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Servir al Partido

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El domingo pasado recordamos el regreso de Wilson. Aquel sábado de 1984 que empezaba a cerrar un ciclo de once años que culminaría con el impresionante acto de la Explanada.

Quienes vivimos aquellos días, al ponerlos en la perspectiva de los años, nos damos cuenta de que fueron un eslabón más en una larga cadena de acontecimientos que se remonta hasta el nacimiento de nuestro Partido. Esa sucesión ininterrumpida de hechos a los que les da sentido una manera de interpretar y de sentir la realidad que es la nuestra: la blanca.

Todo eso, transformado en tradición a la que las generaciones rinden culto, es la única explicación posible de la vigencia del Partido a lo largo de los tiempos; más allá del infortunio, de las victorias y de las derrotas. Porque, a veces, parecería que, como en una tragedia, los blancos se enfrentaran continuamente a un destino adverso que frustra sus más nobles propósitos.

Este Partido ha estado siempre, en las buenas y en las malas. Con democracia y con dictaduras. Haciendo la guerra y construyendo la paz.El poder le ha sido esquivo. Los nacionalistas, teniendo por definición vocación de gobierno, se han encontrado con él pocas veces. Asumieron el gobierno en momentos muy especiales, dejando siempre en ellos su impronta.

No obstante, sin claudicar, sucesivas generaciones de uruguayos han entendido que ese Partido los representa, que a él se deben y que, sin importar las dificultades, con él deben comprometerse y a él deben servir.

Finalmente, es la idea del servicio, brindado a pesar de todas las contrariedades, la que mejor explica la vigencia del Partido. Servir a la Patria y a los orientales sin distinción según los ideales partidarios, ha sido y es la guía de su accionar. En tantos años, naturalmente abundaron las equivocaciones. También las miopías, cegueras, mezquindades y desencuentros. Sin embargo, por sobre lo negativo la virtud sobreabunda y se impone, conformando un cuerpo de pensamiento y acción que encuentra figuras descollantes que emergen para interpretar y proyectar el ser del Partido según las exigencias de cada momento histórico.

Todo ello conforma la verdadera esencia, el tesoro, el legado partidario que simbólicamente representa la bandera blanca y celeste. Custodiar ese tesoro intangible es responsabilidad de cada dirigente y de cada militante, cabiéndole, naturalmente, mayores exigencias a quienes más altas posiciones ocupan.

Hoy, todos percibimos que el país anhela un cambio y que un ciclo está terminado.

Todos advertimos que el país tiene por delante varias encrucijadas y que el mejor futuro depende de acertar en las decisiones, en los caminos a transitar y en impulsar los pasos a dar.

Por todo esto estamos convencidos de que Uruguay reclama que el Partido Nacional asuma la responsabilidad del gobierno. Ante esta decisión histórica los nacionalistas no podemos fallar.

La ciudadanía y la Historia no nos perdonaría que por un oportunista afán de ventajas mezquinas no sepamos estar a la altura de la responsabilidad que se nos impone.

Los nacionalistas no perdonarían que por egoísmos se termine afectando el ser mismo del Partido Nacional, su único y más preciado tesoro. Servir al Partido como lo hicieron nuestros antepasados, de eso se trata.

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