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Rutas, velocidades, peajes

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Avanzada la temporada veraniega, una medida adoptada a fines del año pasado empieza a impactar. Me refiero al nuevo plan de multas por exceso de velocidad en las rutas nacionales y, en especial, en la más usada en estos meses, la Interbalnearia.

Como se recordará, el anuncio causó un generalizado malestar. Parecía que a la gente no solo le gustaba violar las normas y manejar a velocidades por encima de lo permitido, sino que no quería ser sancionada por ello.

Por cierto ese no es el nudo del problema. Sería desvergonzado decir sin pudor que uno prefiere andar a la velocidad que se le antoja y desacatar cuando se le aplica la multa.

El problema es otro. No es que la gente quiera correr carreras, es que el diseño de cómo van cambiando las velocidades permitidas, especialmente en la Interbalnearia, es surrealista y niega el sentido para el cual esa ruta fue diseñada en origen y consolidada, luego de que se la convirtiera en doble vía en todo su trazado.

Quien maneja hoy por esa ruta, además de las continuos cortes que implican los muchos semáforos que hay en su recorrido, debe estar atento porque los límites de velocidad cambian en forma radical, en pocos kilómetros. Eso se agrava cuando se llega a San Luis.

Hasta que se hizo la doble vía en el tramo que va desde el aeropuerto hasta el arroyo de Pando, la velocidad permitida era mayor que la actual. ¿Para qué entonces se invirtió tanto dinero en hacerla doble, si ello implicaba una reducción de la velocidad?

Hay que recordar que, para recorrer la Interbalnearia en toda su extensión (o sea hasta Punta del Este), es necesario pagar dos peajes: uno en el arroyo Pando y otro en el Solis.

Quien usa esa ruta paga en el entendido de que con ello se le ofrecerá un servicio que en realidad le es negado. Paga para andar por una carretera de doble calzada pero debe comportarse como si estuviera en un camino vecinal, de esos que no cobran peaje.

Es fácil solucionar un problema cobrando multas (que además son abultadas). La respuesta debe ser una reformulación de la ruta, para que admita una sensata velocidad (nadie pretende que sea una autopista alemana) y un tránsito fluido.

Cuando en los años 60 se construyó en una sola vía, la avenida Gianattasio (todavía se llamaba avenida Italia porque continuaba la de Montevideo), atravesaba dunas de arena y extensos pinares. Hoy es la avenida principal de la Ciudad de la Costa y, si alguien cree que puede usarse como ruta, no entiende nada.

Pero la Interbalnearia es otra cosa: es una salida crucial hacia el este.

Que en tiempos recientes, en parte de su recorrido (desde el aeropuerto hasta Parque del Plata) haya habido una incesante urbanización no le quita esa categoría. Demuestra, sí, que o bien no se debió permitir la urbanización en torno a la ruta o se debió prever cruces por lo alto o por la bajo, para que la ruta siga siendo tal, incluso en zonas urbanas. Hubiera sido visionario diseñar (hace ya años) otra carretera alternativa para quienes van más allá de los primeros 50 kilómetros. Pero aún así, la Interbalnearia nunca debería perder su calidad de ruta nacional.

Recién con este gobierno, esa alternativa empezó a apurarse. El ministro de Obras Públicas propuso un tramo de 23 kilómetros de autopista. También se busca que la ruta 8 combinada con la 9 sea doble.

La iniciativa es notable, pero para que se concrete, falta mucho, y mientras tanto, el actual problema sigue pendiente.

Un anterior ministro decía, a fines del siglo pasado, que el problema de las rutas en Uruguay era que desconocían “la tercera dimensión”. Ese problema sigue existiendo aún hoy. Hay rutas nacionales de mucho tránsito, que en lugar de hacerlas pasar por arriba o por debajo de un cruce con movimiento, se les inventó la rotonda que obliga a aminorar y detenerse, antes de entrar en ella si hay un vehículo circulando. Podría ser viable en carreteras internas, pero aplicado a las nacionales es un tonto remiendo de bajo costo que nada arregla.

Donde sí se hizo lo correcto es a metros del arroyo Solis chico, del lado de Parque del Plata. Allí se elevó la ruta y se mantuvo el cruce interno a nivel del suelo. Lo cual es razonable ya que no corta el flujo local de autos, buses y peatones.

Es mejor solución que la usada en La Floresta, que obliga a los locales (especialmente peatones y ciclistas) a subir un empinado repecho, mientras la Interbalnearia no se modifica. Es la ruta principal la que debe ir por encima o por debajo del nivel del suelo, no al revés.

De todos modos, lo de Parque del Plata es una solución parcial. La Interbalnearia sigue plagada de semáforos y carteles, que súbitamente piden que la velocidad (que ya venía siendo baja), se reduzca aún más. Obliga al conductor a estar más pendiente de esos carteles que del tránsito.

Eso enoja a quien paga dos peajes para ir por lo que supone, y supone bien, es una vía rápida. Lo cual exige una solución más allá de la valiosa alternativa que este gobierno está desarrollando. Una cosa no quita la otra.

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