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¡La tragedia no es clasista!

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Sobre “La sociedad de la nieve”, el senador frenteamplista Mario Bergara escribió: “La epopeya de Los Andes fue protagonizada por chiquilines de los sectores más ricos de la sociedad. Muchachos de élite, sin vuelta ni matices. Sin embargo, todos estamos orgullosos de que sean uruguayos. Es una historia que siempre me emocionó, entre otras cosas, por sus visos de heroísmo. Puede que en el Uruguay haya recelos de clase y también consciencia de las diferencias de clase, pero no hay ni debe haber odio ni grieta. Para mí, no es poca la diferencia y hace a las particularidades de esta sociedad que hemos construido.”

Leído el texto entero, entiendo que el autor buscó sostener que en el Uruguay “no hay ni debe haber odio ni grieta” y que “no es poca la diferencia” con otros países. Pero como eso lo introdujo con un “sin embargo”, que es un conector contraargumentativo según la Academia, el foco crítico recayó en la primera parte, donde el texto aludió a que las víctimas eran “muchachos de élite” y dio por sabido que “en el Uruguay haya recelos de clase y también consciencia de las diferencias de clase”.

Fue tal la andanada que el autor, presto, reconoció que “no fue feliz”, aclaró que “el objetivo era, además de mostrar mi respeto y admiración… evitar y no profundizar ningún tipo de grieta en la sociedad uruguaya”. Concluyó: “Me disculpo y espero que se comprenda esta aclaración”.

La intención del Cr. Bergara nos pareció evidente desde el principio. Quedó nítida en la aclaración y las disculpas. Pero el entredicho no debe darse por cerrado, pues no nació en un yerro de redacción. Surgió porque se conectó la clase social de las víctimas con los sentimientos ante la brutal desgracia.

Tal conexión no fue un gazapo gramatical ni fue un invento del hoy precandidato. Al contrario: en Europa, desde el Manifiesto Comunista de Marx -hace 184 años- y en el Uruguay desde las primeras repercusiones de la dictadura bolchevique -hace 107 años- hasta las últimas pintadas en los muros de Montevideo, la oposición y la guerra de clases han sido constantes. Han servido para inflamar votantes, para justificar el terrorismo reivindicante y para despreciar y empujar el derribo de las instituciones y la libertad.

Si Bergara sintió la necesidad de decir que admira la epopeya, a pesar de que sus protagonistas fueron “muchachos de elite”, fue no tanto por olvidar que en el hielo de los Andes murieron modestos servidores de la aeronáutica militar como por entender pertinente mentar la guerra de clases también ante lo que bien calificó de epopeya.

Los analistas políticos acaso interpretan que quiso diferenciarse del PIT-CNT y el partido comunista, que hoy son los timoneles del Frente, donde él puja por su candidatura. A nosotros nos parece que recogió un clasismo que nos ha eclipsado la base espiritualista -raíz cristiana, influjo krausista- que nos hizo progresar por fraternidad y no por guerra de clases. En vez de “proletarios de todo el mundo, uníos”, la bandera del ascenso social republicano que honró al Uruguay fue “Hombres que amáis la justicia, uníos”.

Desde ese principio aprendimos a sentir la muerte como una dolorosa igualadora, sin tener que elucubrar para llorar por igual las tragedias de los que tienen mucho y de los que no tienen nada. Si ahondamos en estos temas, ¿qué país podremos edificar sin exclusiones?

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