Publicidad

El stalinismo en el Uruguay

Compartir esta noticia
SEGUIR
hebert gatto
Introduzca el texto aquí

La revolución soviética de 1917/18 comenzada bajo la inspiración de Lenin, fue poco después liderada por José Stalin hasta su fallecimiento a mediados de la década del cincuenta.

El período conocido como el estalinismo supuso treinta dramáticos años durante los cuales las promesas de un régimen libertario, sin clases sociales ni explotación económica, es decir, la ilusión de una sociedad solidaria poblada por una nueva humanidad viviendo en la abundancia material, se transformó en una feroz dictadura totalitaria donde los caprichos de un hombre sustituyeron cualquier esbozo de institucionalidad.

Despotismo, arbitrariedad, miedo y abulia social, ejecuciones y cárcel para millones de habitantes, fue el luctuoso saldo de un régimen que en su enfrentamiento con el igualmente siniestro modelo fascista convirtió al siglo XX -el siglo de las ideologías-, en la centuria más sangrienta de la historia humana.

Dos hombres, Adolf Hitler en Alemania y José Stalin en Rusia a quienes puede sumarse Mao Tse Tung en China, en nombre de doctrinas contrapuestas pero unidos en su común paranoia y su repudio a la libertad, la democracia y el derecho de gentes, instituyeron el totalitarismo (la dictadura integral), como modelo político.

Con un saldo en pérdidas humanas, que sin considerar las guerras que directa o indirectamente desataron, se cifra (hambrunas incluidas) en más de ochenta millones de seres. Una secuencia que en el estalinismo alcanzó a un tercio del planeta (desde Asia a Europa Central) y que no debe omitirse ni justificarse si procuramos construir una realidad donde tales distopías dejen de ocurrir.

Un libro recientemente editado en el Uruguay, “Treinta años de stalinismo en Uruguay (1938-1968)”, de Fernando Aparicio, da cuenta de este terrible período en nuestro país, mostrando como el mismo se extendió por el mundo entero a través de las filiales stalinistas locales, los Partidos Comunistas vernáculos, que a su escala reprodujeron, sin cambiarle una coma, la ideología y objetivos de su casa matriz: la URSS del padrecito de todas las Rusias, Stalin, “el hombre de acero”.

La bien documentada obra de Aparicio que abarca además del lapso de vida de Stalin, quince años posteriores a su muerte, donde su influencia siguió siendo tangible, tanto en la URSS como en las periferias del sistema, nos retrotrae a distintos acontecimientos, donde el Partido Comunista del Uruguay, mostró su total carácter de sucursal, de agrupación dependiente de los valores, intereses de su casa matriz la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Un fenómeno de sujeción que se extiende desde sus máximos dirigentes hasta el más modesto de sus afiliados y que no debe sorprender porque está expresamente contenido en las perentorias “21 Condiciones” que los Partidos Comunistas no locales debieron aceptar para ingresar en el Komintern.

Esto propició la primera de las mentiras: la fecha de fundación del PCU, que no fue en setiembre de 1920, cuando en la interna del Partido Socialista se discutió, sin resolverlo, a que Internacional pertenecer, hasta el 16/17 de abril del año siguiente, cuando al optarse por la Tercera Internacional se fundó el nuevo partido dependiente de los soviets. Una práctica común en el stalinismo que en la URSS borraba desde la memoria hasta la fotografía de los muchos revolucionarios de la primera hora, más arde espureamente desterrados del Partido.

Este fenómeno de adulteración o desfiguración de la realidad por parte del PCU para acomodarlo a la política de la central soviética se repitió en innumerables ocasiones. Configura su historia. Así la sugerencia de que la expulsión en julio de 1955 de Eugenio Gómez como Secretario General del Partido (una típica operación policial), fue parte de la labor de desestalinización emprendida por Kruschev, constituyó una reverenda mentira. Tanto que Stalin fue celebrado en el posterior XVI Congreso del PCU de setiembre de 1955, como presidente de honor del mismo.

Más grave todavía fue cuando en agosto de 1939, la URSS celebró un insólito pacto de no agresión con Hitler, en contra del antifascismo que había defendido hasta entonces, Aparicio lo llama un “giro que desconcertó al mundo”, lo que permitió el inmediato inicio de la segunda guerra mundial, y la invasión conjunta de Polonia. Esta traición y el abrupto cambio de línea fue celebrado por Rodney Arismendi, el futuro secretario general, “como una cuña en el cerco capitalista….”, “un bozal a Hitler (que) ha roto el eje Berlín-Tokio.” O antes aún, cuando durante la guerra civil española, cuando se aplaudió, desde las publicaciones del PCU, que la URSS extendiera sus tentáculos sobre el bando republicano y asesinara impunemente a anarquistas y trozkistas.

Ningún cambio en esa línea de sumisión y dependencia implicó el nombramiento de Rodney Arismendi sucediendo al patético Eugenio Gómez. El celebrado Arismendi, al igual que su coetáneo Vivian Trías espía checo, fue hombre del Kominter y luego del Kominform, una figura de los servicios que nunca ocultó su dependencia soviética. Según Aparicio, viajó 36 veces a la URSS, y fue el único dirigente que la URSS, se ignora a que precio, rescató de la prisión. Sin la menor hesitación apoyó la invasión a Hungría en 1956, el ataque a Checoslovaquia en 1968, las presiones a Polonia más tarde.

La ruptura con Yugoslavia en su momento o con la revolución China, en el suyo. Tanta fue su servilismo con los gerontes que sucedieron a Stalin, que no dudó de tensar su relación con Cuba por servirlos. Jamás se apartó de esa línea. Tampoco cambió, cuando ya desaparecida la URSS, reafirmó su definición marxista-leninista que hasta hoy mantiene, aduciendo que el Stalinismo, ante el que se postró indignamente, era sólo un error menor, un exceso de culto a un revolucionario equivocado. Ignorando que era la propia doctrina la que prohijaba tales personalismos directrices. Un dislate que ratificó al apoyar el golpe militar en Uruguay en Febrero de 1973.

Bien ha hecho Fernando Aparicio en documentar este proceso. La historia no debe olvidarse, ni la propia ni la ajena.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premiumHebert Gatto

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad