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Convivencia política

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Las democracias necesitan elaborar y mantener sistemas de convivencia, les va en ello su sobrevivencia. El totalitarismo no tiene ese problema: allí los disidentes son arrancados del medio (enviados a Siberia y punto).

La convivencia, en los totalitarismos se tramita mediante la separación profiláctica del que piensa distinto. ¿Distinto de quién? Muy simple: del que tiene el poder, el que puede expulsar.

Las democracias rechazan el totalitarismo porque están esencialmente compuestas por pluralidad de ideas y posturas políticas. En consecuencia se mueven hacia encontrar y mantener un sistema estable de convivencia entre diferentes.

Según Cicerón la historia es maestra de vida (magistra vitae). No lo niego (aunque desconfío). Pero, agrego, le pasa lo mismo que a todas las maestras: algunos alumnos aprovechan y otros no aprenden nada.

El Uruguay tiene en su acerbo histórico un episodio aleccionador (que deja lecciones, que enseña) en lo referente a la elaboración y logro de un sistema de convivencia bajo una misma bandera de actores diferentes con visiones distintas sobe el destino nacional.

Ese episodio fundamental de nuestra historia es la llamada Paz de Abril, sellada en 1872 entre el caudillo blanco Timoteo Aparicio y el gobierno (que, como decía Wilson, en aquellos tiempos era otra forma de nombrar al Partido Colorado).

La Paz de Abril estableció un sistema que era jurídicamente muy tosco y primitivo pero que resultó políticamente muy sabio; básicamente consistía en que,más allá de elecciones (donde generalmente se fraguaban resultados), en los Departamentos donde la población era mayoritariamente blanca la Jefatura de Policía y la Jefatura Política le correspondía a un blanco y lo nombraría el Partido Nacional.

Cabe recordar que, antes de esa fecha, los partidos fundacionales, el colorado y el blanco, tramitaban en los campos de batalla sus diferencias políticas. Esa era, por así decirlo, la normalidad.

Bernardo Berro, Presidente blanco y gran gobernante, exasperado por la recurrencia de los enfrentamientos armados entre blancos y colorados, había abogado por la eliminación de las divisas y la supresión de los partidos políticos.

Más atinados estuvieron los orientales de 1872 cuando se pusieron de acuerdo en elaborar un sistema para que pudieran convivir blancos y colorados sin hacerse pedazos y sin dejar de ser cada uno lo que era.

Se trató de un reconocimiento de la realidad: el país política, histórica y demográficamente así estaba constituido, eso era el Uruguay.

Esa mentalidad formulada y pactada e la Paz de Abril formó y dirigió nuestro país desde esa fecha prácticamente hasta que los tupas y el gobierno militar la desplazan del imaginario colectivo y de la práctica política.

En ese período se dio la espalda y se legitimó la desmemoria práctica de esa visión. La recuperación de la democracia ha sido la desautorización íntima de los dos proyectos de imposición inconsulta y la recuperación del espíritu de la Paz de Abril.

Esto es lo que tenemos para cuidar entre todos.

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