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Muchas pobrezas

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Esta columna iba a ser un ejercicio mordaz sobre la inaguantable situación de marginalidad en las calles de Montevideo. Pero cambió radicalmente de tono al leer una entrevista en La Diaria con la economista Andrea Vigorito. Vigorito es una de las técnicas más respetadas en materia de análisis de la pobreza. Y allí dice cosas fuertes.

Por ejemplo, sostiene que hay un proceso de “estigmatización de la pobreza”, que se ha pasado a entender la falta de ingresos como “fracaso personal”, y que “la pobreza no puede estar nunca desligada de la desigualdad”. Vigorito incluso marca el momento en que este fenómeno comenzó a incidir. Dice que fue en 2013, cuando la oposición inició un embate contra las políticas de transferencias, y que en vez de defenderlas, parte del gobierno del FA respondió imponiendo “condicionalidades”.

Para redondear, sostiene que esto sería similar a lo que pasa en Estados Unidos, donde la gente no pide planes sociales porque existe esta idea de que hay que ser “autosuficiente en términos ingleses”. Esto nos recordó lo que nos contaba un viejo profesor de origen cubano hace muchos años cuando vivíamos en el estado de Washington, cuya esposa era asistente social. Y relataba que cuando iba a algunos hogares humildes a ofrecer medicinas gratis, los beneficiarios los sacaban carpiendo, porque no querían nada del gobierno. Lo que Vigorito ve como una especie de tara, el viejo Eloy, escapado de la Cuba comunista, lo destacaba, lagrimeando, como muestra superior de dignidad.

Es que todos los fenómenos sociales que analiza un “experto”, están atravesados por la ideología. Y en la entrevista, Vigorito muestra que no es la excepción.

Por ejemplo, cuando dice que la pobreza no puede estar desligada de la desigualdad. Sin embargo, los países que han experimento procesos de caída más radicales de la pobreza, al mismo tiempo han vivido aumento de la desigualdad. ¿Por qué? Porque muchas veces cuando en una sociedad se generan condiciones óptimas para el desarrollo económico general, quienes tienen más formación o capital, pueden sacar mayor partido. Ahora, si en ese proceso logramos sacar a mucha gente de la miseria, ¿nos importa que otros se hagan más ricos?

Aquí volvemos a la ideología. Si usted tiene una mirada marxista, o cree en la teoría del valor, esto no es posible. Porque la riqueza sería un suma cero, donde si alguien hace mucho dinero, es porque a otros les falta. Pero los países que han apostado a la redistribución de lo que hay como forma de éxito, han fracasado casi siempre.

Por ejemplo, Venezuela con Chávez lanzó uno de los programas de redistribución más grandes que se hayan visto. Y, pese a contar con una riqueza petrolera incalculable, llevó a su sociedad a la miseria. En Argentina, con sus matices, ocurrió algo parecido, aunque algunos pretendan sugerir que Milei salió de un repollo.

En Uruguay, como siempre, todo es más suave, ondulado. Pero de todas formas, el consenso social redistributivo de los gobiernos del FA, cargó sobre los hombros de la sociedad un peso que se fue haciendo asfixiante. ¿Por qué cree Vigorito que parte de la izquierda respondió poniendo “condicionalidades” a los planes sociales? Porque sus propios votantes les hacían notar todos los días que no podían bancar más esas estructuras de “ayuda social”. Y que percibían, con bastante razón, que buena parte de esos recursos iban a financiar ONG’s y armazones clientelísticos, en vez de lograr cambios de fondo.

Vivimos en un país donde un porcentaje de la sociedad bastante chico, lleva sobre sus hombros una carga económica que parece insostenible. Alcanza ver cosas tan diferentes como recibos de sueldo, los datos de endeudamiento, la tasa de suicidios, o la forma de manejar en el tránsito.

Pero hay gente que sigue creyendo que la vaca da más leche, o lo argumentan con la falacia de que habría fortunas ocultas y disponibles de ser usadas para financiar más ayuda social.

Que Uruguay tiene un problema de fondo en materia de pobreza y marginalidad, no hay quien lo dude. La polémica está en cómo solucionarlo. Hay quienes creen que el Estado debe sacar a unos para darle a otros, y así se arregla todo. En el otro extremo, están quienes creen que el Estado solo tiene que brindar condiciones óptimas para el desarrollo económico individual, y eso alcanzará para empujar a todos hacia arriba. Un problema no menor, es que muchas veces, la masiva presión recaudatoria que reclaman los primeros, vestida con los inatacables ropajes dialécticos de la generosidad y solidaridad, termina ahogando a quienes mueven la economía, generando más pobreza.

Volviendo a Uruguay, lo que una persona más o menos racional se preguntaría es: con todo lo que aporto al Estado, y lo poco que me devuelve, ¿no se puede hacer algo para resolver esta crisis con los enormes recursos que ya me saca el Estado antes de seguir fajándome a mi?

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