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Vint Cerf, el dedo y la llaga

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De nuevo la pelota en casa de doña María. Es que la visita a Uruguay de Vint Cerf, uno de los “padres” de Internet y figura estelar de la revolución tecnológica, dejó elementos jugosos como para volver a meterse con una de las palabras santas de los últimos gobiernos: la regulación.

De nuevo la pelota en casa de doña María. Es que la visita a Uruguay de Vint Cerf, uno de los “padres” de Internet y figura estelar de la revolución tecnológica, dejó elementos jugosos como para volver a meterse con una de las palabras santas de los últimos gobiernos: la regulación.

El lector sabe de lo que estamos hablando. En los últimos años a nivel político se ha generado un mantra acerca de lo maravilloso que es que el gobierno regule todos los aspectos de la convivencia, desde las relaciones laborales o el sistema financiero, hasta la venta de marihuana, alcohol o tabaco (esto ya a niveles yihadistas). La irrupción de Uber y su pelea con “la familia del taxi” había puesto el tema sobre la mesa, pero la charla de Cerf aporta una visión de alguien sin complejos que puede dar una idea de hacia dónde va el mundo de hoy.

“Cuando uno regula, lo que hace es poner a la gente en una caja y tiene que haber una buena razón para ello. A veces, es mejor no regular algo para permitir la innovación que hace no solo que crezca la economía sino la libertad”, sostuvo Cerf. Y agregó que “en algunas culturas, los gobiernos dicen que los usuarios no son capaces de hacer sus elecciones por sí mismos y por eso aquí están las reglas. En otros lugares la actitud de los gobiernos es que hay que proteger a los ciudadanos, pero dándoles la opción de elegir, asegurándose que tengan información y dejándolos hacerlo”.

Si cuando el amigo Vint dice “algunas culturas”, usted se sintió aludido, espere un poco, que hay más. “Si pensamos que habiendo información suficiente los usuarios no tendrán problemas para tomar buenas decisiones, entonces deberíamos preguntarnos si los gobiernos deben tomarlas por ellos. ¿Sobre qué bases los gobiernos toman esas decisiones? ¿Saben más que los ciudadanos?”. Y para rematar, concluyó con una frase trascendente: “Ni el gobierno ni el sector privado tienen la creatividad de la gente”.

Se trata de expresiones que ponen el dedo en la llaga de uno de los temas centrales del Uruguay de hoy. Y que deberían resonar en ambientes de decisión un poco más allá de las decenas de “geeks” que se codeaban excitados ante cada chiste del veterano de emblemático traje con chaleco.

Es que Uruguay es un país hiperregulado, donde el estado ocupa un rol paternal en la vida de la gente, y toma permanentemente las decisiones por ellos. Esto es algo tan asumido que ya nadie ni lo cuestiona.

Ahora bien, ¿es esto positivo para las personas? La experiencia local está llena de ejemplos de que no. Uno cantado es el de los taxis, un sistema hiperregulado, donde las intendencias dan permisos limitados para trabajar en el rubro, donde se fija qué tipo de vehículos se puede usar, se subsidia el combustible, se determinan las tarifas, todo. ¿Cuál es el resultado? Los usuarios no se benefician, ya que tienen un servicio caro, de mala calidad, peligroso, que apenas llueve o durante la hora pico de media tarde es imposible encontrar un móvil. Los empleados tampoco, suelen trabajar turnos de 12 horas, sus ingresos son bajísimos, y por eso derraman ese humor chispeante sobre los clientes. Ni siquiera los propietarios de pequeña escala son los ganadores, sino los empresarios que tienen flotas de decenas de coches, y que logran así márgenes suculentos de ganancia. O sea que en este caso, la regulación beneficia claramente a los más fuertes, y perjudica a los más débiles.

Lo mismo sucede con los arrendamientos de viviendas, por citar otro caso notorio. Las leyes pensadas para beneficiar al modesto arrendatario, terminan siendo tan complicadas para quien tiene una vivienda candidata a alquilarse que antes de hacerlo se toma todas las prevenciones del mundo. ¿La consecuencia? Miles de viviendas vacías, la inversión en vivienda de quien tiene un pequeño capital totalmente desalentada, un cinturón de construcciones irregulares en torno a la ciudad, y una industria financiera de la garantía de alquiler, como no existe en ningún lado.

A ver, nadie pretende la ley de la selva, ni una ausencia total del estado en la sociedad. Pero hay una razón clave por la que las regulaciones excesivas fracasan en cumplir sus beatíficas intenciones. Y que es una lección central que dejó el derrumbe del “socialismo real”. En una economía tan compleja como la de hoy, es imposible que un comando central pueda evaluar los efectos de cada decisión que se toma. La planificación de arriba hacia abajo tiende a ser un fracaso en lograr lo que busca. Y la mejor manera de que las sociedades se adapten a los cambios con el mínimo de traumas, es dejar espacio para que las decisiones se tomen a nivel de la gente. Como dijo Cerf, “nadie tiene la creatividad de la gente”. Y nadie parece saber lo que es mejor para una persona, que la propia persona involucrada.

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Martín Aguirre

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