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Chinos, maestros y genética

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MARTÍN AGUIRRE
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Dos temas han marcado la agenda esta semana. Temas que parecen no tener vinculación alguna pero, como solemos decir aquí, todo tiene que ver con todo.

Especialmente cuando analizamos la forma en que ciertos sectores de la sociedad apelan a las tácticas más rebuscadas con tal de imponer su mirada al resto. Y, de paso, darle aire a su insaciable complejo de superioridad moral.

El primer tema fue el anuncio del inicio de negociaciones con China de cara un tratado de libre comercio. El presidente Lacalle Pou cumplió con los protocolos más republicanos, y antes de anunciar el tema a la prensa, convocó a los líderes de todos los partidos para ponerlos al tanto. Parecido a lo que hizo Tabaré Vázquez cuando creyó que habíamos encontrado petróleo, ¿se acuerda?

Si bien todavía hay que estudiar a fondo los detalles, donde se suele esconder el diablo según dicen, basta decir que China es el principal mercado de nuestros productos, nuestros mayores competidores ya tienen acuerdos similares, y hoy estamos pagando casi 200 millones de dólares en aranceles. Plata interesante como para apoyar a los posibles sectores perjudicados.

Tras unas primeras reacciones positivas, ya empieza a verse un viraje en el principal partido de oposición. Y las últimas declaraciones del sector más importante, el MPP, y de figuras de enorme peso popular como el excanciller Nin, muestran que la tendencia va rumbo a una oposición a ese acuerdo. Esto pese a que el mismísimo Tabaré Vázquez había ya intentado algo similar.

Pero más allá del peso del Frente Amplio para oponerse a un acuerdo así, ese partido cuenta con otras herramientas. Principalmente referentes y figuras mediáticas que siempre se van (casualmente) alineando con los intereses de esa fuerza. Ahora hemos empezado a escuchar sobre el peligro de que nos expulsen del Mercosur, cosa que sin el apoyo de Brasil es imposible. O de que EE.UU. se podría enojar. Chile tiene un TLC con China, votó en contra de la invasión a Irak en la ONU, y sus relaciones con Washington nunca se vieron afectadas.

El segundo tema de debate esta semana fueron unas declaraciones de la directora de Secundaria, Jenifer Cherro. Tras compartir el último informe sobre los resultados en su área (francamente lamentables, y donde menos de la mitad de los estudiantes termina en tiempo y forma), Cherro fue consultada sobre la disparidad que se ve entre algunos departamentos. En especial, respecto a que Colonia, históricamente, muestra mucho mejores guarismos que el resto.

Ante esa consulta, Cherro lo atribuyó a que “entiendo que Colonia es un departamento muy pujante, y el hecho de que esté integrado por inmigrantes, por distintas colonias, creo que también genéticamente hace que la gente tenga otra forma de ver las cosas.”. ¡Mamita! La que se armó.

Los medios afines al Frente Amplio la calificaron de racista, luego toda la hermandad bienpensante de las redes sacó a relucir su batería de ingenio, los “memes”, las alusiones a Miki Vanilla y toda esa creatividad. Para cerrar con el infalible aporte de los “equilibrados” que concluían que el pecado de Cherro era no pedir perdón. ¿Pedir perdón?

Cualquiera que lea las declaraciones de Cherro se da cuenta que la mujer está hablando de temas culturales, no biológicos. Habla de que son hijos de inmigrantes, diversos, de la cultura del esfuerzo, todos aspectos que no vienen en el adn de ninguna “raza”, sino en la cultura y la historia. Solo alguien con muy mala fe puede asumir de esas palabras, que sostiene que a los colonienses les va mejor en el liceo por ser de una raza superior.

Pero, además, acusar a alguien de racista es una cosa muy grave. ¿Hay algún antecedente de Cherro en ese sentido? ¿Cómo es que resulta más fácil creer que un jerarca de años trabajando en la educación pública, con el compromiso y sacrificio que eso exige, es racista antes que pensar o que no fue claro en lo que dijo, o que yo lo puedo estar malinterpretando? Y no son los cuatro bobos habituales de twitter. ¡La bancada del FA planteó citarla al Parlamento por eso!

Desde ya que esto desvía por completo el debate del tema de fondo, que es el lamentable esta-do de la educación pública. ¿No sería más lógico cuestionarnos qué pasó en los últimos años, en los que se volcaron recursos y se trabajó en sintonía con los gremios como nunca, y quedó este resultado?

Volviendo al comienzo, Uruguay parece tener un problema serio. Necesita cambiar la forma en que viene haciendo una cantidad de cosas si quiere salir del estancamiento económico y social. Ahora, si ante cada nuevo enfoque que alguien busca dar a nuestros problemas, vamos a tener una armada activista que nos entierra en debates estériles, y que considera todo lo que no hacen ellos moralmente ruin, nunca vamos a cambiar nada. ¿Estamos tan bien como para darnos ese lujo?

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