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La seguridad (social)

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Javier García
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Viernes de la semana anterior, cancha de barrio en Piedras Blancas del club Veteranos Unidos, partido "por las tortafritas", familias disfrutando una noche agradable, y de repente chiflan el aire 200 balas, quedan en el piso asesinados dos muchachos. No hubo más muertes por casualidad.

Días después, un chico de esos que la pelea por salir adelante, cerrense, que aprovechó el trabajo social del club de golf de su barrio para practicar el deporte que le ayudaban a desarrollar superando limitaciones económicas, cargaba su mochila y un asesino lo mata.

En el Senado, mientras tanto, el FA no solo defiende a un ministro derrotado al que con tornillos lo sostienen a pesar de su incapacidad manifiesta, sino que recurre al insulto y a la chabacanería para atacar a la oposición. La burla y lo rastrero es el oxígeno de los mediocres.

Decenas de familias salen a disfrutar de lo poco que pueden, porque no pueden frecuentar restoranes, ni cines, y mucho menos de los ambientes elegantes que los gobernantes conocen. Una cancha de barrio, un medio tanque con los gurises peloteando, cosas sencillas para recrear el espíritu y tomar aire saliendo de casitas chicas y familias apretadas, y de repente la balacera asesina. La brecha que calaron desde el gobierno es mucho más profunda que la que separa a políticos que piensan diferente: cortó a la sociedad en porciones como una torta. Debatimos sobre la pobreza y la equidad con índices que dicen mucho o pueden decir poco. La riqueza que entró al país en estos años de vacas gordas y sojas altas, ¿hizo más integrado a Uruguay? No, rotundamente no.

Nuestro país siempre fue un océano de clase media amortiguadora, de barrio de iguales, donde el chiquilín que se destacaba era el que hacía la mo-ña en el picado; de escuela pública con hijos de obreros y empresarios mezclados en sus aulas. De maestras referentes que eran el hogar fuera del hogar, que no recibían cachetadas. Era un país de políticas sociales sin parlantes, y sin necesidad de reclames de televisión. No había que mostrarlo porque se vivían sus frutos. No había tanta sigla ni tanto programa pomposo. La plata del Estado, es decir la de los impuestos, volvía a la gente y no quedaba en los bolsillos de burócratas políticos que por miles llenan oficinas y consumen millones del presupuesto por hacer informes que nadie lee ni interesan.

La herencia frentista será un país quebrado en su "espíritu social", que ya no se reconoce en lo que lo distinguió siempre. Donde además renunció a la función básica, la primera de cualquier Estado que es defender a su gente, protegerla y cuidarla, y tener el monopolio de la fuerza para que la sociedad sea vivible y no una selva donde reine el más fuerte. Por eso la primera política social hoy es la de devolvernos una sociedad segura, que es mucho más que enfrentar la violencia y el delito.

Es ciudadanía, plazas llenas de gurises con padres y abuelos tranquilos, es caminar sin apretar el cuerpo cuando sentimos pasos atrás o una moto cerca, es el Policía recorriendo la cuadra y conociendo al vecino. ¡Es la escuela segura! Para eso se necesita alguien que ponga límites y al que se sale de esos límites lo sanciona, no por otra cosa que por violar los derechos de otros.

Para defender a la gente no hay que tener remordimientos estúpidos. Los derechos humanos o son para todos y siempre, o son puro verso.

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