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Grandes trazos

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Juan Martín Posadas
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Según el famoso historiador francés Fernand Braudel —que concibió su obra tras las rejas de la prisión— la historia de los pueblos se escribe con trazos largos, por lo menos de decenas de años, quizás de centenas.

En consecuencia, la lectura de la historia que proporciona datos inteligibles es aquella que se hace sobre períodos o trazos prolongados.

En nuestro país vivimos cautivos de la pasión por lo cortito, casi lo cotidiano.

De tanta letra chica no se puede sacar conclusión algu-na ni se lee nada. En cambio, aplicando la clave de Braudel podemos llegar a distinguir otras cosas. Así miradas las cosas vemos a una sociedad que, un poco pasada la mitad del siglo XX, empezó a sentirse desguarnecida y perpleja y se encontró empujada a buscar, a disgusto e irritada consigo misma, un reacomodo. Esa búsqueda comenzó con la interrupción de 90 años de gobierno del Partido Colorado y la opción por el Partido Nacional, con Ruralismo primero y luego sin él. El país probó colegiado y lo abandonó: probó un Ejecutivo fuerte con un exmilitar y este se le murió al poco tiempo.

No se puede decir propiamente que el país eligió lo que vino después, pero ciertamente se puede decir que probó la guerrilla y el régimen militar. En el caso de los militares, si bien es cierto que nadie los eligió, muchos los aceptaron con pacífica resignación ante el desorden y el susto que había generado la otra oferta. Después vino la restauración democrática (bien llamada así porque fue más restauración que creación) y seguimos probando: Sanguinetti, Lacalle, Sanguinetti y Batlle. Luego el país pasó a probar con la izquierda: lo hizo con entusiasmo mayoritario (festejen uruguayos) pero, a esta altura del recorrido ha pasado del entusiasmo fervoroso a la duda y la irritación consigo mismo.

Braudel leería en esta larga línea las fatigas de un país en la búsqueda de un hogar sustituto, de un pasado que creyó asegurado y suyo para siempre pero que lo ha abandonado. Este prolongado período de nuestra historia nacional podría llamarse "el largo adiós al país batllista", parafraseando el título del libro de Carlos y Fernando Filgueira (Arca, 1994). Se trata de un prolongado y problemático proceso de despedida, planteado por la realidad (el pasado no vuel-ve), aceptado gradualmente por algunos (con entusiasmo o resignación según los casos) y estirado con desesperación por otros.

Sería muy conveniente que el Uruguay tuviera claro hacia dónde quiere dirigirse, o dicho con mayor propiedad, hacia dónde quiere ir, no hacia dónde quiere volver. Pero eso no es fácil y por ahora el país en su conjunto no lo tiene claro. El partido político o el dirigente que logre señalarlo con claridad y convicción obtendrá, creo yo, un éxito resonante y fundacional. Mientras eso no suceda no es poca cosa que, por lo menos, nos demos cuenta en qué andamos: estamos en medio de un largo, larguísimo adiós.

La despedida se ha estirado: muchos años, varias generaciones y, sobre todo, con muchos espejismos de futuro que no fueron sino nostalgia disfrazada de proyecto. Ojalá nos lleve menos tiempo entender esa despedida, comprender lo que ha sido su atribulada prolongación.

Una vez comprendida —recién entonces— será clausurada y podremos ir hacia delante. Hacia adelante quiere decir hacia otra cosa (nueva pero de nosotros).

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