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Borgen

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isabelle chaquiriand
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Hace unas semanas se estrenó la cuarta temporada de Borgen, la serie danesa de 2010 que tuvo un éxito tardío a nivel mundial en 2020, gracias a Netflix. La última temporada surge 9 años después de finalizada la inmediata anterior, seguramente en respuesta a este éxito.

A lo largo de los años, la trama muestra la evolución de Birgitte Nyborg, una política que al inicio de la serie llega a ser la primera mujer en ocupar el puesto político más importante de su país, lugar que alcanza casi por accidente. Un brillante guión y estupendas actuaciones muestran la interminable lucha por el poder, los costos en la vida personal y cómo los ideales intentan sobrevivir en la ilusión de llegar a hacerse realidad.

Borgen, termino coloquial con el que se conoce a Christiansborg, sede de los tres poderes del estado y oficina del Primer Ministro en Dinamarca, muestra dilemas personales y ambiciones políticas de forma muy real, con temas como el feminismo, los medios de comunicación, lo políticamente correcto, además de las redes sociales. Tópicos presentes en la agenda de gobierno de cualquier país y de cualquier organización que tenga que lidiar con el poder, la opinión pública y los intereses presentes en el gobierno de cualquier organización, independientemente de su naturaleza.

Su protagonista es una mujer brillante e idealista, pero también un cerebro político que no se desapega del poder. El lema de la última temporada es “poder y gloria” y deja planteado hasta dónde llegará Birgitte para aferrarse a ellos. Después de décadas en puestos de alto nivel, queda claro cómo la convivencia con ambos factores hicieron que inevitablemente ella cambiara. El costo de la ambición y el éxito, como en el caso de tantos hombres y mujeres que conviven con el poder y dependen del juego político para retenerlo, tuvo sus consecuencias. A lo largo de su carrera tomó decisiones cruciales y asumió renuncias, en especial en lo personal, muy costosas. Lo que la serie deja entrever es que a esa altura ella no quiere que sea en vano. En ese punto es cuando se puede ver la evolución en el personaje: el poder deja de ser un instrumento para volverse un fin en sí mismo y el sistema corrompe a la entrañable heroína de las primeras temporadas. Y junto con ella, la ilusión de que podía existir un modelo de rol diferente.

Pero al igual que ella, el mundo también cambió en estos años. Además de gestionar una agenda ambientalista y el costo económico de aferrarse a ella, en la última temporada la protagonista tiene que convivir con una Primera Ministra de la oposición diez años más joven, con gran presencia en su Instagram donde publica fotos con el hashtag #TheFutureisFemale. Un juego político en el que se vuelve necesario aprender a manejar el mundo y la lógica de las redes sociales, en este caso con una falsa imagen de hermandad, cuando en realidad ambas políticas son feroces rivales.

Tan cerca y tan lejos: esta inteligente trama ayuda a explicar por qué Borgen se traduce tan bien en sistemas que son muy diferentes al de Dinamarca e incluso a la política partidaria. Porque lo brillante es que, tomando un poco de distancia, podemos ver cómo, básicamente, la mecánica del poder es la misma en todas las organizaciones, en todas las culturas, de todo el mundo.

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