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Lo que vendrá

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Días pasados Wladimir Putin fue designado por más del 80% de sus súbitos, Zar de todas las Rusias. Casi en forma simultánea, Donald Trump, fue elegido, por un porcentaje similar, candidato del Partido Republicano. Le aguardan las elecciones generales, donde competirá con Joe Biden, salvo que lo derriben varias acciones judiciales en su contra. Las encuestan lo dan como ganador frente a su rival demócrata.

En China, el actual secretario del omnímodo Partido Comunista, fue reelecto. Sólo la voluntad de su partido es apta para despojarlo de su función. En la cercana Corea del Norte, su emperador hereda el cargo por herencia y dura de por vida, precisamente en estos momentos están ideando, designar formalmente a su hija, de unos pocos años, como su sucesora. No vaya a ocurrir que alguien sin conocimientos dialécticos, tenga la infeliz ocurrencia de cambiar el método. En Cuba, pese a ciertas apariencias de nombramiento por elecciones indirectas, la designación de su mandamás sólo es posible con la anuencia del Partido Comunista Cubano, el único permitido en el país. Fidel Castro lo ocupó durante más de cuarenta años mientras su salud se lo permitió.

Viet Nam, pese a su liberación en materia comercial sufre el mismo proceso. En Nicaragua o Venezuela se recurre a elecciones populares, pero antes de realizarlas los candidatos opositores que cuenten con posibilidades son impedidos de competir, lo que infaliblemente lleva al triunfo de los actuales gobernantes. Ortega y Maduro son los mejores representantes de esta práctica. Los regímenes húngaros, polacos y turcos, aun cuando se autodefinen como democracias mantienen falencias institucionales que las descalifican como tales. Por no referirnos a la situación en Irán, la más auténtica de las teocracias. Algo similar ocurre con otras decenas de naciones donde las libertades cívicas están permanentemente en cuestión, aun cuando celebren elecciones periódicas cada tantos años.

Tal el mundo con el que conviviremos en los próximos años. Donde reaparecerá (ya se está instalando) la bipolaridad vigente en la guerra fría, y retornará el peligro de abrazo nuclear, señal de que muy pocos sobrevivirán. Rusia alardea, China exhibe permanentemente su poder, Irán avanza, Alá a la cabeza. Éste será el tríptico más visible de los enfrentados en las próximas décadas. En el otro, Estados Unidos, la mayor potencia militar de la historia,

quedará posiblemente en manos de Trump, un déspota muy parecido a sus contrapartes, tan dogmático e ignorante como ellos. A su lado, sin chances de valerse por sí, permanece la Unión Europea. Un grupo de naciones que ha sufrido guerras crueles pero parece manejarse con más idoneidad que los norteamericanos. Pero que en ningún escenario puede prescindir de su apoyo, lo que la coloca en el más débil de los dos extremos enfrentados.

En el último escalón de este amenazante “puzzle”, nosotros los latinoamericanos. Indefensos ante una geopolítica que nos es totalmente ajena, y con varios vecinos ideológicamente indeseables, sólo podemos aguardar que nuestra insignificancia nos proteja. La situación no da para saludar el futuro, políticamente, el más amenazante de la historia de la humanidad, pero consecuencia del pasado que vivimos.

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