Publicidad

La confianza

Compartir esta noticia

El nivel de la reflexión política en nuestro país no está en sus niveles más vistosos. No me refiero al meneo de los chats de Astesiano y al grotesco empeño de darles una trascendencia política que no tienen. Estoy pensando, por ejemplo, en las disquisiciones, conjeturas y elucubraciones de periodistas y dirigentes políticos que están apareciendo sobre el asunto candidaturas: entran fácil y bien en una categoría garciamarquiana de realismo mágico.

Mucho de eso ha pasado a alimentarse en una dieta exclusiva de encuestas sobre intención de voto. La intención de voto es una categoría inexistente hasta dos o tres meses antes de la fecha electoral. Aquellos, como yo, cuyo voto es invariable siempre somos los mismos en cada bando. Esta clase de votante supo tener su importancia pero se modifica ahora al ritmo de las defunciones. Sin embargo los discursos políticos más encendidos van dirigidos a ese cuadrante: a la hinchada propia o contra la contraria. Cosechan aplausos o maldiciones, según el bando pero ni suman ni restan un solo voto.

Un elemento definitorio de los comportamientos electorales (es decir, de las respuestas de la gente a las convocatorias partidarias) es la confianza. Cuando para el ciudadano común la disputa electoral resulta tan interesante o apasionante como puede ser la rivalidad entre Peñarol y Nacional estamos ante un panorama. Pero, cuando por, alguna circunstancia, se hace visible la interrelación entre las decisiones de gobierno y su vida particular, el voto es más ponderado.

La confianza tanto en los partidos como en el personal partidario viene menguando en todo el mundo, vía cambio cultural, entre otros motivos. Lo típico del panorama político actual es la generalización de las manifestaciones de desconfianza. El estado hasta hace poco siempre rico y siempre manipulable ya no da más jugo y en las capitales europeas las calles se han llenado de furiosos manifestantes.

La cosa cambia cuando, por alguna circunstancia imprevista, la sociedad es amenazada seriamente. Ejemplo: el Covid 19. Y ahí vemos a un gobierno recién estrenado, sin experiencia, sin haberse podido asentar, que se bajó sus propios sueldos, no trató a la población como inútiles incapaces sino como responsables, aplicó medidas de emergencia para los más expuestos, le habló a la gente y ganó un enorme capital de confianza. Todo eso pasó, lo vimos con nuestros propios ojos. Lo vieron los argentinos y lo vieron los brasileros. Lo vieron hasta aquellos que habían votado otros colores partidarios. La aprobación a nuestro gobierno fue mayor a los votos con que había ganado la elección.

Según Rosanvallon hoy en día la legitimidad se traslada a las reputaciones, tanto en el caso de los gobernantes como en el caso de partidos políticos o regímenes. La reputación ha pasado a ser, según él, otra de esas “instituciones invisibles” sobre las cuales ha pasado a apoyarse la confianza.

En el Uruguay de hoy existe suficiente experiencia vital y concreta como para que todos los razonamientos expuestos arriba dejen de ser disquisiciones abstractas: basta apelar a la memoria, a los recuerdos de ayer nomás. La memoria es un bagaje valiosísimo que acompaña al ciudadano. A veces, como en los viajes, el bagaje se extravía en alguna estación o algún ladrón se lo lleva. Está en los dirigentes evitar que esto suceda.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad