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La mirada ajena

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MARTÍN AGUIRRE
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"¿Cómo se vive en Uruguay el ascenso de Manini Ríos, admirador de Bolsonaro, homofóbico y que ha defendido a torturadores de la dictadura?”. La pregunta del periodista del Washington Post dejó descolocado a este autor.

“¿Pero... de dónde sacó eso?”. “Pues lo acabo de leer en una nota de El País de Madrid”. “Pues no es correcto”. “Pero no puede ser”. “Le aseguro que Manini no ha dicho nada de eso”.

La entrevista con “El Post”, pod-cast en español del diario americano, se cortó en aquel momento. El periodista español pidió disculpas por el exceso de confianza en su colega, y arrancamos de nuevo. Pero el episodio volvió a la cabeza de este autor por la polémica de las últimas horas respecto a un par de piezas de medios extranjeros sobre la realidad uruguaya.

El primero, aquel informe de la cadena alemana DW, que decía que en Uruguay peligraba la libertad de prensa. Cosa sin ningún sustento fáctico, y que se basaba en las palabras de Edison Lanza, asesor político del intendente Orsi. Cosa que, llamativamente, no se aclaraba. O sea, se acusaba en base a una sola fuente, e interesada. Pecado grave para cualquiera con alguna idea de periodismo.

En las últimas horas, se publicó otro artículo, esta vez en The Guardian, que pinta un panorama trágico de la pandemia en Uruguay (más apto para la realidad de hace mes y medio que de ahora) y que también tiene serios defectos formales. Por ejemplo, hablan tres figuras: el presidente del SMU, Gustavo Grecco, cuyo rol en esta pandemia no hace falta comentar. Un cardiólogo de apellido Niggemeyer, cuyos posteos y peleas en Twitter dejan al Dr. Salle como un señor equilibrado y fino. Y el senador opositor, Mario Bergara, un economista, pero cuya presencia cuadriplica a la del ministro Salinas, la única voz del lado del gobierno. ¿Es esa la paleta de fuentes a la que alguien con buena fe apelaría para intentar aproximarse lo más posible a la realidad?

La pregunta es por qué medios globales de buena reputación hacen trabajos con tan claros déficits técnicos. ¿Es Trostchansky y su barra que desistieron de ir a la OEA, y salieron a buscar medios extranjeros con la misma estrategia?

Parece un exceso de paranoia. Hay algunas explicaciones más racionales para este fenómeno.

La primera tiene que ver con una mirada paternalista que manejan los medios externos, y en especial quienes siguen la realidad de países “periféricos”. Esto se traduce en una obsesión por encastrar nuestra realidad política a su esquema ideológico original.

Para los españoles, Manini Ríos es lo mismo que Vox, su partido de “ultraderecha”. Para ellos la coalición de gobierno es “de “cinco partidos conservadores” (Mieres incluido), y el Frente perdió porque “en los departamentos del interior la legalización de la marihuana, el matrimonio homosexual o las medidas de apoyo a la población trans no fueron siempre bien recibidas”. Sí, así textual, se publicó.

Para The Guardian, Lacalle Pou es Boris Johnson, a quien odian como Gárgamel a los Pitufos. El informe lo dice textual: “Lacalle Pou hizo lo mismo que los republicanos en EE.UU. y que los conservadores británicos”. ¿En serio? ¿Lacalle Pou actuó como Trump? ¿Se puede ser tan superficial? Raro que se olviden de López Obrador, que fue el más refractario a los encierros que ningún “derechista”.

Este paternalismo se traduce en una reducción de las exigencias profesionales. ¿Usted se piensa que la DW habría permitido que un informe suyo dijera que en Francia peligra la libertad de prensa en base a una sola fuente?

Hay otro tema, que es que estos medios globales, y sus colaboradores free lance, se nutren del estado de ánimo de ciertas elites con pretensión intelectual de los países que cubren. Y estas elites han mostrado ya hace años un divorcio creciente con el sentir de grandes sectores de la población. Pasó en EE.UU. cuando subestimaron a Trump, en Brasil, cuando no vieron venir a Bolsonaro, o incluso en Perú, donde ahora se quieren matar de ver que su próximo presidente puede ser una persona que no logra hilvanar tres palabras de corrido. Y algo similar pasa aquí, donde si vemos al “mundo twitter”, el gobierno se cae a pedazos, pero las encuestas dicen otra cosa.

Uno podría leer estas coberturas y decir “y bueno... que digan lo que quieran”. Eso aunque muchos de quienes hoy defienden estos informes periodísticos no pierden oportunidad de glorificar a Lula da Silva, quien cuando un periodista emblema del New York Times como Larry Rother informó que tenía problemas con la bebida, directamente lo expulsaron del país.

El problema es que esas cosas tienen consecuencias. Y si no, vea lo que pasó en la OEA, donde para defender a un autócrata y pederasta como Daniel Ortega, el embajador nicaragüense se basó en el informe de la DW para acusar a Uruguay de ser una dictadura. Sí, un gobierno que metió presos a todos los candidatos de la oposición, nos acusa a nosotros de dictadura.

Y alguno mal informado, perezoso, o muy fanatizado, todavía capaz que va y les cree.

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