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Hable con elles

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GERARDO SOTELO
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La intendencia de Montevideo enseña lenguaje inclusivo. Podrá no ser un cometido esencial de la comuna, pero vaya si lo es de la ideología que la gobierna.

Hay una manera de hablar que aprendimos en casa (“con la leche templada y en cada canción”, como diría Joan Manuel Serrat) y que refleja, entre quinientos y dos mil trescientos años de habla hispánica, enriquecida en este continente por vocablos y modismos de lenguas autóctonas y africanas, y sazonado en la región con aportes de la inmigración europea de comienzos del siglo pasado.

Al parecer, con las virtudes de la lengua de Cervantes y Quevedo nos venía ínsito el veneno del sexismo. La lengua, como el coronavirus, nos contagiaría discriminación de género sin que nos demos cuenta, con el agravante de que, al menos en su expresión oral, los tapabocas carecen de cualquier efecto profiláctico.

¿Es el masculino genérico del castellano (por ejemplo, decir “son unos majaderos, estúpidos y dogmáticos autoritarios” a un grupo integrado por hombres y mujeres), una demostración grosera y ostensible de discriminación y sexismo?

Muchas personas creen que la respuesta es sí, y que tales expresiones constituyen incluso un delito, tal como lo establece la Ley de Violencia de Género. En su Artículo 6, referido a la violencia simbólica dice que es “la ejercida a través de mensajes, imposiciones sociales y culturales”… que “transmiten, reproducen y consolidan”, relaciones de dominación, desigualdad y discriminación, que “contribuyen a naturalizar la subordinación de las mujeres” (Literal G).

La tesis parece razonable, pero tiene algunos problemas de validación. El primero es que, si la utilización de un género como recurso estandarizado del idioma expresara prevalencia, y, por tanto, discriminación social, alguien debería explicar por qué el mundo árabe no constituye un paraíso de libertad para las mujeres, siendo que su idioma utiliza el femenino como genérico desde épocas del primer califato omeya, que conquistara la península ibérica hace unos mil trescientos años.

Volviendo sobre la influencia latina del castellano, es conveniente tener presente que, en la lengua de Séneca, Virgilio y Plutarco, la primera declinación es casi exclusivamente femenina.

Si la tesis fuera válida, la neutralidad de género (“son unes majaderes, estúpides y dogmátiques autoritaries”, para utilizar el mismo ejemplo) consagraría un estado de equidad, algo muy parecido al ideal linguoprogre. La realidad (esa molesta piedra en el zapato de los “domadores de personas”, al decir de Antonio Escohotado) muestra otra cosa. Alcanza con ver la situación de la mujer en Turquía, cuyo idioma es neutro en materia de género, para abandonar el argumento.

Por cierto, el idioma refleja también los valores de la sociedad. Expresiones como “perra” o “mujer pública” no hacen más que alertarnos sobre la utilización peyorativa y discriminadora del femenino. Pero eso no es problema del idioma sino de las personas y no se corrige con ortopedia lingüística sino con sensibilización y educación. Quizás estemos a tiempo de explicárselo a los dogmáticos autoritarios. Alguien debería hablar con elles.

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