Legados de Wilson

  • Facebook
  • LinkedIn
  • Twitter
  • Email

Se cumplieron en estos días 35 años de la muerte de Wilson Ferreira, uno de los tres líderes más importantes del Partido Nacional en el siglo XX. Ya es tiempo pues de que su figura política sea evaluada por los blancos con lentes analíticos fríos que dejen de lado posicionamientos sectoriales cortoplacistas.

El asunto es importante porque desde la reforma de 1997, con los quince años de gobiernos frenteamplistas, el triunfo de 2019 y la conformación de la Coalición Republicana, y el protagonismo de una generación cuarentona que conoció muy poco a Ferreira -el actual presidente, por ejemplo, apenas tenía 14 años cuando murió el candidato a presidente de 1971-, el sistema político cambió radicalmente con respecto a la época de Wilson.

En efecto, a muchos aún les cuesta admitirlo y entenderlo a cabalidad: el adversario político de los blancos, hoy, no son más los colorados, sino el Frente Amplio (FA). Claro está, se podrá debatir con mirada histórica sobre tal o cual evento o proceso que protagonizaron blancos y colorados como profundos rivales que fueron por tantas décadas: sin ir más lejos, la salida del pacto del Club Naval en 1984 es clave en la conformación del Uruguay moderno. Pero se trata de cuestiones sustancialmente históricas que, si bien marcan talantes, perfiles e identidades partidarias, de ninguna manera fraguan el futuro del país en el hacer cotidiano de nuestra vida política.

Y así como el sistema partidario ya no es el mismo, tampoco las opciones de Ferreira de 1971 son un manual inteligente para enfrentar los desafíos nacionales de las próximas décadas. La descentralización, por ejemplo, ya avanzó muchísimo: por un lado con las elecciones departamentales independizadas; y por otro lado con el desarrollo económico del Interior, por ejemplo con los polos industriales -las tres grandes inversiones forestales en Río Negro, Colonia y Durazno-, y con las logísticas regionales como el auge del puerto de Nueva Palmira o el reciente impulso del eje de la Laguna Merín con Brasil. Ni qué hablar que todo el olor cepalino que impregnaba a muchas propuestas blancas de hace más de medio siglo, hoy está totalmente rancio.

Hay un Ferreira equivocado: por ejemplo, el del verano de 1972, con su enojo por su derrota, o el del verano de 1973 con su propuesta de elecciones anticipadas. Hay un ADN blanco que encarna Ferreira y se opone a la dictadura: allí vibraron varias generaciones que se fueron haciendo ciudadanos en la resistencia democrática verdadera, esa que la miserabilidad de la memoria izquierdista de este siglo XXI ha querido menoscabar y hacer olvidar. Y hay un Ferreira sabio, que aprendió radicalmente de sus graves errores anteriores y sorprendió a todos: el de la explanada de diciembre de 1984, con su gobernabilidad; y el de diciembre de 1986, con su coraje y sentido patriótico en la ley de caducidad.

No es verdad que el wilsonismo sea apenas una colección de anécdotas. Ni tampoco es legítimo que sea reivindicado por el FA, ya sea para consumo electoral propio o ya sea como santo y seña de un blanquismo aceptable a los ojos de la reptil superioridad moral del comité de base.

El wilsonismo es radicalmente blanco y hoy está desperdigado en todo el Partido Nacional.

Esa es la pura verdad.

Ver las últimas noticias