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La realidad de la pobreza

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IGNACIO MUNYO
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Pero entonces, ¿cuántos pobres hay en Uruguay? La pregunta es tan concreta que espera una respuesta simple, un número o un porcentaje. Pero no es tan sencillo.

En las últimas semanas se ha discutido sobre esto a raíz de un análisis de Ceres publicado el 16 de setiembre, que se propuso estimar la cantidad de uruguayos que previo a la pandemia vivían en situación de pobreza.

El trabajo fue valorado por mucha gente preocupada por la magnitud de un problema social de esta naturaleza, pero también quedó bajó ataque de personas que, en redes sociales y otros espacios, salieron con enfado a cuestionar la oportunidad de la publicación o a decir que no aportaba nada nuevo o que no reconocía trabajos anteriores.

Las críticas son siempre bienvenidas y las ironías dan información sobre una particular forma de atender el caso, pero lo importante es que el asunto esté en la agenda y lo que se pueda hacer para mejorar el complejo panorama.

El informe de Ceres es un aporte al debate sobre el problema de fondo y las posibles soluciones. No cuestiona los datos del INE; los usa para su trabajo porque los considera confiables. No ignora estudios anteriores sobre medición alternativa de la pobreza, sino que los reconoce y valora para construir un indicador nuevo. No actualiza algo conocido; aporta un dato nuevo que no había sido estimado y era necesario para conocer la magnitud del drama. Claro que hay informes previos con enfoques que lucen similares, pero se basan en metodologías diferentes y no están actualizados.

La pandemia desnudó una realidad dura, que nadie dice que estuviera oculta en estadísticas, pero que no estaba estimada en magnitud. En cuestión de días, surgieron centenares de “ollas populares” con reminiscencias de otras crisis profundas del pasado. Las últimas cifras oficiales mostraban que al 2019, el 8,8% de la población del país era definida como pobre.

Todos los años, el INE utiliza los datos de la encuesta de hogares para computar la pobreza en base al método de ingreso, tal como se hace en todos lados. Para ello, compara el ingreso de las personas con el costo mensual de una canasta básica de consumo que incluye alimentación, vivienda, vestimenta, salud, transporte, comunicaciones, educación, etc.

Las personas que tienen ingresos inferiores al costo de esa canasta básica - lo que se define como “la línea de pobreza”- son clasificados como “pobres”. Para los montevideanos, el costo promedio de esa canasta básica en 2019 fue $ 14.300, lo que significa que las personas con ingresos inferiores a ese valor son definidos como pobres y los que ganan un peso más, no lo son. Para el interior los montos son inferiores porque el costo de la canasta es más bajo: $ 9.200 para interior urbano y $ 6.200 para el rural.

Aunque es una metodología aceptada internacionalmente, tiene la limitación de que la diferencia de ingreso mensual puede no reflejar diferencias en calidad de vida. Para no quedarse solo con ese dato es que se realizan estudios sobre otras dimensiones asociadas a la pobreza. Trabajos previos realizado en Uruguay han mostrado que cerca de la tercera parte de las personas vive con necesidades básicas insatisfechas porque no puede acceder a determinados bienes y servicios que se consideran críticos para el desarrollo humano.

La metodología basada en necesidades básicas insatisfechas busca cuantificar la cantidad de personas que viven con al menos alguna carencia relativa a los estándares considerados mínimos de materialidad de la vivienda, el tamaño y calefacción del espacio habitable y para cocinar, la posibilidad de conservar alimentos, el acceso a servicios higiénicos, agua caliente y energía eléctrica, así como también de inclusión educativa.

Ceres desarrolló una forma alternativa de combinar los datos del INE para visualizar mejor la realidad de la pobreza al combinar ambas metodologías: la línea de pobreza en base a ingreso y las necesidades básicas insatisfechas.

Y los resultados fueron fuertes. Más de medio millón de personas estaban en Uruguay en situación de pobreza previo a la pandemia. El año pasado había más de 200 mil personas que tenían ingresos apenas superiores a la línea de pobreza, y por lo tanto no eran considerados entre las 308 mil personas definidas como pobres por la clasificación usual, pero que vivían en condiciones similares a las de las personas clasificadas como pobres. Ambos grupos, el de las personas definidas como pobres por el INE y el grupo de personas que no lo son porque ganan un 20% más por mes (con ingresos mensuales que llegan a $17.200 en Montevideo), no se diferencian en las necesidades básicas insatisfechas con las que tienen que convivir.

En base al análisis anterior se llega a que las personas que vivían en situación de pobreza representan el 14,7% del total de la población en 2019. Esta cifra varía sustancialmente por regiones. Los mayores registros se dan en el Noreste (Rivera, Tacuarembó, Cerro Largo) con 20,6% de la población en situación de pobreza y en Montevideo con 18,6%, seguido del Litoral Norte (Artigas, Salto, Paysandú) con 16,5%. Los menores registros son en el Este (Treinta y Tres, Lavalleja, Rocha, Maldonado) con 9,7%, y el Litoral Sur (Rio Negro, Soriano, Colonia) y Metropolitana y Centro (Canelones, San José, Flores, Florida, Durazno) con 9,4%.

En otras palabras, cuando se considera además del ingreso, la situación de la vivienda (precariedad, hacinamiento, espacio para cocinar y baño), el acceso a confort (calefacción, conservación de la comida y calentador de agua) y a la conectividad (internet), la dimensión laboral (desempleo, subempleo e informalidad) y el acceso a la educación (educación media, años totales de educación), la realidad es mucho más dura que lo que muestra la cifra de pobreza por ingreso. Y a nadie le puede sorprender.

Había más de 500 mil personas que previo a la pandemia ya vivían en situación de pobreza. No sabemos aún cuanto empeoró esta situación, pero sí está claro que más que discusiones estériles, es necesario ingresar en el abordaje profesional de un problema que exige soluciones. Porque lo que importa no son los números, sino las personas.

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