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Los votitos

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La democracia se juega en los votos. El poder -el poder hacer- está vinculado al respaldo popular y eso se mide y se cuenta en votos. En atención a estas reglas de juego los dirigentes políticos y los Partidos cuidan los votos. Es lo normal.

Pero, como en cualquier orden de la vida, el exceso daña las mejores intenciones. Un Partido que no quiera perder votos ni por una punta ni por la otra resulta ni chicha ni limonada: por el afán de hacerse simpático a todos termina por no ser atractivo para ninguno. Todo es cuestión de medida.

A los dirigentes partidarios se les plantea un dilema real: hay decisiones duras pero necesarias, para enfrentar las cuales se corre el riesgo de tener que pagar algún costo político. Se entenderá mejor lo que quiero decir si se rememoran algunos episodios relativamente recientes. Todos recordamos las palabras del Dr. Tabaré Vázquez en cuanto a que la reforma del estado es la madre de todas las reformas. También recordamos a un Vázquez ya muy disminuido hablando de cambiar el ADN de la educación. En el caso de la reforma del estado no dio ni un paso y en cuanto a la reforma educativa reculó ante la primera confrontación.

Es verdad que en las democracias los gobiernos no pueden hacer lo que quieren y no pueden ir contra un sentir generalizado de la gente; de intentarlo se generaría una crispación social peligrosa para la estabilidad institucional. Pero los Partidos tienen una función pedagógica y los gobiernos tienen que hacerse inteligibles. Las medidas duras o impopulares que sean necesarias deben ser explicadas. Ahora, una vez explicadas y expuestas a una discusión pública abierta, hay que aplicarlas: eso es gobernar.

Uno de los asuntos cuya reforma es una necesidad reconocida por todos los Partidos fue y es la reforma del sistema jubilatorio. Tanto Vázquez como Mujica lo reconocieron en su momento. Ninguno de los dos se atrevió a enfrentarla: tuvieron miedo de que pudiese generar costos electorales. Admitieron en ese acto (en esa derrota) su temor por los guarismos electorales.

El actual gobierno le puso el cascabel al gato: explicó y abrió a debate la necesidad de la reforma jubilatoria y luego se la jugó. La mayoría de los uruguayos ha entendido la urgencia del asunto y el gobierno no ha perdido la aprobación que marcan las encuestas de opinión. Los uruguayos que saben sumar y restar conocían la situación apretada del BPS. Lo que pasa es que, ante un problema cuyo castigo no me afecta hoy y del mañana nunca se sabe, patear la pelota para adelante era lo propio del viejo Uruguay.

Al mostrar este gobierno que el problema se debe enfrentar hoy y que él -el gobierno- está firme en su decisión como para apostar allí sus boletos (votos), la gente termina entendiendo y terminará acompañando (anticipo que no va a haber plebiscito de reforma constitucional ni nada).

En lo que es personal me da gusto que mi Partido, una vez más, se muestre como un Partido que no anda cuidando la ropa y se juega por sus convicciones. La reforma jubilatoria va en serio. La reforma de la enseñanza también va en serio. Los costos políticos terminarán siendo ganancia. Sobre todo ganancia para el país, que es lo que importa.

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