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La República de la Ciencia

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JORGE GRÜNBERG
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Hasta hace algunos meses vivíamos con algunas certezas que parecían incuestionables. Una de ellas era que la ciencia avanzaba en forma incontenible. De repente pasamos a vivir una época signada por las limitaciones de la ciencia.

La actividad humana se detuvo a escala planetaria sin que la ciencia pudiera prevenirlo ni controlarlo. Las únicas medidas disponibles son las mismas que las recomendadas en la plaga de Atenas hace 2500 años: cerrar fronteras, distanciarse de las personas, maximizar la higiene.

Pero la ciencia es nuestra única fuente de esperanza racional. Solo vacunas y tratamientos efectivos nos permitirán retomar nuestra vida social. Esa es nuestra paradoja actual, la ciencia es nuestra debilidad y nuestra fortaleza simultáneamente. Estamos urgidos por recibir soluciones científicas. Pero la ciencia requiere tiempo y los consensos son difíciles. La ciencia es una forma de pensamiento crítico, no un método de gestión de crisis.

Otra certeza que parecía incuestionable hasta hace pocas semanas era que el mundo se había globalizado y que ese fenómeno no tenía retroceso posible. Estábamos convencidos de que la distancia física ya no existía y que las fronteras políticas ya no eran límites relevantes para los negocios, la cultura o el turismo.

Esta cosmovisión de un mundo globalizado impulsado por un desarrollo científico imbatible, fue transformada súbitamente. En pocas semanas se cerraron las fronteras, se detuvieron los viajes, se vaciaron oficinas, escuelas, liceos y universidades, hoteles, restaurantes, comercios, cines, teatros y la mayor parte de las demás actividades a que estábamos acostumbrados.

Esta capacidad de viralización instantánea lleva a borrar fronteras entre lo individual y lo colectivo. No es solo un desafío de salud pública, es un desafío de valores. En una era signada por el individualismo, nos lleva a plantearnos el conflicto entre nuestros deseos personales y nuestras obligaciones comunitarias. Lo que le pasa a un individuo le puede ocurrir a su comunidad casi de inmediato. Por eso en la nueva normalidad los ciudadanos aceptan prácticas impensables hasta hace muy poco: testeos masivos, rastreo de contactos, monitoreo de celulares o traspaso de información entre agencias sanitarias y policiales.

Este fenómeno no es externo, circula en nosotros y entre nosotros. No podemos derrotarlo como un enemigo externo. Debemos adaptarnos y crear nuevas formas de vida social productiva compatible con esta nueva realidad. Tenemos por delante una época de vivir en burbujas definidas por fronteras epidemiológicas. Las divisiones de clase o ideológicas se desdibujarán frente a la necesidad humana de conectarse con otros perímetros conformados por personas que conocemos. El mundo se dividirá en bloques de países de confianza recíproca con protocolos sanitarios armonizados, datos compartidos y rastreo de contactos transnacionales. Dentro de estos bloques se reiniciarán los viajes de negocios, el turismo y los flujos de inversiones.

Con el tiempo sabremos si la “memoria de forma” de algunas de nuestras instituciones es suficientemente fuerte como para volver a su forma original cuando el efecto pandémico retroceda. En particular observaremos si el sistema educativo vuelve a su forma clásica predominantemente presencial o si se transforma en un modelo híbrido, combinando enseñanza online con actividades presenciales. Este modelo híbrido puede producir un excelente nivel de aprendizaje, pero será inviable para universidades con decenas de miles de alumnos porque requiere una articulación personalizada entre la enseñanza masiva on-line, alto nivel de capacitación docente y una compleja logística de seminarios, prácticas y discusiones presenciales en grupos reducidos. Hace mucho que sabemos que las clases frontales con cientos de alumnos no aseguran el desarrollo intelectual ni la capacidad crítica necesarias para una era de innovación y cambio tecnológico permanentes. Este es un momento oportuno para desarrollar mejores modelos educativos ya que la amenaza del reemplazo de trabajo humano por robots será aún más aguda pospandemia.

La salida de esta emergencia requiere construir confianza y cooperación. La pandemia actual no es la primera en la historia humana, pero es la primera en la era del conocimiento. Algunos líderes políticos y científicos en algunos países sustituyen la comunicación ciudadana por el ruido de las redes sociales. Si las personas no pueden distinguir los medios confiables o no confían en los líderes políticos o científicos que emiten las directivas, la conducta social no se adaptará a las necesidades sanitarias en ausencia de medidas coercitivas.

La salida será resultado de colaboraciones entre equipos, organizaciones, empresas y países. Será una victoria de la República de la Ciencia y no de un país individual. El conocimiento no se detiene en las fronteras. Los mejores científicos no están todos en la misma universidad, la misma empresa o el mismo país. El avance científico es internacional por su naturaleza. Las fronteras cerradas nos protegen en el corto plazo pero obstaculizan nuestras posibilidades de superar esta emergencia planetaria. No debemos perder nuestro espíritu abierto en un mundo cerrado en defensa propia. Este es nuestro gran desafío.

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