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Procusto, Lacalle Pou y su custodia

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isabelle chaquiriand
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Y sí, es increíble lo del custodia de Lacalle Pou. Parece mentira que el responsable de su seguridad, justamente él, tenga antecedentes penales y use esa posición para cometer delitos.

Es tragicómico. Uno no puede ni empezar el trámite para sacar una visa a Estados Unidos sin que sepan todo de nuestra vida, es increíble que en Uruguay tengamos estas desprolijidades.

Sin embargo, en medio de todo este papelón, es interesante ver la reacción del Presidente: “Me puedo equivocar, pero no miento”. Expresión que ya había usado en marzo de este año en el marco de la campaña por el referéndum. Lo que hizo Lacalle Pou fue hacer un omelette con los huevos rotos.

Ante una situación compleja donde claramente se cometió un error, el presidente asume la responsabilidad y lo hace de inmediato. Y de paso, refuerza su mensaje de honestidad. Una vez más, recurre a la estrategia de mostrarse humano, con defectos y virtudes, sin negar que comete errores, pero que hace lo mejor que puede. Más importante aún, el timing: asumió la responsabilidad de inmediato, lejos de aquel Bill Clinton que confesó el romance con Monica Lewinsky después de haberlo negado hasta el cansacio, cuando ya no tenía alternativa, o de una interminable lista de políticos (y no políticos) de todo el mundo que responsabilizan a otros, al contexto o distorsionan lo que pasó para eximirse de culpa.

La obsesión por acomodar la realidad a nuestros intereses se denomina “síndrome de Procusto”. Cuenta la leyenda griega que Procusto tenía una posada y era muy amable con sus invitados. Pero, mientras dormían, los amordazaba y amarraba en las cuatro esquinas de la cama. Si la víctima era alta y salía para afuera, le cortaba las extremidades. Si era baja, le estiraba las piernas a martillazos hasta que llegara a los bordes de la cama. Procusto simboliza a quienes fuerzan los hechos hasta que se ajustan a sus ideas, distorsionando los datos o hechos para validar su relato.

Menos obsesivo pero igual de peligroso es el sesgo de confirmación, un error cognitivo a la hora de tomar decisiones: nuestros cerebros, como las camas de Procusto, tienden a favorecer, buscar, interpretar y recordar la información que confirma las propias creencias o hipótesis, dando desproporcionadamente menos consideración a algunos hechos y más a otros.

Por eso, en la Edad Media los nobles se permitían desnudarse ante la servidumbre, porque se convencían de que no estaban presentes y por ende, no tenían pudor. Por eso, hay discusiones eternas que nunca se resuelven y quedan en el grito de tribuna sin que el otro entienda jamás los argumentos de la contraparte; por eso, quedamos atados a determinadas creencias pese a que se ha demostrado que no son ciertas; por eso, creamos teorías de relaciones entre hechos que no necesariamente la tienen; por eso, nos cuesta tanto asumir un error. Tendemos a encontrar justificativos cuando nos equivocamos, a echarle la culpa a otros o excusarnos en factores externos y nos cuesta tanto asumir nuestra responsabilidad.

Asumir los errores es el primer paso para solucionarlos. De lo contrario, será en vano lo sucedido y, por ende, nunca se enmendarán las fallas que llevaron a que sucedieran.

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