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Política y conflicto

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ANÍBAL DURÁN
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El Parlamento o la vida interna de los partidos son espacios donde la política se enfrenta al conflicto, acicate medular de la democracia. Eso sí, hay que procesarlo de manera adecuada para que fortalezca las instituciones del país que sea.

Por supuesto que en democracia, el acuerdo es el resultado final del diálogo, la superación final del conflicto.

La política en democracia nace y vive del conflicto. En sociedades plurales como la nuestra, con intereses hasta contrapuestos, la política busca ser el espacio donde las diferencias se dirimen a través de la negociación, el diálogo y el acuerdo.

Por eso las posturas radicales, cerradas o inamovibles, deberían tener poco futuro en la democracia: el todo o nada cancela el debate, lo sitúa en extremos irreconciliables y ese obnubilamiento impide que todos cedan, al mismo tiempo que todos “creen” ganar, pero pierde la República. “Oligarquía o pueblo”, poco feliz frase de la señora Villar. O las declaraciones del Presidente del FA, “la derecha reaccionaria y conservadora”.

Así que querer innovar en educación es de reaccionario. Querer cambiar drásticamente la seguridad es de conservador. Cuánto mote caduco, carente de sentido.

Ortega en Nicaragua, Maduro en Venezuela, Cristina K en Argentina cuando estuvo, Díaz Canel en Cuba, son ejemplos palmarios donde allí la libertad para pensar y opinar está restringida y sometida a la idea del gobernante, que sojuzga al pueblo pero a su vez, no dejan de enriquecerse en forma espuria. Aún es prematuro pensar si Bolsonaro entra en esta categoría. Porque aquí no es cuestión de izquierdas o derechas: el que es autoritario, marca su impronta y la felicidad del pueblo es netamente secundaria.

Por eso mismo, la derrota o la victoria son pasajeras bajo un régimen democrático. La alternancia en el poder es la consecuencia más notoria.

En todo este proceso yace latente siempre el conflicto, estímulo para hacer funcionar a la política. Negarlo es ignorar la naturaleza de las sociedades o ignorarlo es pretender que el otro, el que piensa distinto, no existe o no vale la pena ser considerado.

Entre la negación y la ignorancia del conflicto hay, en medio, la siempre latente tentación de suprimirlo, de ahorrarlo mediante atajos que pretender pasar por alto el proceso de dialogar, de acordar, de buscar consensos por encima de las diferencias.

Suprimir el conflicto es casi siempre un atentado contra los valores que sostienen a la democracia. Y atentar contra estos, es restar paulatinamente calidad a la propia democracia.

Cuando por ejemplo, un tema que divide a un grupo se omite o se calla para evitar la discusión que podría provocar, se premia el silencio por encima de la palabra, aspecto medular en la política, retórica y oratoria.

Cuando de igual modo, los partidos suprimen la democracia interna con tal de omitir el contraste de propuestas y el debate, se erosiona la democracia tanto en la competencia como en la elección.

Marcadamente se vio en los precandidatos en el Frente Amplio (con matices en otros partidos).

Pregonando y pregonando la unidad… ¿pero en base a qué principios? Porque que yo sepa el Sr. Andrade es comunista y si es coherente con su pensamiento, tendrá a Cuba como su musa inspiradora, nada menos que poniendo a la libertad en juego y el autoritarismo en el poder.

¿Así piensa el candidato oficialista, Daniel Martínez? Enfáticamente digo que no. No dudo que Martínez aboga por la separación de poderes, por la libertad de expresión, por la libertad de prensa, por la alternancia en el poder. El régimen cubano lleva casi 60 años de autoritarismo.

¿Cómo se concilian esas posturas tan dispares? Para Andrade (y tal vez Cosse) hay que socializar los medios de producción; sin duda Martínez no piensa lo mismo y su apuesta tal vez sea a un sistema como el actual, donde las bases del libre mercado y la iniciativa individual marcan presencia, sin prescindencia del Estado en lo pertinente. Para Andrade no deberían existir las clases sociales, sí dictadura del proletariado y luego preeminencia y dominio del Partido Comunista. Pasa en China, donde en economía son liberales y así de bien les ha ido, pero siguen sin libertad política.

La sola búsqueda del triunfo “a costa de lo que sea”, lleva a suprimir el conflicto, a verlo como un estorbo.

Si el ciudadano es solamente su voto y la democracia se reduce a la campaña y elecciones, la brecha entre política y sociedad se ensancha hasta hacer a una y otra irreconocibles, cada cual queda encerrada en su coto de acción.

Con buena fe y altura de miras, no le tengamos miedo al conflicto, sinceremos posiciones, hagamos actos de contrición (tan poco usuales), intercambiemos posturas, el ciudadano sabrá discernir. Y no usemos muletillas harto caducas, que envilecen el diálogo político.

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