prioridades en política externa definidas desde enero por el gobierno Lula fueron acertadas. El retorno de Brasil al escenario internacional, el destaque al medioambiente y al cambio climático y la importancia de América del Sur son políticas que están de acuerdo con el interés nacional, en un momento de grandes transformaciones globales. En los primeros seis meses en la conducción de la política externa, la cuestión que quedó aparente es la falta de una visión estratégica de mediano y largo plazo del gobierno en cuanto a la planificación y a la implementación de esas políticas.

Al retomar Brasil un papel activo, el énfasis en el multilateralismo, en la multipolaridad, en la restauración de la credibilidad y en la mejora de la percepción externa estuvieron en el centro de las preocupaciones de Lula. La reforma de los organismos multilaterales, en especial del Consejo de Seguridad de la ONU y el fortalecimiento de la OMC, así como la actualización de la agenda brasileña en esas instituciones, desgastadas en los últimos años, formó parte de la acción de Itamaraty.

La posición de independencia en relación a las tensiones entre EE.UU. y China se mantuvo, pero podrá ser probada en caso de que la crisis de Taiwán se agrave. La prioridad para la formación de un grupo de paz para la guerra en Ucrania, cuando nadie está interesado en ella, fue una equivocación y muestra un protagonismo que es percibido como desequilibrado e ingenuo. El gobierno quedó debiendo iniciativas para definir una política para el BRICS, la OCDE, en el G20 y para reducir las vulnerabilidades externas expuestas después de la pandemia y de la guerra de Ucrania. En las negociaciones comerciales, el gobierno amenaza reabrir el acuerdo Mercosur-Unión Europea en lo que concierne a las compras gubernamentales, lo que podría inviabilizar su firma.

No se ha hecho nada para revitalizar el Mercosur. En cuanto al tema clima, en el que Brasil es una potencia global, no se conoce una política estratégica que incluya propuestas para cumplir los compromisos de reducción de emisiones de gas del efecto invernadero. La realización de la COP 30 en 2025 en Pará y la convocatoria del Tratado de Cooperación Amazónica fueron resultados positivos. En lo que tiene que ver con América del Sur, además del controvertido apoyo a Argentina y Venezuela, Lula decidió retomar la iniciativa de 2000 y 2002 del presidente Fernando Henrique Cardoso y promovió una reunión presidencial para coordinar políticas que tiendan a una mayor integración regional.

El activismo diplomático, evidenciado en la propuesta de paz en Ucrania y en la reunión presidencial regional, trajo más desgastes para el gobierno y para la imagen presidencial que resultados concretos. En lo que concierne a la guerra en Ucrania, en el encuentro del G7, las ambigüedades del discurso de Lula y la controversia en relación al encuentro frustrado con Zelensky, se volvieron más evidentes. Las declaraciones públicas del gobierno pusieron en duda la equidistancia de Brasil y la percepción de que Lula tendría asumido uno de los lados.

El resultado del encuentro presidencial regional puede ser considerado como limitado y lejos de lo que el presidente Lula pretendía. Moneda Única, Unasul y la creación de una nueva institución defendidas por Brasil no fueron acogidas. América del Sur está desintegrada y sin perspectiva de avanzar en el proceso de integración a corto plazo. Sin una visión estratégica y sin la presentación de propuestas que respondan a los desafíos actuales de las transformaciones globales, prevaleció la discusión ideológica divisiva. El discurso público de Lula, desactualizado e ideológico, valorizó a Venezuela, generó división política y puso en riesgo el liderazgo que Brasil debería ejercer en la región. El hecho de que Lula haya ofrecido a Maduro una recepción especial (“visita histórica”) antes del encuentro con los demás presidentes, ofuscó la reunión y puso en segundo plano la importancia de la unión e integración regional.

La afirmación de que Maduro tendría que cambiar la narrativa construida contra Venezuela por algunos países, en especial por EE.UU., sin hacer ningún reparo al autoritarismo reinante, suscitó duras críticas de los presidentes de Chile y Uruguay, además de la oposición venezolana, lo que, en la práctica, significa críticas de derecha y de izquierda. A ejemplo de lo que sucedió en la visita a Argentina y en la reunión del G7, el marketing del encuentro fue negativo. También en el área externa Lula puede perder prestigio y credibilidad.

Con tantos problemas políticos, económicos y sociales internos, la pesada agenda externa de Lula en el segundo semestre, si se cumple, puede ampliar los ruidos en el Congreso y en la opinión pública contra el protagonismo internacional del presidente.

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